Pizzo paisa y los santos inocentes

“Pietro, ¿es Sicilia tan peligrosa como dicen?

¿Peligrosa? ¿Quieres decir…?

O sea, ¿hay mucho crimen violento?

No, el problema de Sicilia no es ese. –Santoro acarició el rostro angelical de la trinacha de cerámica- . Nunca verás a gánsteres pegando tiros. Excepto en el cine, claro. La tasa de homicidios en Palermo es más baja que la de Berlín o Frankfurt”.

De la novela “Yoga a la siciliana”, de Eduardo Jáuregui.

“Inocente palomita, te dejaste engañar hoy por ser día 28, en nadie debes confiar”, es lo que en algunas regiones de América Latina dicen el día de los Santos Inocentes. Pero parece que en Medellín nos quedamos en 28 de diciembre hace años, creyéndonos, por tontos o cobardes, la idea que todo va muy bien. No faltan columnistas y académicos que felicitan a las autoridades municipales diciendo que pasarán a la historia por sus logros en una supuesta mejoría de la seguridad, pues limitaron el concepto de seguridad a bajar el número de muertos, o por lo menos su registro.

La tasa de homicidios en Sicilia es menor que la de Escocia, dice el profesor de sociología de Oxford y experto en mafia, Diego Gambetta, pero como dice Jáuregui, ese no es el problema de Sicilia. Las últimas alcaldías de Medellín han querido convencernos de que como hay menos muertos, vamos muy bien, aunque eso sea deseable. Medellín es una ciudad extorsionada y como el picudo rojo, un gorgojo que ataca a las palmas, la extorsión se la está comiendo por dentro aunque por fuera no se nota nada. Pero como es más fácil pegar ladrillos y construir parques artificialmente necesarios, se convirtió el “urbanismo” en el perfume para tapar la podredumbre que nos está ahogando. Como dice un antiguo empresario de esta ciudad, “la tienen muy linda, pero no le levanten el vestido”.

Además de drogar a los jóvenes, los cientos de combos de esta ciudad, como parásitos, viven del pizzo, como llaman a la vacuna en Sicilia. El pizzo paisa es para todos: embolador, tendero, peluquero, estudiante o ciudadano. Si quiere vender huevos o necesita votos, todos deben pagar. Hay lugares de esta ciudad en los que quienes con inmenso esfuerzo trabajan y estudian en la noche, deben pagar vacuna para poder entrar a sus barrios, luego de salir de sus clases. Muy innovadores resultamos.

Pero la fórmula parece funcionarles bien a muchos. Como los ciudadanos no tienen otra salida, pagan. Y si la “clientela” paga, no hay que matar a nadie. Y como hay “menos muertos”, las estadísticas de homicidios bajan y somos muy felices, ganamos premios e invitamos a extranjeros a que nos digan lo que queremos oír. Y si les preguntan a las autoridades por las vacunas, dicen que es mejor estar extorsionados que muertos. Lógica de “sociedad secuestrada”, me parece a mí.

Nos convertimos en una sociedad adicta a la mentira, que se arrodilla ante los delincuentes para que no nos maten. Unos en los barrios y otros en La Habana. Qué tan bajo cayó el concepto de paz. Una sociedad que como la palma con gorgojo picudo, se desmorona por dentro, pero en “paz”.

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