¡Perdió el país!

Las pasadas elecciones no fueron “las más pacíficas y las menos violentas en décadas”, como tan airosamente salió a pregonar el presidente Juan Manuel Santos (los hechos hablan por sí solos), pero sí, las más sucias de la historia.

Que fue la izquierda la que salió más mal librada porque le arrebataron Bogotá, botín del que se había adueñado por años, dicen los unos; que fue el Partido Liberal el que perdió hasta el nefasto bigote, dicen otros; o bien, que el gran derrotado fue el Centro Democrático (CD), porque no logró la Alcaldía de Medellín, ni la Gobernación de Antioquia.

Lo de siempre. Todos, en la medida en que endosan derrotas a los rivales, reclaman para sí grandes victorias.

En el caso de CD, como nada tenía, nada podía perder. Los resultados fueron desfavorables únicamente frente a las grandes expectativas que se creó. Debe darse por muy bien servido con lo alcanzado, puesto que por primera vez, y contra viento y marea, participó en unas elecciones regionales.

Un partido nuevo que ha tenido que encarar a un gobierno que ha utilizado todo su poder para aniquilar a quien lo critica, con la mordaza de los grandes medios de comunicación y con el Fiscal General dedicado a ponerle zancadillas, tiene que sentirse orgulloso de su logro. Los votos obtenidos tienen un valor incalculable. No fueron votos de opinión, fueron votos que nacieron en el alma de los colombianos que se resisten a entregar el país al Socialismo del Siglo XXI, fueron votos de quienes creen que el Estado debe velar, servir y recompensar a sus buenos ciudadanos y no a los terroristas.

Las 3 gobernaciones, 133 alcaldías, los 38 diputados y más de 550 concejales conseguidos, más que un triunfo, son un compromiso inmenso.

Hay que aprender de los errores cometidos para que la colectividad sea cada vez más madura, más estructurada y pueda formar los buenos políticos que hacen la buena política con la que comienza la paz y la justicia social. Obliga, además, a dedicar tiempo y esfuerzo para cultivar y promover esos jóvenes talentos con que cuenta, porque ellos serán quienes rijan mañana, no solamente el destino del partido, sino, el de la nación.

En fin, cada partido, cada movimiento es libre de cosechar lo suyo.

Sin embargo, lo que a todos nos compete por igual y debe llevarnos a una profunda reflexión, es que cuando unas elecciones son ganadas por la corrupción, como acaba de suceder, el país es el gran perdedor.

La pobreza que de tiempo atrás ha sido una veta electoral explotada mediante el trasteo y la compra votos pagados principalmente con tamales, tejas y mercados, sumada a la falta de controles estatales y a unos partidos políticos cada vez más raquíticos moral e ideológicamente hablando, se volvió ahora una macabra empresa, que mueve miles de millones de pesos. Ya no se requiere que el partido o movimiento, salga a buscar por todos los rincones de la geografía nacional, el trueque al menudeo. No. Ahora hay gente dedicada al negocio de vender y colocar grandes lotes de votos, en el lugar que se requieran. Para muestra un maletín.

Elecciones empachadas de mermelada, sucias “como nunca antes”. Perdió el país.

P. S. Informo a los lectores que estaré ausente hasta los primeros días del mes de diciembre.

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