Oportunidades perdidas

Pasan los años, se agudizan los problemas de la Democracia colombiana, se tramitan reformas y nunca se afrontan los temas candentes: la decadencia en la Justicia y la degradación del ejercicio de la política. Estos temas, desde la vigencia de la Constitución del 91, fueron identificados por la opinión como semillas de dificultades, ya que las nuevas normas no respondían a la realidad nacional.

Todos los presagios se han cumplido con tan evidente regularidad que las instituciones correspondientes están hoy deformadas, irreconocibles, desprestigiadas. Y sus integrantes no gozan de la consideración de antaño. ¿No se dijo que cinco cabezas en la Rama Judicial (Corte Constitucional, Corte Suprema de Justicia, Consejo de Estado, Consejo de la Judicatura, Fiscalía) conducirían a un inevitable choque de trenes? ¿No se previno que entregarles a las Cortes facultades electivas, las politizaría velozmente y que el Congreso no debería elegir magistrados? ¿Por qué no se reglamenta la tutela para que simbolice el reconocimiento y defensa de los derechos fundamentales, como lo expresa la Carta?

De los labios de varios constituyentes se oyó la advertencia de los males que traerían consigo la revocatoria del Congreso y la Circunscripción Nacional para Senado. Recordemos la renuncia-protesta del expresidente Misael Pastrana. Sin embargo, primaron las ansias electorales de los victoriosos en la Constituyente, quienes soñaban repetir la gesta en un escenario similar que ellos armarían. El freno de López Michelsen, al plantear la inhabilidad de los autores de la revocatoria, sepultó el descarado aprovechamiento de sus propias decisiones. Eso fue cierto, pero dejaron lleno de sombras y abismos el camino de la democracia.

El Congreso es presupuesto y regiones, recordaba Palacio Rudas. Es así de simple, para eso exactamente se concibió. Los actuales senadores y gobernantes debieran repasar la historia de la creación de los parlamentos. Eso, más la corruptela de nuestro sistema actual debería conducirlos a recuperar la justificación esencial de la representación popular. ¿Puede un senador ejercer la vocería eficaz de varios departamentos? ¿A qué se deben sus grandes votaciones en regiones que a veces ni conocen? No tapemos el sol con las manos. Todos los días se debilitan los lazos entre elector y elegido. Todos los días se debilitan los pilares de nuestras instituciones. Claro, los cambios que tocan tantos intereses deben ser liderados por los gobernantes. Pero, cuando se trata de reformar al Congreso y a la Rama Judicial, los mandatarios no lideran, transan. Y, por lo tanto, siguen campantes la venalidad y la descomposición. Y, adiós, a los nobles propósitos que deben ser guía y faro de la nación toda.

Ante el bajón moral de la sociedad democrática, en editoriales de El Nuevo Siglo, escritos con pluma de águila, se ha urgido a los voceros del Conservatismo para que se empinen y desde las colinas de la historia rescaten la razón de ser del Partido Conservador. Y, sin miedo, superen los escollos que han resquebrajado a las instituciones y conduzcan la política, con inteligencia y dignidad. Como antaño.

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