Paz y bandera política

Cuando un presidente habla de paz, y pone los medios razonables para buscarla, genera esperanzas, pero cuando ese presidente pasa a ser también candidato y opta por poner la paz como lema de su campaña, genera dudas y desconfianza, a la vez que se abre la puerta a engaños, a falsas ofertas, a mezquindades, porque el bien supremo de la paz pasa a ser bandera política, y la política, en nuestro medio, muchos la hacen para lograr el puesto que buscan, no importando para el propósito decir mentiras, exagerar y lucir posturas que ni sienten. Ahora, si el presidente al que me he referido es Santos, pues peor, porque el estandarte de la paz, buscada a cualquier precio, pretende que lo ampare de su bajo record como administrador, como ejecutor, como gobernante coherente.

Santos se ha empeñado en hablar de lo que vendrá después de pactar la paz con las Farc y, fungiendo de estadista, dice estar preparando el camino para lo que sigue en un escenario en el que, quienes antes se dedicaban a matar civiles indefensos, a narcotraficar, a extorsionar, a reclutar menores, a secuestrar, a sembrar minas quiebra patas, a volar pueblos, oleoductos, puentes y torres de energía, pasarán a ser los próximos congresistas y futuros alcaldes, gobernadores y hasta presidentes, pero eso representa un cambio tan brusco que es difícil que la gente se lo imagine en su real magnitud. No obstante, podría hasta hacerse el esfuerzo para ir asimilando ese nuevo escenario, pero para ello se necesita creer en el líder, en sus nobles propósitos y en su auténtico interés por sobreponer la hermosa meta de la paz a sus personales ambiciones políticas.

No es lo mismo el Santos presidente buscando la paz que el candidato Santos buscando la reelección bajo los postulados de una Colombia en paz que él (candidato) propone lograr para el bien del país, cuando ya conocemos, por sus casi cuatro años como inquilino de la Casa de Nariño, que lo que le importa es su ego, su otro período presidencial, así tenga que manejar politiqueramente las cuerdas que lo atan a los dueños de la agenda en La Habana. Si antes alguna esperanza podía tenerse en resultados felices con las conversaciones en Cuba, ahora es complejo abrigarla porque ya no es el interés nacional el que domina la conducción de esos diálogos sino el interés de quien se embarcó en ellos para buscar una reelección, la que le resulta indispensable para alimentar su insaciable ego.

Santos ya se hizo pasar por uribista para lograr la presidencia, y tan pronto la logró se dedicó a hacer lo contrario a lo que representaban sus posturas como candidato. ¿Qué eso no se repetirá? No lo creo, porque genio y figura hasta la sepultura. Ya engañó una vez, ahora puede intentarlo con la bandera de la paz dentro de un entorno en el que, aparte de haberse hipotecado a las Farc, a sus pautas, a sus propósitos, poniendo la paz como bandera política de su reelección, habría encontrado la fórmula para distraer la atención de los electores mientras, entre otros asuntos, como el agro, la salud, la justicia y la educación hacen agua y se precipitan a un abismo del que será costosísimo salir, así decrete más impuestos bajo el disfraz de alguna coyuntura invernal o similar.

Al Santos, con agotada credibilidad, al haber convertido la paz en bandera política, a falta de resultados suficientes para ser reelegido, resulta muy difícil creerle discursos de nobles propósitos porque ya sabemos que a él solo le importa su ego y para alcanzar sus metas cualquier cosa puede decir, tal como lo hemos visto en estos años de su mandato.

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