NO SON LOS MÚSICOS SINO EL DIRECTOR

No había que ser mago para imaginarse el derrumbe en las encuestas ni el cambio de gabinete. En tres carteras llegará el cuarto ministro. Es la fragilidad de un gobierno que sufre de inestabilidad no sólo en sus nombres sino en sus políticas. Tendremos un gabinete aun más samperista y con un godito menos. Intuyo que ni la caída estrepitosa en la popularidad de Santos ni el maltrato burocrático, serán suficientes para que la bancada conservadora rompa con la "unidad nacional". El Gobierno podrá estar haciendo agua, sus políticas lejísimos de lo que deberían ser las conservadoras y los parlamentarios bravos con el golpazo, pero en período electoral la mermelada es suficiente para amarrar a los godos al buque gubernamental que naufraga.

En cualquier caso, el remezón ministerial son puros juegos artificiales. Detrás no hay nada. Ni podría haberlo, me temo. El problema no es de comunicación, como insiste inútilmente el Presidente. Si lo fuera, los miles de millones en publicidad oficial deberían haber servido para arreglar la malísima percepción ciudadana. Ahí están los medios maquillando y maquillando, silenciando a los críticos y dándole la manito al Presidente y nada, Santos va de mal en peor. No es tampoco, aunque así lo crea el Jefe de Estado, cuestión de un juicio ciudadano injusto sobre su gestión.

La caída estrepitosa en popularidad es justa como pocas. Y lo es porque en realidad el problema es el mismo Santos por, al menos, dos razones. La primera, de credibilidad. No había acabado el Presidente de posesionarse y ya estaba en la tarea de traicionar el mandato de sus electores.

A Santos lo elegimos para continuar con las políticas del uribismo. Santos no es Uribe, todos esperábamos que tuviera su propio estilo y nadie pretendía que fuera una marioneta. Pero las relaciones con el socialismo del siglo XXI y la manera de enfrentar a la guerrilla son asuntos sustantivos en las expectativas ciudadanas y en ambos temas el Presidente ha hecho lo contrario a lo que movió a los electores a votarlo. Y después no ha sido mejor. Santos dice y se desdice con la misma facilidad con la que cambia de traje. En esas condiciones, no hay quien le crea.

La segunda es de liderazgo. Más tiempo se mantiene un mono quieto que Santos en una decisión que toma. Y aun admitiendo que lo hace con la mejor intención de acertar, se demora una eternidad en decidir. Ahí está, por ejemplo, Nicaragua. La sentencia se produjo hace más de nueve meses, los expertos colombianos presentaron su informe en abril y los ingleses en mayo y vamos en septiembre y la Canciller se limita a decir que no hay prisa y se dedica mientras tanto, mire lo brillante, a decir que el proceso de paz es "inédito". En fin, el Presidente es débil y voluble y recula que es un gusto. Y como le midieron el aceite, ahí viene un paro detrás del otro.

Como sea, el problema no son los violines ni la viola sino el director de orquesta. Por eso aunque ha cambiado mil veces de ministros, en realidad nada cambia. Ni se toman decisiones ni se ejecuta.

Seguramente el Presidente repuntará algo en la próxima encuesta. No es previsible que se mantenga en semejante hoyo. Pero la reelección la tiene, hoy por hoy, embolatada. Si le sale gallo fino, lo derrotan. Vargas Lleras debe estar oliendo sangre. Si se atreve, Santos está liquidado. Si no, depende del proceso de paz. Pero ese también está enredado. Si se cumple lo que dijo la Constitucional, los máximos responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad, los miembros del secretariado y los del estado mayor de las Farc, no podrían acceder al beneficio de no ser perseguidos penalmente ni sus penas pueden ser totalmente suspendidas. Es decir, deben pagar cárcel. La tendrán muy cuesta arriba en La Habana tratando de convencer a los bandidos de que firmen en esas condiciones.

La Corte corrigió el marco jurídico de impunidad. Por eso Santos, que no quiere reconocerlo, está pidiendo aire. La relacionista de Exteriores lo convenció de que en la ONU le darán una mano. Está perdido.

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