Negarquía

Puedo   apostar a que pocos días antes de la primera vuelta, el Gobierno y las Farc, tan sincronizados y coordinados como están, firmarán el acuerdo sobre el tercer punto de la Agenda, el que se refiere al narcotráfico. Por supuesto, semejante firma se hará entre bombos, algazaras y platillos porque será la cuota trimestral que la guerrilla ha de abonar a la cuenta reeleccionista para proseguir con las felices negociaciones de La Habana. En contrapartida, el Gobierno tendrá que hacerse el de la vista gorda frente a las extorsiones, persecuciones y violaciones con las que su interlocutor está consolidando desde ahora el cogobierno regional y local con que se premiará su aporte a la campaña.

Pero no solo eso. La factura es mucho más elevada porque el Ejecutivo tendrá que aceptar (gustosamente) la Octava Papeleta en la primera vuelta, aquella mediante la cual las Farc se asegurarían la convocatoria directa de una Asamblea Nacional Constituyente bajo su relativo control.

En resumen, la Jefatura del Estado ha convertido la campaña reeleccionista en una maquinaria al servicio de las Farc puesto que centra toda la atención en la retórica abstracta de “la paz” sin que ningún votante sepa exactamente en qué tipo de compromisos ha incurrido, o cuántos beneficios y privilegios se le están concediendo a la banda terrorista.

Surge entonces la necesidad de apelar a la negarquía, ese concepto acuñado en el 95 por el colega Daniel Deudney y que le permite al ciudadano empoderarse para “negar, limitar o constreñir a una autoridad arbitraria”.

Recordando que una autoridad solo puede concebirse como legítima si se comporta de manera transparente y rinde cuentas ante el ciudadano sin complacer a ningún victimario o violador de los derechos fundamentales, la negarquía no es tan solo oposición, inconformismo o equilibrio de fuerzas.

Porque si el presidente del Congreso reclama de la banda el cese unilateral del fuego y un senador oficialista pide la ruptura de las negociaciones ante tantos crímenes atroces, lo que queda en evidencia es que la continuidad del diálogo solo puede darse en beneficio de las Farc y en detrimento de la democracia.

Entonces, si con subterfugios y maniobras cada vez más osadas el Jefe de Estado insiste en complacer a los farsantes, los ciudadanos bien pueden declararse en negarquía, la mejor forma de denunciar ante el mundo cómo el terrorismo se las arregla para acceder al poder en la más completa impunidad y sin renunciar a la violencia.

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