Odisea en la frontera del dolor

Desde Miraflores se quieren amputar los antiquísimos afectos de los hijos del ideario del Libertador, en el afán permanente de un gobierno corroído por la orfandad electoral.

Un niño es expulsado de Venezuela como si habláramos de un delincuente de alta peligrosidad. Toma un juguete de plástico para partir como proscrito de una causa que no entiende. Su cambuche terminó en el piso, desnudo de oportunidades. Quebraron sus ilusiones, obligándolo a buscar cobijo en la otra orilla. Como este, miles de episodios de una medida odiosa, absolutamente envuelta en el espíritu ruin que caracteriza al desgobierno que tenemos. Seres humanos a los cuales se somete a la humillación xenófoba de una tiranía cada vez más rupestre.

Con una cerca, el régimen pretende separar a Venezuela de Colombia. Ignoran que las dos patrias viajan en las venas de millones de ciudadanos que son herederos del sueño integracionista de Simón Bolívar. Un cerrojo de púas busca crear mayores conflictos en una zona convulsa. Nicolás Maduro arremete contra su patria. Es la tétrica historia del mal hijo que levanta el cuchillo para rebanar el cuello de su progenitor. ¿Se puede creer en alguien que atenta contra sus raíces? Quien insulta los huesos históricos de su origen es capaz de las más horrendas propuestas de barbarie. Desconocía Colombia que su agresor era precisamente un hombre que habría nacido en un sector humilde de Cúcuta. Una verdadera tragedia griega en tiempos de modernidad. Solo que la maldad es la vieja hechicera que resiste los designios del tiempo, sabiéndose acomodar al viaje brumoso de los calendarios. Muchas historias se tejen en la lánguida mirada de los humillados. Hemos visto uno de los hechos más tristes del cual tengamos memoria, un gobierno profundamente perverso busca quedarse en el poder. Sin importarle la suerte de los débiles, su motivación particular es imponer su modelo primitivo de tropelías.

Sobre sus hombros, los pocos enseres que pudieron salvar cuando las máquinas tumbaron sus casas, desvalijándolas ante la anuencia cómplice de los órganos de seguridad del Estado. Los tratan como a malhechores. Son nómadas expulsados al estilo de los gitanos en la París de 1439. Marcadas sus casas, como hizo el nazismo con los judíos para después llevarlos a los campos de exterminio. Son víctimas de los hijos de la mala entraña.

Desde Miraflores se quieren amputar los antiquísimos afectos de los hijos del ideario del Libertador. Un odio trenzado con las sediciosas manos de la maldad del alma; afán permanente de un gobierno corroído por la orfandad electoral. Con el deseo de permanecer perpetuamente atormentándonos. La medida busca desviar la atención de la pavorosa crisis que padecemos. Ante el quiebre definitivo del proceso revolucionario venezolano, convertido en menguado arraigo en la gente, apelan al patrioterismo estéril para tratar de reabrir las viejas heridas de los desencuentros entre ambas repúblicas.

Es el mismo libreto que hizo que perdiéramos décadas en debates improductivos, que solo ahondaron en las diferencias. Aquí lo medular del asunto es poder volver a encontrarnos, entender que podemos crecer juntos si andamos de la mano. El odio de un colombiano por la patria de su origen; es monumental su incapacidad para dirigir los destinos de Venezuela, no puede ser un óbice para no intentar vencer a quienes buscar ganar rédito con el dolor. Llámense chavismo, guerrilla y narcotráfico. Que vienen siendo lo mismo.

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