ODA A LA COHERENCIA

Coherencia: "Actitud lógica y consecuente con una posición anterior", dice la Real Academia. Y una virtud fundamental en un político porque permite a los electores tener certeza de a quien eligen y de cuales serán las acciones y posturas de su candidato cuando alcance la función pública a la que aspira.

Admitamos que la coherencia no es ciertamente una cualidad que abunde en nuestros campos. Aunque la política colombiana está plagada de ilusionistas y payasos, y uno que otro equilibrista y ventrílocuo, lo que se da como maleza, para envidia del Circo del Sol, son acróbatas y trapecistas. Estamos llenos de personajillos que dan un salto tras otro, de partido a partido, de gobierno a gobierno, sin caerse ni sonrojarse. Para ellos el resultado nunca es malo, trepando de una administración a la siguiente, medrando siempre en el erario público y asegurando una cuota de clientela para sus más cercanos feligreses.

Pero esta elección es, quizás, el súmmum de la incoherencia política. No recuerdo ninguna otra en que tantos y en tan poco tiempo hayan cambiado de tal manera sus posiciones, algunos de ellos abandonando principios que decían caracterizarlos.

No me refiero, por obvios y conocidos, a los royes y armanditos o a los conservadores enmermelados que están hace años al arriendo del mejor postor. Esos hace rato que arriaron las banderas de cualquier doctrina y no son más que mercenarios de la política, aunque sin el coraje que, para bien o para mal, sí tienen quienes se juegan la vida en la batalla. Muy al contrario, estos son ejemplares dignos de libros de texto sobre la supervivencia, parásitos que se aferran a sus presas y de ellas se alimentan.

Tampoco hablo del dueño del circo, hoy reelecto, que hizo de la incoherencia una máxima y de esa frase de antología, "solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias", un lema de vida. Y que si antes no dudó un instante en traicionar a sus electores y su propuesta de campaña y gobernar con los partidos y programas de sus contradictores, ahora tampoco tuvo pudor y se alió hasta con el diablo, literalmente, para ganar las elecciones. Si la "circunstancia" era ganar, todo era posible. En fin, de Santos ya sabíamos que solo es coherente con sus ambiciones.

Hablo de aquellos de quienes se presumía una cierta posición, una doctrina, una ideología, una búsqueda de coherencia. De León Valencia, por ejemplo, que se vende como adalid de la lucha contra los parapolíticos y que en esta ocasión no tuvo reparo en quedar alineado con los que él mismo había "denunciado". O Claudia López, a quien respeto, pero de quien no puedo entender que apenas unas semanas antes dijera que "con la manera como se roba a manos llenas la plata de los colombianos para financiar las campañas de los políticos para que apoyen la reelección del presidente Santos, francamente es imposible apoyar al Presidente" y que después, con la excusa de la paz, le diera público apoyo, aunque sobre ese pretexto hubiera dicho que "Santos ni siquiera entiende en que consiste la paz de Colombia [y] Santos no solo no es necesario sino que puede ser un obstáculo para la paz". Por cierto, ¿los dos dirán algo sobre las "votaciones atípicas" que en distintos municipios del país tuvo Santos, con la misma teoría con la que defenestraron a varios políticos en años anteriores? ¿O esta vez, como quedaron del mismo lado, pasarán de agache?

O Clara López, que no tuvo reparo ninguno en sostener, cuando era candidata, que "el gobierno de Santos está organizando la compra-venta de votos más grande en la historia con la plata de los impuestos" y después sumarse a esa campaña que, de creerle, solo podría calificarse como delincuencial. Y que, de izquierda militante, también terminara en las huestes de varios acusados de parapolítica. O Antanas Mockus, el de la "moral intachable", según una revista, quien afirmara que "el "todo vale" es la peste de cualquier sociedad", y que ahora terminó ahí, en el juego sucio y el "todo vale" dizque por la paz.

Está visto: para desengaños, los de la política.

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