«Mejor acuerdo posible» nunca hubo

Cuatro razones por las que el gobierno no representó bien a la sociedad en la negociación con las Farc.

Se dice que el tipo de acuerdo firmado con las Farc obedece a que se trató de una negociación, no de una rendición. 
Quisiera indicar bajo qué condiciones habríamos tenido un "mejor acuerdo posible", sin el supuesto de una rendición de la guerrilla. Condiciones que no le costaban mucho al gobierno, a saber:

1) Tener una comprensión madura, no vergonzante, de nuestro pasado.  El gobierno coqueteó con la noción según la cual este acuerdo de paz era o es "como una segunda independencia".
En este símil, ¿qué lado de la mesa en La Habana sería el ejército patriota de Bolívar y Santander y qué lado las huestes realistas del pacificador Pablo Morillo?

Hay que ser muy indolente con la historia nacional para manosearla así en juegos de palabras y además poco perspicaz para adoptar la versión del pasado que tiene la contraparte.
Esta concesión gratuita se extendió a la historia contemporánea. Las responsabilidades por estas décadas de violencia y crimen con pretendida justificación política quedaron repartidas por igual, como querían las Farc. Bueno, en el papel del acuerdo, no en la conciencia nacional.

2) Sostener una visión mínima compartida sobre el proyecto colombiano de sociedad y democracia.  Una cantidad de intelectuales dice que tal proyecto no existe, pero muchos creemos que sí.  El gobierno actuó como si pensara que no. Por eso aceptó lo que las Farc llaman "mojones para trascender la organización democráticoliberal" de la sociedad.

El texto  del acuerdo (el anterior y el modificado) está lleno de señales (mojones) contrarias a una modernidad que libere al individuo de lazos atávicos. La participación que diseñaron responde a una ideología adversa a la democracia representativa.  El bienestar ligado a las capacidades como ideal social es sustituido por una noción de "buen vivir" tradicional.

La mejor prueba de que el gobierno no cumplió bien con esta obligación política y ética fundamental es esta: en marzo 23 Humberto de la Calle dijo en la Habana: "Hablamos de los valores que son esenciales a la Nación. No habrá, repito, un acuerdo que menoscabe esos valores".

Pues bien: sí que hubo un acuerdo que los menoscabara. Fue necesario el triunfo del No para que procedieran a moderar muchos de los abusos y ventajismos de las Farc.

Después de la experiencia de negar cualquier posibilidad de mejora y de la credibilidad al respecto en cero, el gobierno por pudor no debería volver a usar la expresión "mejor acuerdo posible".

3) Usar en la mesa de negociación la enorme ventaja obtenida en el campo militar y estratégico. En vez de emprender un "tú a tú" a punta de labia.  Por eso fue que las negociaciones no duraron meses, como prometió el presidente Santos al presentar el acuerdo general del diálogo, sino años, pues La Habana se convirtió pronto en un refugio o descanso en términos militares. 

Al aislar la mesa de negociación de lo que podían hacer las Fuerzas Armadas para presionar una mayor disposición a ceder por parte de las Farc, se regaló la ventaja que tanto había costado. Cuando lo que tocaba era mantenerlos "cogidos por las pelotas". Venezuela primero les dio santuario a los comandantes guerrilleros y luego con su rol de garante del proceso volvió casi imposible la diplomacia contentiva contra ese santuario inadmisible. 

Así que tuvimos una interminable negociación dialéctica donde las Farc estaban ahí por la capacidad bélica o guerrerista de sus 6000 u 8000 guerrilleros, pero el Estado renunciaba a usar su fuerza legítima. Y en la dialéctica ganaron las Farc, pues el acuerdo parcialmente corregido no refleja ni de lejos la legitimidad de uno y otro lado, ni la situación militar.

4) Tener plan B y actuar siempre como contraparte, sin debilidad de hermanito ansioso de reconciliación.  El gobierno se volvió rehén del proceso de paz una vez el presidente lo apostó todo por pasar a la historia con ese mérito (no del modo en que está resultando, claro) y dejó claro que no tenía plan B.  En condición de rehén no iba a poder representar bien a la sociedad.

Si a eso se le suma el estilo blando de negociación, arropado por una retórica vacua de reconciliación, que llevó al gobierno a creer que estaba refundando el país de la mano de la guerrilla, tenemos una parte de la explicación de por qué el gobierno nunca se planteó un verdadero nuevo acuerdo tras el triunfo del No y prefiere que los colombianos no tengan la última palabra en la refrendación. El gobierno ya estaba domado.  Según cuenta Roy Barreras, Iván Márquez hasta se permitió alzarles la voz.

En realidad, nunca hubo "mejor acuerdo posible". Se necesitaban otras condiciones estructurales, que estaban al alcance del gobierno.

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