Megadevaluación desbocada

Se trata de restituir a la economía colombiana un mínimo de estabilidad y orden en el conjunto de sus factores primarios para no vivir al azar de los caprichos de cada día y de las alteraciones arbitrarias del costo de la vida.

Dentro del proceso de megadevaluación acelerada, no será de extrañar la manifestación inmediata de sus efectos sobre los precios y el poder de compra tanto interno como externo. No en vano se trata del precio de la moneda que sirve de instrumento para el pago de cualquier operación con bienes muebles e inmuebles en el interior del país o de obligada referencia en las transacciones internacionales y en el intercambio con otras monedas.

Poder liberatorio ilimitado en toda clase de transacciones, constitucionalmente se lo reconoce. No es, por tanto, una mercancía cualquiera, sino el único medio de pago oficialmente autorizado, aquel al cual todos los demás se hallan referidos. De ahí la importancia singular de sus movimientos, como el del rápido y severo proceso devaluatorio que viene experimentando, enteramente a merced de las fuerzas del mercado.

Todos los días vale menos el peso colombiano, y ello lo sufren o disfrutan, según los casos, cuantos viven en su territorio. Consciente de su gravedad, el Banco de la República, en ejercicio de sus atribuciones constitucionales, anunció su propósito de intervenir para frenar la desbocada carrera, como tímidamente lo había hecho para contener el ímpetu de la revaluación, lesiva entonces de la actividad exportadora, así fuera tardíamente.

El solo anuncio de que lo haría con 500 millones de dólares sirvió para contener momentáneamente la depreciación de la moneda nacional. Pero, ante la falta de medidas operativas y hechos protuberantes, las fuerzas del mercado tornaron a ocupar el campo y reanudaron su loca carrera. El intento de regulación no había sido, ni mucho menos, descaminado. Apremiante lo era para la salud pública y para poner orden y concierto en la economía colombiana, minada por altísimo déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, que, de algún modo, se iba a manifestar.

¿Por qué si la devaluación era inevitable no atemperarla e imponerle gradualidad racional, interviniendo prudente y previsivamente el mercado interno, como en vano se intentó? Claro que las reservas monetarias internacionales, a disposición del Banco de la República, se habrán de afectar, y de hecho vienen siéndolo. Para eso son, siempre que se las utilice con racionalidad y cautela. Su actual nivel de 46.688 millones de dólares, aunque comprometido y condicionado por el déficit en cuenta corriente, ofrece al Emisor base suficientemente propicia para intervenir el mercado cambiario, como tantas veces se ha hecho con resultados satisfactorios.

A la inflación galopante y a su causa primordial es indispensable, desde hace rato, salirles al paso. A la carestía de los bienes importados se agrega la que internamente se presenta para los artículos de pancoger por las inclemencias climáticas y también por los insumos importados. No somos, ni mucho menos, autosuficientes. Así se comprueba, todos los días, en la dieta habitual y en los surcos de los campesinos, urgidos de abonos a precios razonables y de otras sustancias procedentes del exterior.

Se aducirá que no es aconsejable disponer de recursos de cambio exterior cuando en lo futuro pueden ser indispensables para fines más altruistas o socialmente más necesarios que el solo empeño de preservar o procurar una relativa estabilidad de precios. No se trata, sin embargo, de lo uno ni de lo otro. Sino de restituir a la economía colombiana un mínimo de estabilidad y orden en el conjunto de sus factores primarios para no vivir al azar de los caprichos de cada día y de las alteraciones arbitrarias del costo de la vida. Con egresos en constante aumento e ingresos inelásticos y desequilibrios consuetudinarios.

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