‘Mermelada’ por votos

El promotor de la millonaria mermelada que tuerce la voluntad popular es el Gobierno Nacional.

Por mis compromisos como conferencista, recorro diferentes capitales del país. En las semanas recientes he tenido ocasión de recoger decenas de testimonios sobre los desbordados caudales de dinero que han inundado la campaña electoral, tanto en Bogotá como en otras regiones. Suelo decir que, por fortuna, en Colombia vivimos en una democracia. Pero lo que viene pasando con el poder de la plata en las elecciones desvirtúa buena parte de los valores de esa democracia y la pone en serio peligro.

Ya no son los grandes carteles de la droga ni los jefes paramilitares quienes están detrás de esos torrentes de dinero. Se supone que tampoco los jefes guerrilleros, aunque del destino de sus enormes fortunas nada sabemos a estas alturas de la negociación del Gobierno con las Farc en La Habana. Lo más triste, lo más grave, lo más delicado es que –además de las ‘bacrim’– el principal promotor de esa inflación de cientos de miles de millones de pesos para torcer la voluntad popular en muchos pueblos, ciudades y departamentos es el Gobierno Nacional.

He repetido en esta columna que la criminal práctica de la ‘mermelada’ marcó otra vuelta de tuerca en la penetración de la corrupción en nuestro sistema político. Si en el pasado los gobiernos asignaban cuotas burocráticas a los congresistas que los apoyaban en el Congreso, la repartición de ‘mermelada’ por las dos administraciones del presidente Juan Manuel Santos tiene un alcance muchísimo mayor y muchísimo peor.

Ya no se trata solo de la entrega de puestos, sino de la asignación de áreas enteras de la contratación pública a congresistas de la Unidad Nacional. El cuento de que la ‘mermelada’ son obras, argumento torticero que los voceros de la Unidad Nacional y hasta el propio Presidente repiten con ligereza, es, en el mejor de los casos, una media verdad. Media verdad porque, cuando no se roban todo, son medias obras: decenas de miles de millones de pesos asignados desde Bogotá terminan en manos de contratistas señalados de antemano por congresistas que, como pago por esa asignación, reciben del contratista una buena tajada. A más tajada, menos obra.

Con esa plata se enriquecen los contratistas, pero también los congresistas. Hay gigantescas fortunas surgidas de la noche a la mañana, imposibles de explicar con el salario del senador o del representante. Pero, como hace falta elegir amigos en alcaldías y gobernaciones, mucho de ese dinero lo invierten los políticos en estas campañas. Y también los contratistas, que siempre quieren tener amigos en el gobierno local o regional.

Muchos ediles, concejales y diputados se unen a la fiesta al cobrar tarifas millonarias por apoyar a un determinado candidato. En Bogotá, conozco historias de ediles cuyo apoyo a un candidato a la alcaldía vale hasta 400 millones de pesos, y concejales cuya tarifa supera los tres mil millones. Y esto no solo ocurre en la Unidad Nacional. También en el Polo Democrático, quizás la más grande maquinaria electoral de la capital por estos días.

Comprendo que un panorama como el que describo desaliente a muchos y los lleve a engrosar el ejército abstencionista. Pero se equivocan: esa actitud favorece a los hampones de la política. Cada elector potencial que se queda en casa y no ejerce su derecho a conciencia valoriza el voto comprado con la ‘mermelada’ criminal.

Es simple: si hay menos votos libres y más votos comprados, tienden a ganar las elecciones los candidatos que más ‘mermelada’ reparten. Eso produce peores gobiernos y agrava el mal estado de salud de nuestra democracia. Por eso, a pesar de todas las imperfecciones de nuestro sistema, y justamente para que no se sigan ahondando, urge ir a votar hoy de manera libre y por quien nos parezca el mejor del tarjetón.

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