POLITICA, EDUCACIÓN Y CRITERIO

Una exploración educativa del proceso de paz a la luz del pensamiento crítico

«Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.»

«El reconocimiento de un error es por sí mismo una nueva verdad y como una luz que dentro de éste se enciende.»

Ortega y Gasset, La Rebelión de las masas

El 28 de noviembre de 2013 publicó El Tiempo una separata de 16 páginas sobre Educación. En la primera página se destaca el titular Cómo afrontar el fracaso escolar y subliminalmente nos condicionamos para pensar que la educación es un problema. Seguidamente vienen recomendaciones para padres y maestros: No forme dramas del fracaso escolar; La educación es tarea de todos; Acompañamiento y comunicación es la clave. Profundizando el asunto vemos que No es suficiente con obtener buenas notas; La evaluación todo un debate y partimos En búsqueda del profesional íntegro, ese profesor que cuando lo es, sufre amenazas.

Con los anteriores titulares se plantea el problema de la educación, según se le percibe culturalmente. Viene entonces la ‘solución’ del problema que es la venta de la institucionalidad, la tecnología educativa y la preparación para el mercado,  con titulares como: Así se aprenden las matemáticas; ¿Por qué invertir en educación superior?; Tabletas y portátiles en las aulas; Una oportunidad laboral con Crecer +; Desafíos para el e-learning en el país; Pasos para estudiar en el exterior; Universidades del país, en la élite de la investigación; Créditos para la inclusión educativa; Perfiles ajustados a la necesidad del mercado.

En contraste con el cuadro anterior, en el Reporte del Comité de Harvard sobre la Educación General para una Sociedad Libre, se concluía lo que podría considerarse como una política de Estado, al decir: “La educación no consiste tan solo en impartir conocimiento, sino en cultivar ciertas aptitudes y actitudes mentales… Las facultades que deben buscarse por sobre todo son, en nuestra opinión, pensar eficazmente, comunicar el pensamiento, formular juicios atinados, discriminar valores.”

Los párrafos anteriores presentan una ‘muestra cultural’ de la realidad de la educación enfrentada a un criterio universal sobre qué debe ser la educación. Si usted estuviera buscando un colegio para su hijo¿ cómo lo haría? Seguramente utilizaría criterios, pero ¿ le suministran los medios de comunicación, o el Estado esos criterios claros? ¿Puede usted identificarlos? Y si usted quisiera que su hijo pensara de manera independiente, con juicios atinados, ¿ qué clase de educación buscaría?

En este momento político del país parecería irrelevante hablar de educación cuando se está discutiendo un dilema de paz o guerra, supuestamente. Y digo, supuestamente, porque una persona educada debería tener la capacidad de probar cuando un planteamiento está probado, en este caso si el dilema es verdadero. El hecho de que exista un debate sobre un tema que, en nuestra experiencia es obvio, indica que algo falla cuando no hemos sido capaces de INSTITUCIONALIZAR un criterio claro que haga concordar decisiones hacia una paz basada  en juicios atinados, cumpliéndose así el aserto de M.K. Bradby cuando decía: “El fracaso de la civilización moderna se debe, en parte, a una lógica defectuosa.” Vale decir, a una educación inadecuada. Veamos en un terreno dramático la aseveración anterior.

La relación que puede existir entre el pensamiento y una mala decisión política o un gran desastre militar, la ilustra Gordon Harrison en su libro Las falsas ilusiones produjeron el desastre:

“La derrota de Stalingrado fue el resultado de grandes errores. Hitler pensó que los rusos ya estaban derrotados a comienzos de la campaña del verano de 1942. Herrmann Goering pensó que las tropas alemanas, después de ser rodeadas, podrían ser abastecidas por aire. Von Paulus pensó que los dirigentes nazis no dejarían perecer un ejército entero. Detrás de todas estas fantasías había un fondo demencial: la convicción de que el militarismo alemán podía y debía subyugar al mundo. En los últimos días de Stalingrado un doctor sostuvo que ‘Nosotros [los alemanes] nos damos demasiada importancia, y ahora tenemos que pagar con nuestras vidas por nuestra arrogancia. Esta admisión vuelve improcedente todo esfuerzo por achacar a Hitler, o a cualquier otro individuo, la culpa de lo sucedido.” Cualquier  parecido con la realidad de los diálogos de La Habana, tanto para el gobierno como para las Farc, debe hacernos reflexionar; pues no es lo que se piensa o cree, la arrogancia o la falsa convicción, lo que nos va a llevar donde queremos, sino lo que se puede hacer, sustentar y probar con los hechos.

¿Por qué el escenario político, en vez de convertirse en suma de esfuerzos hacia el bien común, se convierte más bien en un manojo de trampas?

Unos y otros se tiran las piedras de la ‘falacia’ como sinónimo de insulto o mentira y, como hija del Diablo, la falacia se ríe, porque se da cuenta que el concepto mentira no impacta como ofensa, cuando en realidad hace referencia a un proceso erróneo de pensamiento que afecta todo un sistema de manera  destructiva, indetectable e irreversible. Si culturalmente se entendiera la falacia como un proceso de pensamiento equivocado, y no como una ofensa, y en cuanto a proceso de pensamiento equivocado sujeto a un proceso de corrección educativa, entonces las decisiones trágicas, en todos los campos de la vida, serían infinitamente menores.

