Ni invencible ni garante de gobernabilidad

Columnista invitado. Según el mito, el peronismo es la única fuerza capaz de gobernar sin caerse y controlar a los factores de poder. La Historia no dice lo mismo.

En nuestra mitología política el peronismo es una fuerza todopoderosa y, por lo mismo, la única que garantiza la gobernabilidad. No puede negarse que, defendiendo a los más débiles (en particular durante los años 40 y 50) el peronismo se hizo de una base popular difícil de reducir. Tampoco se puede negar que tiene vocación de poder, pragmatismo, afán de eficacia y la capacidad de cambiar de ideologías sin perder identidad. Se puede decir, y es cierto, que le ha tocado gobernar siempre en tiempos de vacas gordas; pero es cierto, también, que en todos los casos ha sabido aprovecharse de esa suerte. La Historia demuestra, sin embargo, que -como toda fuerza política- el peronismo tuvo fracasos, perdió ocasionalmente la mayoría y en más de una vez le fue imposible asegurar la gobernabilidad.

Juan Domingo Perón (1946-1955). El General tenía un fuerte ascendiente en el Ejército. La cúpula le era incondicional. Él ejercía, además, un poder político casi absoluto, con la aquiescencia de la “comunidad organizada” y el apoyo mayoritario de la población. Sus reformas sociales le permitieron, por otra parte, crear un poderoso aparato sindical. Era muy difícil pensar que Perón perdiera el control de las fuerzas armadas y, sin embargo, lo perdió. Sus compañeros de armas no sólo lo derrocaron: lo tuvieron dieciocho años proscripto. Se ha dicho que él fue víctima de implacables poderes económicos, nacionales y extranjeros, cuyos intereses había afectado. Esa explicación no hace sino mostrar que el peronismo (empezando por el propio Perón) no ha sido siempre garante de la gobernabilidad, que consiste, precisamente, en neutralizar desde el gobierno a los factores que conspiran contra la continuidad institucional.

Héctor Cámpora (1973). No podía ejercer un poder real: lo habían elegido bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Pero en los 51 días de su presidencia el propio peronismo, con sus enfrentamientos internos, provocó una inestabilidad política imprevisible. El día en que Perón regresó al país, peronistas de derecha ametrallaron en Ezeiza a peronistas de izquierda y el avión que traía a Perón debió aterrizar en otro aeropuerto, solitario.

Perón (1973-1974).

En su tercer mandato, se propuso asegurar la gobernabilidad acordando un “proyecto nacional” entre todos los partidos; pero no pudo contener la rebelión en sus propias filas y se sintió obligado a romper públicamente con los montoneros, que no habían abandonado la “vía armada”.

Isabel Martinez (1974-1976).

Perón fue elegido en 1973 para que gobernara hasta los 81 años. Era esperable que, dada su longevidad, seleccionara como vice a alguien que, llegado el caso, tuviera la fuerza necesaria para conducir el país. Sin embargo, eligió a su esposa, que no reunía esa condición. No sólo eso: dejó en posiciones de poder a un hombre que, frente al peronismo revolucionario, ejerció a través de la Triple A el terrorismo de Estado.

Fue una cruenta penuria de 632 días. La circunstancia fue aprovechadas por las fuerzas armadas para instaurar una fatídica dictadura.

Italo Luder.

Con la aspiración (y posibilidad) de ser Presidente de la Nación, quiso asegurar la gobernabilidad aplacando a los militares: les garantizó la amnistía por la luctuosa violación de los derechos humanos practicada por la dictadura, cuyos máximos responsables fueron encarcelados por Raúl Alfonsín. Luder no pudo llegar al poder: cayó en la primera elección presidencial perdida por el peronismo.

Adolfo Rodríguez Saá.

Producida en 2001 la caída de Fernando de la Rúa, todo el peronismo ungió en la Asamblea Legislativa a Adolfo Rodríguez Saá como nuevo presidente, Y el propio peronismo lo forzó a renunciar siete días más tarde.

Eduardo Duhalde.

Había llevado al peronismo a su segunda derrota (en 1999) pero lo eligieron para completar el gobierno que le habría tocado ejercer. Dejó atrás el funesto “1 a 1”, iniciando la recuperación de la economía, pero no logró la gobernabilidad. Renunció cuando aún le faltaban 28 semanas para cumplir con el mandato que le otorgara la Asamblea legislativa. ¿Fue porque la policía bonaerense mató a dos manifestantes? Eso era motivo para mandar a los asesinos a la cárcel, no para que dimitiera el presidente de la República. Sin duda, Duhalde sintió la fuerza inhabilitante de su propio partido.

A pesar de todos esos antecedentes, gran parte de la dirigencia no peronista ha padecido hasta ahora un complejo de inferioridad: · Dicen que el peronismo, cuando no gobierna, “no deja gobernar”. Es lo mismo que decir: “Si llegamos nosotros, el país será ingobernable”.

  • Señalan al sindicalismo como un monstruo imbatible que le hizo 13 paros generales a Alfonsín, sin recordar que los perdió todos. Los repetía porque resultaban ineficaces · Durante los últimos 15 años han hablado de “menemismo” o “kirchnerismo”, como si se tratara de fuerzas nuevas. De ese modo, cuando un gobierno peronista entra en crisis, el peronismo ha quedado exento de culpa y pudo presentarse, otra vez, como una novedad.
  • Ante una nueva elección presidencial advierten que han estado atacando a distintas variantes de una misma fuerza y denuncian que esa elección presidencial puede ser una “interna peronista”: algo que, si ocurre, es porque la gente ha creído que, en efecto, sólo el peronismo puede gobernar y busca reemplazar a un peronista agotado por uno fresco.

Es difícil entender por qué, si se consideran impotentes, políticos no peronistas disputan, a veces de forma encarnizada, la candidatura presidencial; salvo que tengan el módico propósito de ganar algunas “cuotas” de poder.

Hoy se está formando una coalición que podría superar la impotencia y ofrecer una alternativa verosímil. No un frente antiperonista, porque el país no necesita guerras políticas sino una competencia entre dos fuerzas con aptitud para gobernar, cada una con sus ideas e iniciativas.

terragno@gmail.com

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