Por la supervivencia del planeta

Que algunos se nieguen a creer en el calentamiento del planeta es sorprendente, ¡totalmente absurdo! ¿Están, acaso, ciegos o sordos? ¿No oyen o ven lo que está ocurriendo? ¿Son idiotas? No, la respuesta es más compleja. La respuesta tiene un tinte económico. Parte de la causa es eso que muchos llaman el consumerismo salvaje. Es esa economía desbocada que el Papa Francisco condena en su encíclica.

La realidad es que para estos “incrédulos” reconocer el calentamiento puede afectarles el bolsillo. Son precisamente las naciones más industrializadas, como los Estados Unidos, o las de más rápido desarrollo, como China, las mayores culpables de la catástrofe ecológica que enfrentamos, del acelerado cambio sufrido por el planeta en las últimas décadas de su desgaste.

Quizá a estas grandes economías no les duele tanto daño causado por sus excesos. Por ejemplo, la desaparición de los nevados, como el Kilimanjaro. Recuerdo su belleza cuando lo sobrevolé en 1975, de sus majestuosas nieves ya no queda nada.

Igual retroceden las nieves de los Alpes, los Andes, los Himalayas. El rápido deshielo del Ártico y la Antártica, de donde se desprenden trozos de hielo cada vez más grandes, algunos del tamaño de Manhattan, que al derretirse aumentan el nivel de las aguas de los océanos, amenazando con desaparecer a islas y pueblos costeros, causan alarma a los científicos y aterra a quienes pueblan litorales.

El calentamiento de los océanos ha ido destruyendo los arrecifes coralinos. Lo he visto con mis propios ojos. El Caribe, antes abundante en corales, hoy ha perdido muchos por “blanqueamento”. El aumento de la temperatura de las aguas, los ha matado. Esto naturalmente afecta también múltiples especies de peces, esponjas y plantas marinas. ¿Seremos acaso la última generación en conocer estas maravillas de la naturaleza?

Nada ni nadie deja de estar afectado por el calentamiento global resultados del desaforado consumo de petróleo, carbón y gas natural; del desarrollo industrial sin moderación ni límites, de la explotación del subsuelo y la minería desmedida, de la atroz desaparición de los bosques por la explotación de sus maderas, o para crear tierras para la agricultura.

Todos somos testigos del cambio climático, las tormentas y sequías, arrolladoras, su efecto en las cosechas, en el medio ambiente, en nuestras vidas es innegable. La desertificación por la extrema escasez de lluvia, como está sucediendo en África, provocará indescriptibles hambrunas.

Por eso el mundo observa con ansiedad la cumbre sobre el cambio climático, en París, la cual terminará el 11 de diciembre. Lo que ocurra allí, la seriedad de las decisiones que se tomen, nos afectarán a todos, hoy y en el futuro. La vida de nuestros descendientes, la misma supervivencia del planeta dependerá de que ningún país se niega a reconocer su responsabilidad y a comprometerse con las soluciones.

Hasta ahora ha sido reconfortante ver como algunas de las mentes más capaces del mundo han prestado su apoyo a encontrar salidas al problema. La mayoría de países presentes han presentado propuestas viables, inclusive algunos latinoamericanos. Lo mismo han hecho los dueños de algunas de las fortunas e industrias más grandes del mundo. Parece existir un interés genuino por colaborar. Por el Planeta, esperamos mucho de esta cumbre, ojalá se logre.

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