Niño y ríos: agua pasó por aquí

La ola de calor actual desnuda no solo la pobreza de los planes de contingencia ante la escasez de agua, sino la ausencia de proyectos de cuidado ambiental en todos los niveles. El drama será largo.

La sequía y las penurias que bordean el cauce de los dos principales ríos del país, el Magdalena y el Cauca, dejan a la vista no solo la intensidad del Fenómeno de El Niño sino la incapacidad de anticipación de las instituciones públicas y privadas para enfrentar la falta de agua y para protegerla.

Como de costumbre, el país se refiere a los efectos de la ola de calor en términos coyunturales: a sanciones para quienes no ahorren líquido y despilfarren energía, a la repartición de agua con cisternas para paliar la escasez, a subsidios potenciales para los pescadores con sus redes vacías, a que no veamos a nadie regar jardines y lavar más de una hora su vehículo…

Y esa es una realidad que se debe enfrentar, con un cambio cultural que se demanda no solo frente al momento sino como actitud permanente de conciencia ambiental y ante la limitación cada vez mayor de los recursos hídricos. HAY QUE AHORRAR AGUA TODO EL TIEMPO.

Los principales medios regionales de Colombia como El País, La Tarde, El Nuevo Día, Vanguardia Liberal, El Universal, La Patria y El Colombiano, reunidos en Colprensa, publicaron un informe amplio sobre la realidad desastrosa que sufren decenas de pueblos ribereños del Magdalena y del Cauca. Bajo esa óptica hay que preguntarse, como lo hacía ayer en su columna nuestro experto en el tema, Ricardo Lozano, ¿qué están haciendo los ministerios de Medio Ambiente, de Minas y Energía, de Vivienda y de Agricultura, para desarrollar planes estructurales de protección de los bosques y selvas, de las fuentes de agua y de los ríos, de control ambiental de las explotaciones minerales e industriales en campos y ciudades del país? ¿Qué se hace para entender que Colombia empieza a tener notorias limitaciones para proveerse de agua y que las mismas tienden a agravarse debido a la intensificación de fenómenos como El Niño y el mismo cambio climático?

¿Qué se hace para tener estrategias de producción y riego acordes con las vocaciones de los territorios y las demografías de los municipios del país? ¿En qué va el trabajo de las corporaciones regionales ambientales y de las secretarías departamentales y municipales que pueden influir en el logro de un desarrollo sostenible y el cuidado prioritario del medio ambiente?

El reportaje referido habla de poblados donde “el río desapareció” y “los peces mueren por falta de oxígeno”. De comunidades que suenan a diario las alarmas de los bomberos para recordar que se debe ahorrar agua. De remolcadores y barcos que deben quedarse varados porque no hay río para navegar. De gente esperando “que el río vuelva”.

Es obligación analizar la emergencia con un Niño casi al doble, uno de “gemelos”. Un fenómeno que entre 1997-1998 le dejó a Colombia, según la Cepal, 564 millones de dólares en pérdidas y que en 2016 puede provocar daños peores. Pero la situación exige que el Gobierno y las empresas privadas y ciudadanos (también decisivos) empiecen a concertar medidas eficaces de reinvención de la economía y la administración de los recursos naturales del país frente a condiciones climáticas cada vez más extremas y adversas.

Ver el Magdalena y el Cauca rodeados de playas agrietadas, de basuras expuestas por la sequía, de peces que salen a “intentar morder el aire” y de pescadores con redes vacías que sorben tinto, debe obligar a reaccionar a un país que aún cree que le sobra el agua y que es un paraíso inagotable.

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