Partidos políticos: ¿q.e.p.d?

En el sótano de las encuestas

Hace tiempo dejaron de ser opinantes

Los partidos políticos colombianos solían ser un emblema en América Latina. De hecho, tanto el conservatismo como el liberalismo hundían sus raíces en la propia fundación de la República, fruto  de la división entre bolivarianos y santanderistas. Ya antes, inclusive, cuando Antonio Nariño y Camilo Torres, los centralistas se reputaban de conservadores y los federalistas de liberales. Todo ello se ha venido difuminando, no sólo a causa del surgimiento de otros partidos, de raigambre incipiente, sino que, cualesquiera sean, aparecen en las encuestas con los mayores índices de desfavorabilidad.

Pertenecer a un partido político no sólo significaba mantener unas convicciones e ideas, sino que igualmente imprimía carácter. De tal manera era un modo de enfrentar la vida, por lo cual los partidos políticos, como entidades filosóficas, estaban incursos en la cotidianidad.

De ello hace ya muchos años. Y en la actualidad estar en uno u otro sector no dice mayor cosa.

Una de las más grandes críticas al Frente Nacional estuvo, precisamente, en que los partidos tradicionales se habían homogeneizado y desdibujado su expresión en el reparto alternativo del poder y la pertenencia milimétrica en la burocracia. Aun así, en esa época, fue cuando sectores adscritos a los mismos partidos cobraron mayor vigencia opositora, bien como disidencias, bien dentro de las divisiones.

Más tarde vino la Constitución de 1991, generando una explosión de personerías jurídicas. Ello hizo, a su vez, que el otorgamiento de avales a aquellos aspirantes que no tenían recibo en las estructuras centrales, pudieran candidatizarse. El tema se volvió negocio y muchos prosperaron en la política a partir de esos partidos de “taller”, cuya actividad principal consistía, naturalmente, en estar alerta en las épocas de elecciones para recaudar la mayor cantidad de “presas” a partir de quienes habían sido descartados en otras caudas. Ello trató de eliminarse más recientemente, pero aun así, en algunos sectores, el otorgamiento de los avales sigue siendo la razón de ser.

De tal forma, aquellos partidos opinantes que ponían en marcha unas ideas en las justas electorales, y que participaban continuamente del debate político, son cosa totalmente del pasado. Ahora se trata de que un par de congresistas saquen la cara por la mayoría, pero lejos está ello de ser una conducta continua que permita afirmar las bases con proyección de futuro, más allá de las elecciones inmediatas o de las reelecciones parlamentarias.
Los partidos políticos hoy están peor ranqueados que el mismo Congreso, que permanece en el sótano de las encuestas. Eso, por supuesto, debería ser motivo de preocupación, puesto que el trámite ordenado y eficaz de la democracia suele darse, como ocurre en otros países con raíces democráticas, dentro de los cauces partidistas. Es posible, claro está, que no estén matriculadas allí todas las personas, pero el núcleo partidista es lo que permite generar conciencia política y adscribirse a una u otra opción dentro de las alternativas que dan las elecciones.

Ahora resulta que las posibilidades de candidaturas por firmas han llenado el vacío resultante de esa desconfianza partidista. Es el fenómeno que viene en auge hacia las próximas elecciones de mitaca. Lo que no está mal, en sí mismo, puesto que de alguna manera muestra vigor democrático, pero que paralelamente significa que el partidismo incumple cada vez más con su postulado esencial: ser el tramitador de la democracia.

El sinnúmero de falencias, que van desde la financiación hasta los mecanismos espurios para hacerse elegir, están comportando la debacle partidista. Pero más allá de ello, lo que hace falta son partidos opinantes, lejanos al reduccionismo del twitter y capaces de afirmarse en sus convicciones. De seguir así, no sólo con un 81% de desfavorabilidad en las encuestas, en las siguientes elecciones habrán desaparecido como lo que en algún tiempo fueron.

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