De los aproximadamente 200 procesos erróneos clasificados como falacias enumeraré algunos que nos sacuden todos los días en relación con el proceso de paz.

1. Errores de actitud.

a. Predisposición a ser tolerante frente a la confusión e incoherencia de planteamientos en relación con el querer general.

b. Credulidad primitiva en cuanto a las intenciones de la guerrilla (hay que creerles) cuando las evidencias muestran lo contrario y la tolerancia de esa incongruencia

c. Reverencia indebida hacia los expertos que no han comprobado nada; o hacia la actitud presidencial de apoyo incondicional, porque lo dice la Constitución.

d. Calificar de enemistad al denunciar esos errores de actitud.

2. Errores metodológicos garrafales.

a. ¿Son los diálogos solamente la metodología más idónea para definir el problema del conflicto?

b. ¿Cómo se ponen a prueba las conclusiones obtenidas?

c. El dogmatismo político o la falsa esperanza sustituyen la prueba incontrovertible. La opinión pide pruebas de conducta de las Farc, pero el argumento es que hay un ‘acuerdo’ de matarse mutuamente sin chistar.

3. Errores de interpretación.

a. ‘Conflicto interno’ siendo un concepto de interpretación legal en el que se basa una política de no diálogo con el terrorismo, se toma en el sentido semántico normal y se sustituye lo legal, con las consecuencias que vemos.

b. Connotación emotiva que se toma como verdad objetiva. Es la base de los insultos, descalificaciones.

c. Verbalismo grandilocuente que no dice nada.

Podríamos enumerar hasta el cansancio las falacias presuntivas, las de pertinencia, los recursos retóricos para confundir, el obstruccionismo, etc., pero la actitud despreocupada a profundizar las noticias, un error de actitud, hace de esta tarea una cruzada a la que no hay que renunciar.

Agreguemos a lo anterior que cuando Nietzsche dijo, y le creyeron sin examinar lo que decía: “Hay diferentes clases de ojos…y por lo tanto hay muchas clases de ‘verdades’ y como consecuencia no hay verdad…”, de manera dramática caímos en el facilismo del relativismo del que la mala política es digna representante y renunciamos al esfuerzo del pensamiento correcto que busca la verdad. En la búsqueda de ese pensamiento o camino correcto que nos saque del escenario de la guerra perpetua, hay que estar vigilantes ante las minas quiebra cerebros que son las falacias.

El padre que va a matricular a su hijo, el ciudadano que desea votar, la enamorada, la población diferente, las minorías, el guerrillero, el sacerdote, buscan una verdad que los guíe, que les dé fundamento a lo que ‘creen’ y a falta de ella, buscan ‘su’ verdad y organizan su grupo o partido. Para ello recurren a las diferentes organizaciones de la verdad en el lenguaje, la religión, la ética, las artes, la historia, las ciencias humanas, las ciencias naturales, las matemáticas, las emociones, la razón, la percepción. Extrañamente nadie busca la verdad a través de la política, pero cierta clase de  política puede incidir en lo que es verdad en cada uno de esos campos del saber y la experiencia. Hitler  quiso crear una nueva religión, arte, historia, ciencia, economía. Y no son las diferentes ejecuciones, ni amenazas o diatribas contra el nazismo lo que han impedido que ese pensamiento siga encontrando adeptos. Lo único que lo impide es cuando la lógica defectuosa de ese pensamiento se expone, se confronta y se permanece vigilante ante ella. Tenemos entonces que una política educativa de Estado es correcta cuando se establece como fundamento para que la educación nos capacite para emitir juicios correctos; es decir cuando la educación es el medio para aprender a pensar en los diferentes campos del saber y la experiencia, incluida la política.

En vista de lo anterior, las siguientes preguntas son la tarea asignada para el ejercicio del pensamiento en  este curso que no es obligatorio, pero sí es vital. ¿Por qué los diálogos de La Habana le han parecido sospechosos a la inmensa mayoría de los colombianos aunque se hayan planteado para mejorar? ¿Por qué se llama fanático o enemigo al que cuestiona, y por qué no se le denomina de la misma manera al fanático de la pereza, o de la credulidad primitiva? Los diálogos de La Habana comenzaron con las certezas de Oslo y ahora están en dudas; si, de pronto, la metodología hubiera sido dudar desde un comienzo, no estarían de pronto hoy llegando a certezas que se podrían exponer sin ninguna vergüenza? Finalmente, como experiencia de vida, se confía en los viejos amigos, el vino viejo se bebe, lo viejos autores se vuelven a leer. Pero la sabiduría no nos ha dicho qué se hace con una vieja guerrilla. ¿Será por eso que cuando un Presidente se vuelve sabio, le maman gallo? Profundicemos.

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