POR QUÉ NO ESTÁN EN EL MANICOMIO

A estas alturas, nadie debería ser tan ingenuo para creer sin más lo que se nos cuenta en un diario, la radio o la televisión, no digamos en internet.

Obviamente, hay medios más tendientes a tergiversar que otros, o a falsear, y algunos resultan transparentes hasta la puerilidad. Uno diría que los lectores, oyentes o espectadores de estos se han tenido que dar cuenta y los habrán abandonado, o por lo menos habrán aprendido a poner entre paréntesis o en cuarentena cuanto procede de ellos. Sin embargo no es frecuente que sea así. También sabemos que muchos individuos desean enterarse solo de lo que previamente les gusta o aprueban, pretenden ser reafirmados en sus ideas o en su visión de la realidad nada más, y se irritan si su periódico o su canal favoritos se las ponen en cuestión. Nuestra capacidad para tragarnos mentiras o verdades sesgadas es casi infinita, si nos complacen o dan la razón. El autoengaño carece de límites.

Pero cuanto más maduro se hace el mundo cronológicamente, más parecen crecer el infantilismo y la credulidad. Alguien suelta un bulo en internet y de inmediato se le da carta de naturaleza y corre como la pólvora, pocos se cuestionan su veracidad. No son raras las ocasiones en que dichos bulos alcanzan hasta a la prensa "seria y responsable", la cual se molesta a veces en rectificar y a veces no. En todo caso el rumor ya queda ahí, "flotando", y es difícil que no prospere, demasiadas personas se quedan solo con la primera versión, que pasa a formar parte de lo "acontecido". Los únicos que acaban por ser desmentidos son los relativos a la muerte de alguien que continúa vivo. Al ver imágenes posteriores del personaje, en movimiento y hablando, la gente acepta que su fallecimiento no tuvo lugar. Es una de las ventajas de las imágenes, que desmienten una falacia o demuestran una verdad.

De ahí que lo que vengo observando en nuestra prensa me resulte tan inexplicable como alarmante, una tentativa de ahogar la fuerza de esas pruebas, de negarlas, de presentarlas con unas palabras previas que "anulen" lo que el espectador va a ver a continuación, o con un titular que no se corresponde con la información. Pondré ejemplos inocuos, no de política (ámbito en el que la cosa clama al cielo), sino de fútbol. Uno está viendo un partido más bien malo y aun soporífero, pero los comentaristas –seguramente porque es su cadena la que lo está ofreciendo– no paran de insistir en el "impresionante duelo" al que estamos asistiendo; repiten que la actuación de tal o cual jugador es "de escándalo" mientras uno no le ve más que vulgaridades, o que ha metido "un golazo para quitarse el sombrero" cuando se ha limitado a empujar el balón tras un rebote. Uno se pregunta si no entienden nada de ese juego en el que presumen de "expertos" o si se han vuelto locos. Pero, si incurren en semejantes despropósitos, debe de ser porque han comprobado que su palabra demente logra convencer a no pocos de que ven efectivamente lo que ellos les aseguran que ven. Aún más llamativo este ejemplo reciente: el locutor del telediario de TVE anuncia que Mourinho ha "arremetido contra Cristiano" y además ha manifestado su deseo de regresar al Real Madrid. Acto seguido aparece el video de Mourinho, y uno descubre que nada de lo anunciado es cierto. Lo que ese técnico dice es que ahora no tiene relación con Cristiano, puesto que este es jugador del Madrid y él entrenador del Chelsea. Tampoco expresa ganas de volver al Madrid, sino que dice que no se arrepiente de su experiencia en este club y que, de retroceder en el tiempo, volvería a aceptar el puesto, como hizo en su día. Su deseo de "regresar" no se manifiesta en absoluto. Al día siguiente, no obstante, numerosos medios repiten no lo que han tenido oportunidad de ver y oír, sino lo que el torticero locutor de TVE anunció que había pasado. ¿Cómo es que se miente con tamaño descaro, y además justo antes o después de mostrar lo que desenmascara el embuste? No me cabe duda de que la operación está estudiada. Al mundo se lo toma por tan tonto que los responsables de los medios saben que una imagen, lejos de valer más que mil palabras, es fácilmente descalificada y anulada por unas cuantas frases, deslizadas antes o después de la contemplación de aquella.

Y si esto se da en el deporte y el entretenimiento, ¿qué no sucederá en la política y en la economía, esferas más opacas y las que de verdad importan? Es grave que hayamos alcanzado un grado de idiotez en el que pueda prevalecer lo que nos aseguran que ocurre sobre lo que vemos que ocurre. Es indudable que hay multitud de personas expuestas a esto, o si no los desfachatados tergiversadores no se arriesgarían tanto a hacer el ridículo, quedar en evidencia, perder todo crédito y ser conducidos al manicomio.

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