Otra vez por la plata

A los capos de La Habana no les pueden quedar mal. Necesitan dinero y sus lacayos se lo tienen que levantar.

Volvieron a hacerlo. No pueden remediarlo. Les fascina la plata y lo que se interponga en su camino para conseguirla, lo eliminan. En este caso erraron el objetivo, mataron a los que no eran, pero volverán a intentarlo. Y tampoco es que dos muertos y dos mutilados les vayan a quitar el sueño.

El doble crimen que cometió el frente 63 de las Farc, en Puerto Santander, departamento del Amazonas, bajo el mando de ‘Óscar’ y ‘Jimmy’, solo tiene una razón: el billete. En Tumaco, el negocio era coca y extorsiones. En el mencionado caserío amazónico, de 120 casas y unos 400 habitantes, es oro. Y es que a los capos de La Habana no les pueden quedar mal. Necesitan dinero y sus lacayos se lo tienen que levantar.

La historia se remonta al 17 de febrero pasado, cuando la Policía decidió llegar a Puerto Santander.

Al poblado, a orillas del río Caquetá, casi todo el mundo accede desde un camino que bordea la Base del Ejército de Araracuara, en la orilla contraria. Los militares están para custodiar el radar de la Aerocivil que cubre el sur del país, así como una pequeña pista de aterrizaje.

Los indígenas vivían del pescado antes de que les contaminaran las aguas del Caquetá con mercurio. Con el arribo de los mineros de otros departamentos cambiaron de actividad. Ahora trabajan para los buscadores del dichoso metal.

Extraen el oro del fondo del Caquetá con dragas –hay 65 en el río–, que necesitan combustible, y lo traen desde Putumayo, flotando en canecas atadas y cubiertas con una malla. Pasan por Puerto Santander, y ahí es donde entra la policía.

Antes de que enviaran a quince uniformados a controlar ese tráfico, acampaban a sus anchas. Pero los policías empezaron a requisar cargamentos y las Farc no podían tolerar que les dañaran su fuente de ingresos. Quizá pensaron que matando unos agentes, que duermen en el monte porque no hay estación aún, forzarían a su coronel, con sede en Leticia, a sacarlos.

Instalaron entre unas casas la bomba, con un dispositivo para activarla a distancia. Pero en lugar de policías, pasaron un teniente del Ejército, que se casaba en abril; un soldado, un cabo y una joven embarazada. Los dos primeros murieron destrozados, al cabo le arrancaron las piernas. Cuando fueron a rematarlo, el valeroso militar los enfrentó herido, con su fusil, y los puso en fuga. La mujer perdió una pierna.

En la zona, las Farc no solo cobran ‘vacuna’ a las dragas, sino que son dueñas de varias de ellas. Yo vi doce juntas, con canoas cargadas de canecas de combustible a su lado. Están amenazando la Amazonia y seguro los capos nos darán lecciones de conservación desde La Habana, mojito en mano, y el Gobierno aplaudirá su aporte.

Pero Puerto Santander no es solo violencia guerrillera. Es completo abandono estatal, ausencia de inversión, indiferencia por su suerte; es un internado de instalaciones precarias, sin dotación académica; es un centro de salud vacío, indígenas sentenciados a sobrevivir en pobreza, minería que enferma la Naturaleza.

Nunca habían sido los pobladores testigos de la barbarie y están tan estremecidos por la bomba como en Bogotá por el ácido de Natalia. Pero ni ellos ni la Amazonia existen para los gobiernos. Valen nada.

NOTA: No se pierdan el Festival Iberoamericano de Teatro, orgullo de Bogotá. Hay obras buenísimas, como Folding, del chino Shen Wei.

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