¿Plebiscito o payasada?

Están abriendo una brecha entre dos Colombias, como sucede en otros lugares.

Los santistas tienen miedo. Les aterra que el pueblo piense y decida. Por eso se inventaron una parodia de plebiscito.

Por supuesto que les saldrá redondo. Tienen el Estado a su servicio y lo utilizarán de la manera grosera que ya probaron en las elecciones presidenciales y legislativas. Lo dijo nítido el Presidente a los alcaldes y gobernadores, por si albergaban alguna duda. Que nadie los distraiga con cantos de sirena: aquí el del billete soy yo. Que es tanto como advertir que el que no siga sus consignas –y señaló que la paz es la principal– se queda sin inversión y sin plata para el bolsillo.

Tienen los santistas y sus aliados la suerte de que la oposición uribista cayó en la trampa. Se creyó el cuento de que el plebiscito es un duelo de titanes entre Santos y Uribe, y van a intentar montar su propio circo. Anticipo que harán el ridículo ante el planeta haciendo campaña por el NO a una pregunta de reina de belleza: ¿quiere la paz del mundo? Y encima sin plata.

Inclinarse por la abstención activa sería legitimar un juego tramposo desde el inicio. Es un plebiscito propio de repúblicas bananeras, con una sola pregunta y los recursos estatales para vender la respuesta convenida. Y con argumentos tan convincentes como ese del ministro Cristo: muchas preguntas no las entendería la gente. Ya sabemos que nos tienen por brutos.

No comprendieron para qué sirve refrendar un polémico acuerdo de paz. Creen que es una pelea más Santos-Uribe, una disputa para demostrar que el Presidente es un dirigente popular. Y una forma de engañar a la comunidad internacional.

No me extraña que las Farc no lo acepten. Ese plebiscito, que refleja el temor a que los sapos sean indigeribles, no ata nada en el futuro. Aparecerá un gobierno que no sienta que lo firmado y el plebiscito lo comprometen, y desbarata partes del acuerdo. Si la amnistía del M-19 no la revisa nadie, no es por falta de ganas de algunos sectores sociales, sino por el aval que recibió de todo el arco parlamentario. Y porque no necesitaron que les regalaran curules. Pese a sus crímenes, eran populares.

Yo sé que a los santistas, a De la Calle y a Jaramillo no les interesan los cuestionamientos, sino la fe ciega en su causa. Estás con ellos o con la guerra y la barbarie; los matices no existen.

Hace un par de domingos me sorprendieron dos columnas de opinión. Una del excelente escritor Abad Faciolince, al que tenía por tolerante y moderado. No ahorró esfuerzos para mostrar su absoluto desprecio a los que osan discrepar con lo que se cuece en La Habana. Ni qué decir la de León Valencia, con quien debato a menudo. Destilaba tanto odio hacia los críticos que preocupaba.

Están abriendo una brecha entre dos Colombias, como sucede en otros lugares. En su orilla incluyen a las guerrillas, porque parece que les molesta más un trino que unas balas. Que es más delito exigir verdades que ocultarlas.

En noviembre, Santos y sus delegados en Cuba alardearon ante el país de un acuerdo sobre Justicia que no resultó veraz. Son esas mentiras innecesarias, propias de los desesperados, las que generan escepticismo y no las pocas voces y trinos discrepantes.

A los que crean que ese plebiscito es otro circo les tengo una propuesta para pagar al santismo con la misma moneda. Pinten un payaso en la papeleta. Ni Sí, ni No, ni abstención activa. Payasada.

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