País anfibio

La incomprensión del papel de estos ecosistemas y la estrechez del marco legal podrían llevar a que sólo se adopte oficialmente una parte de ellos como humedales.

En medio de la sequía, y antes de la próxima inundación, resulta necesario hablar de los humedales de Colombia. En particular, resaltar los avances en la realización del mapa y la caracterización de estos espacios liderada por el Instituto Humboldt y revisados recientemente por la comunidad científica nacional e internacional en Cartagena.

El trabajo, que contó con la participación del Ministerio del Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible, el Instituto de Investigaciones Marinas (Invemar) y el Instituto de Investigaciones Amazónicas Sinchi, además del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, fue financiado por el Fondo de Adaptación. Numerosas instituciones académicas, autoridades regionales y comunidades participaron en los estudios de campo, que complementan la utilización de tecnologías avanzadas de uso de sensores remotos. El conjunto de instituciones y actores no tiene precedentes recientes en el Sistema Nacional Ambiental.

Resulta significativo que, mientras el “inventario nacional de los humedales” —compromiso en el marco de la participación del país en la Convención Ramsar— venía realizándose con pasmosa lentitud, el proceso que comentamos fue acelerado como una de las respuestas ante la gran inundación de 2011. En medio de la tragedia se tomó la decisión de conocer y dar a conocer el tipo y la extensión de los humedales. Hoy cosechamos los resultados.

Del trabajo sobresale, en primer lugar, la diversidad. Contrario a reconocer como humedales sólo aquellos sitios con aguas permanentes —es decir, los sistemas acuáticos—, hoy sabemos que se incluyen en esa categoría lagos, ciénagas, esteros, morichales, bosques inundables, como guandales, cativales y natales, lagos y turberas y sabanas inundables o encharcables, además de los humedales artificiales. En total son 55 tipos de espacios anfibios. Gran diversidad, frente a la cual fracasamos cuando pretendemos manejarla con instrumentos y conceptos restringidos.

El segundo tema es que estos espacios abarcan hasta 30 millones de hectáreas, 20% del territorio nacional. La cifra y proporción preocupan cuando los humedales se ven como obstáculos para las actividades humanas. En cambio, la misma cifra podría ser vista como una riqueza que provee múltiples bienes, servicios y ventajas comparativas frente a los eventos del clima, como soporte de la adaptación del territorio.

Por supuesto, es necesario diferenciar la gestión de estos espacios, que en una proporción mayor son territorios de vida para comunidades rurales. No se desconoce además que, por el inadecuado uso del territorio, una buena parte de estos espacios haya sido convertida en sitio de riesgo para los ciudadanos y la infraestructura. Con un adecuado manejo, una parte de ellos conformaría nuestros humedales potenciales.

Hoy, en medio de la sequía extrema y la escasez del preciado líquido, hacemos conciencia de que nuestro país en gran parte es anfibio y está sometido a los eventos extremos del clima. La incomprensión del papel de estos ecosistemas y la estrechez del marco legal podrían llevar a que sólo se adopte oficialmente una parte de ellos como humedales. Sería una naturaleza disminuida por decreto, desaprovechando una oportunidad para reafirmar el papel de la ciencia y el conocimiento en la sostenibilidad del país. Un éxito en ciernes, para el Sistema Nacional Ambiental, esta vez en pleno funcionamiento.

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