NADIE LE GANA A UNA ESTRATEGIA ARBITRAL

Un árbitro, en el fútbol, en la política o en cualquier actividad o negocio, tiene la función si se quiere única de hacer cumplir el reglamento con imparcialidad. No debe ser un competidor más, porque impondría una ventaja ilegítima, una superioridad contraria a su autoridad. En el fútbol y en la política, ningún competidor puede ganarle con su estrategia a la que trace el individuo investido de la atribución arbitral. Esta es una conclusión de esta larga temporada de tensiones electorales y mundialistas.

Del árbitro en el partido entre Colombia y Brasil se han hecho incontables críticas. Su parcialidad fue notoria. Sobre todo, tengo la fuerte impresión de que se valió incluso del reglamento para desplegar un plan de boicot contra el equipo colombiano. Si en el primer tiempo nuestros futbolistas jugaron sin coordinación ni serenidad y el primer gol brasileño fue sorpresivo e inevitable, un factor determinante de esa actuación desconcertante fue la estrategia arbitral, consistente en sostener una intermitencia desesperante en el partido. Por cualquier motivo, o sin motivo, lo detenía.

Hasta la estrategia más inteligente y efectiva, como la de Pekerman, tenía que desbaratarse. Y en el segundo tiempo, como Brasil no podía perder, el árbitro arreció en su decisión de frenar a toda costa a Colombia, anularle un gol con el argumento, siempre discutible, de la posición adelantada. Felicitado por la Fifa, el juez, el garante del reglamento, ganó con su estrategia demoledora e inapelable.

Y en el campo de juego de la política y las elecciones, vale también la conclusión axiomática: Nadie le gana a una estrategia arbitral. Un árbitro convertido en competidor no puede probar que es imparcial, sobre todo si acapara las garantías y utiliza todos los medios a su alcance para asegurar superioridad.

El juego limpio, la buena fe, la honorabilidad, parecen cualidades mandadas a recoger. No es fácil que tantos jóvenes se convenzan hoy en día de que hay que ser éticos, después de un partido tan decepcionante como el del viernes, en el cual, así como en la política, el árbitro ejecutó su propia estrategia. Venció, pero ni riesgos de convencer.

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