Ni lo uno, ni lo otro

Tan abominable la amenaza proferida hace un par de días en contra del caricaturista Julio Cesar González “Matador”, como la manera en la que este la hizo pública.

“Amigos, ante las amenazas de muerte de algunos seguidores del uribismo y del Centro Democrático, he decidido no volver a publicar nada en mis redes sociales. Si quieren venir por mí, no tengo escoltas ni nada… tengo un lápiz y mi cerebro”.

Repudiable y sin justificación alguna que Ariel Ortega Martínez, nombre del frenético individuo que escudado en la valentía que da ese cuasi anonimato que hay en esa tierra de nadie que son las redes sociales, intimidara al caricaturista.

Tal parece que en esta ocasión (que no la única), la molestia del enajenado tuitero, surgió porque el fallo de una tutela que interpuso el abogado José Luis Reyes, pidiéndole a “Matador” que por respeto rectificara la caricatura titulada Duque Reflexiona, en la que dibuja al candidato como un cerdo diciendo: ¡¡Ay No!! Soy el único uribista que no está ‘cochino’, salió favorable al caricaturista e hizo que Ortega montara en cólera y se despachara en su contra diciendo: “Matador es un canalla, que (sic) falta nos hace Castaño para callarlo”.

Inaceptable que a falta de argumentos se recurra a amenazas.

Ahora bien, quiero dejar igualmente claro que tampoco estoy de acuerdo con las irresponsables acusaciones que hizo el caricaturista “Matador”, quien, en vez de haber denunciado al salvaje de las redes, primero ante las autoridades correspondientes y luego ante sus seguidores, con nombre y apellido, prefirió dejar tendida esa gravosa sombra de duda sobre los seguidores del uribismo y del Centro Democrático, aprovechando, claro está, que estamos en ¡época preelectoral!

El hecho de que el agresor lamentablemente milite en ese partido político por el cual el caricaturista siente una profunda animadversión, no lo autoriza para dañarnos de esa manera.

Y digo dañarnos, porque soy “alguna de esas seguidoras del uribismo y del Centro Democrático”. Me siento aludida y, por ende, agraviada, porque de cierta manera me responsabiliza de las amenazas proferidas en su contra. Igualmente, así se sentirán cientos de miles de personas que también hacen parte de esa colectividad y que, aunque no comulgamos con la mayoría de sus apreciaciones, jamás nos atreveríamos a soltarle ningún improperio a pesar de sabernos permanentemente hostigados y ofendidos por la virulencia de sus caricaturas. En esa medida, exijo, entonces, una pública rectificación por parte del caricaturista.

Que sea esta la ocasión para recordar que no podemos permitir que con el manido argumento de la libertad de expresión, tengamos que enfrentarnos invariablemente, a soportar toda clase de faltas de respeto. La libertad de expresión no es un salvoconducto para largar expresiones (habladas o dibujadas) sucias o violentas.

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