Pueblo dividido, pueblo vencido

Cuando un estado está bien preparado, bien gobernado y el pueblo está unido, toda victoria resulta posible y el triunfo es confiable. No ocurre lo mismo en este país. No solo sabíamos que en la Corte Internacional de Justicia se cocinaba una sentencia que con alta probabilidad sería contraria a los intereses de Colombia, según la bíblica expresión de la Canciller Holguín al citar aquello del fallo salomónico, sino que luego de conocer el contenido del fallo, apenas se comenzó a elaborar el plan B, es decir, una respuesta improvisada y melancólica. Ella  ha dado pie desde el mismo día del pronunciamiento de la Corte, a que los colombianos, adoloridos y humillados, estemos, además, divididos.

 

La nación no tiene líder al frente del estado que tenga la capacidad de convocar a la unidad para hacer frente a este golpe internacional. Han fallado todos los dirigentes porque no se han constituido como factores de solidaridad con la integridad del país, sino que han alzado las banderas de las fracciones. Y la debilidad de carácter del Presidente le impide hacer el llamado patriótico que corresponde a su responsabilidad ante la historia y en especial ante los hombres, ante la ciudadanía. Elusivo y andando en el zigzag de las declaraciones teñidas de soledad y de su calibre inferior a las circunstancias, ha tratado de andar de la mano abogadil, de los meros argumentos de derecho que le soplan los asesores y el equipo derrotado en La Haya. Mientras el pueblo está que no se halla.

 

No estamos hablando de que el Presidente llame a somatén, toque las cornetas del cuartel en que reposa su grado de Jefe de las Fuerzas Armadas, porque la guerra no resuelve este impase ni el chovinismo es remedio que cale a los magistrados desmerecidos de la Corte. No nos encontramos con el caso subyugante del Tratado de Versalles. Nos dolemos de la falta de unidad nacional para actuar ante este galimatías en que nos han metido la Corte y el gobierno de la República de Nicaragua. Los colombianos apenas despertamos frente el arrojo torticero de una Junta Revolucionaria, no de origen democrático, que un día, el 4 de febrero de 1980, anuló ante sí y de por sí, un tratado internacional que Colombia no le impuso por la fuerza ni por el fraude a Nicaragua. Ese hecho es tan grave como la actitud de nuestra clase dirigente y de la casta bogotana que domina desde siempre el Ministerio de  Relaciones Exteriores y su escalafón diplomático, con valiosas excepciones, que dejamos nos arrastraran al pozo de las conmiseraciones de los togados internacionales por la “pobre” Nicaragua sandinista.  Y para completar el cuadro de la postración, este suceso ocurre en el momento en que se discute una agenda presuntamente de paz en Cuba, cuyo gobierno respalda a Nicaragua. Más aún, los voceros ideológicos de las Farc que escriben en sus redes digitales, apoyan decididamente a Nicaragua, contra el sentimiento general de despojo que cobija a la mayoría de los colombianos.

 

Dijo Bolívar:”Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Lo escribió en 1830. Sin embargo la Gran Colombia se fracturó. Necesitamos estar unidos en lo fundamental y disentir civilizadamente en lo táctico, en lo secundario, en lo coyuntural. Para eso se necesitan líderes democráticos de carácter, con fuerza ética y con destino manifiesto, no gobernantes de papel secante. Hoy nos morimos de vergüenza, no de miedo.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar