Paz con espinas

A Colombia no le sirve someterse a los bandidos, son ellos los que se deben someter al ordenamiento jurídico que nos rige a todos.

A quienes aducen que el uribismo es el enemigo de la paz les deben haber caído como nuevo baldado de agua fría las críticas que el expresidente Pastrana hizo del proceso con las Farc.

¿Qué dijo Pastrana? 1) Que las Farc buscan lavar su imagen y lograr que les quiten el calificativo de terroristas. 2) Que las Farc están divididas y el ala militar no está en la mesa. 3) Que la época preelectoral es un mal momento para negociaciones porque puede llegar otro presidente que no acepte lo firmado por Santos. Y 4) que hay que bajar las expectativas sobre este proceso, pues no necesariamente significa el fin de la violencia. Mejor dicho, quien escarmentó en carne propia con su fracaso del Caguán no le ve nada bueno. Bien sabrá por qué lo dice.

Sin embargo, Pastrana respalda a Santos y cree que el meollo del asunto está en "desearle buena suerte". De hecho, nadie se atreve a decir que está en contra de la negociación por temor a ser estigmatizado como 'enemigo de la paz', cuando sus únicos enemigos son los terroristas, verdaderos 'rufianes de esquina' que son capaces de detonar bombas como la de Pradera (Valle), que dejó dos muertos y 34 heridos, en su mayoría niños.

Y aunque es evidente que no se puede construir una supuesta paz sobre la sangre de más víctimas, ni legitimar a un grupo de terroristas poniendo en peligro la vida de millones, un sector de la clase politiquera apoya la negociación de Santos incentivado por las mieles -o la mermelada- del poder. También los empresarios manifiestan su apoyo, pero, según una encuesta de Gallup para la revista Dinero, solo un tercio de ellos estaría dispuesto a financiar la reinserción y apenas el 40 por ciento contrataría exguerrilleros en sus empresas. Eso, claro, de dientes para afuera.

En cambio, el colombiano de a pie es menos sinuoso aunque los medios pretendan hacer ver otra cosa. Al igual que en la encuesta de Ipsos-Napoleón Franco del 10 de septiembre, la reciente de Gallup muestra que los colombianos no aceptan una paz a cualquier precio. El titular de EL TIEMPO dice: 'El 72 por ciento de los colombianos apoya proceso con Farc'. Pero más adelante se lee: "… apenas el 19 por ciento de los encuestados es partidario de que los guerrilleros que dejen las armas puedan participar en política, sin tener que pagar cárcel. El restante 78 por ciento (sic) se opone". ¿Qué va a pasar cuando el país compruebe que estos terroristas van a pasar de la selva al Congreso a través de una circunscripción especial (o sea sin ganarse la curul en las urnas) y sin que haya justicia?

Ya las Farc señalaron que el tema de las víctimas es "intrascendente", a lo que el Gobierno hizo mutis por el foro. Intrascendente porque el suyo es un 'estado de hecho' -para el que pretenden reconocimiento- en el que fusilan al que les estorba, pero aquí hay un Estado de Derecho que el señor Santos tiene que cumplir y hacer cumplir. Esa sola expresión de las Farc debería ser suficiente para cancelar lo que todos saben que es una farsa aunque no lo quieran decir.

A Colombia no le sirve someterse a los bandidos, son ellos los que se deben someter al ordenamiento jurídico que nos rige a todos. Según Rudolf Hommes, las amenazas de las Farc, en Oslo, pararon las inversiones -de los "filibusteros"- en la altillanura. Si eso es sin empezar, ya podemos ir imaginando adónde irá a parar este barco.

El Gobierno dice que esperará unos seis meses y que si no hay avances, romperá el proceso. Lo malo es que siendo "rehén" del mismo, queda la duda. De todas formas, sería lo mejor que podría pasar porque este no es un proceso para alcanzar la paz sino una vulgar legalización de terroristas tan aberrante como la que se hizo hace 20 años con Pablo Escobar. Y todo por un gobierno que sueña con una corona de laurel que para los colombianos será de espinas.

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