Pactar con el demonio

Alianzas con el demonio nunca fueron buenas, ni justificables para alcanzar propósitos. El maligno, tarde o temprano cobra su quiniela y este impuesto amargo no le viene bien a las mentes burguesas.

Para un mandatario que proviene de la oligarquía ilustrada, donde se ha demonizado siempre a la izquierda, -alguna vez el padre del hoy presidente me citó a El Tiempo para ofrecerme un trabajo en un periódico que acababan de comprar en la costa, y me preguntó de sopetón si era comunista, enterándome acto seguido de un cronista del que debieron prescindir, “porque les estaba armando sindicato”- aparecer hoy como adalid de una victoria en la que están revueltas “todas las formas de lucha”, es poco creíble.

Me pregunto cómo hará Santos ahora para cumplirle a Iván Márquez, a Timochenko, a Pablo Catatumbo, a Piedad Córdoba, a Clara López, a la Unión Patriótica, a los Petristas de Bogotá, a la Marcha Patriótica, al ELN, a los escritores, poetas, profesores, músicos y periodistas de la Social Bacanería, y al tiempo a conservadores, verdes y liberales.

No imagino a la guerrilla fariana entregando armas, mientras la joven del sombrero negro que cantó el Himno Nacional en el parte de victoria, entona “La masa”, mientras Santrich escurre una lágrima y Tania, la guerrillera holandesa, enjuga otra.

La izquierda ilusa que apoyó a Santos para su segunda presidencia, debe estar preparada para el ‘conejo’; no porque Santos no les de participación –algo caerá de la mesa; representaciones en Turcas y Caicos, Haití, Honduras, Cuba- sino porque el póker es así. Mantener un cañazo hasta el final para ganar una partida, lo que llaman “bluff”, hace parte, afirman los que conocen esta faceta de su personalidad, del magisterio de Santos.

De paz se ha debatido siempre en Colombia. Todavía recuerdo la campaña del expresidente Belisario Betancur, inspirada en el mismo tema. Se pintaron palomas en las piedras de las montañas y en Cali, en Bellas Artes, los pintores pusieron a volar la paz sobre la piel de algunas modelos. Eso fue hace 32 años.

Como cualquier ciudadano de la calle, uno se pregunta si la guerrilla, acostumbrada a contar fajos de cien dólares, por su participación en el narcotráfico, está dispuesta a venir a las ciudades, a vivir en una casa de interés social, a vivir de un taxi o de una beca.

Iván Márquez, así lo vimos en fotos, rueda en motocicletas Harley Davidson, y hace tiempo dejó el guaro. Quienes han padecido secuestro por parte de las Farc, afirman que en esos cambuches selváticos abunda el whisky escocés, los relojes Rolex y también las prepagos.

El poder corruptor del narcotráfico es tan grande que permeó a la guerrilla con todos los símbolos de la traquetocracia. Ellos también hicieron su inversión de valores; quizá la entrega de armas ya no sea al tenor del viejo romanticismo socialista expresado en “yo pisaré las calles nuevamente”, “la masa” o “si calla el cantor”. Es probable que este sarao de la paz sea ahora con las canciones de Darío Gómez, El Rey del Despecho, -nadie es eterno en el mundo- El Charrito Negro o Silvestre Dangond.

No tengo nada contra la guascarrilera o el tecnovallenato, pero lo siento mucho por los escritores progres que estarán en esa fiesta alzando su banderita con paloma gorda. Los veré por televisión, contrariando un poco mi sentido de la estética que me ordena no ver por más de un minuto algo feo o grotesco.

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