Punto final o puntos suspensivos

El hecho fundamental del año no fue ninguno de los que imaginamos.

No fue la campaña electoral que le trampearon a Óscar Iván Zuluaga, a quien espiaron para acusarlo de espionaje; no fue la reelección de Santos, un tanto insípida, porque el continuismo nunca sabe a nada y sólo el desaire de Maduro, aquella tarde, produjo noticia.

No fueron tampoco grandes hechos positivos como los triunfos de los deportistas colombianos, bien el de James o el de Caterine Ibargüen, en lo personal, o bien, en general, el desempeño de Colombia en Brasil; no fue la paz prometida o, en el ámbito externo, el ascenso del rey Felipe o las reelecciones presumibles de los presidentes de América, algunos de ellos dictadores “democráticos”. Bah, cosas de rutina. Se pierden como si nada las libertades públicas.

El hecho del año lo vino a determinar, muy al final de la vigencia, la distensión inesperada entre Cuba y Estados Unidos, muy bien guardada, ella sí, mediante el sigilo de las negociaciones; en el proceso de distensión colombiano solamente hubo reserva durante los primeros seis meses exploratorios, como lo explica en su libro el hermano mayor del presidente, don Enrique Santos Calderón (Así empezó todo, pulcra edición, fuente legible, redacción impecable). Ahora bien, en cuanto a las reflexiones del autor a propósito de las frases de su encumbrado hermano, don Juan Manuel, se tiene la sensación de leer a Enrique comentando a Enrique, en cuerpo ajeno.

La paz de Colombia no pudo, pues, constituirse en noticia ni se ve cómo pueda firmarse si los propios negociadores de La Habana debieran responder por delitos atroces. La idea de una ley de punto final, muy socorrida para estos casos, repugna por la atrocidad de los crímenes, pero parecería ser lo único viable, toda vez que nadie negocia un armisticio para irse a la cárcel. Faltaría ver que se trate de un verdadero punto final y no de puntos suspensivos, pues para este convenio de paz se cuenta con una Corte Internacional de Justicia, que deberá avalar en últimas los indultos laxos que se deriven del proceso.

Que no pase lo de Argentina, cuya ley de punto final resultó reversible y a los tribunales fueron a parar los jefes militares y el propio presidente Videla, primeramente absueltos. Con cierta saña regicida es usual sentenciar a los exgobernantes, sin que parezcan avergonzarse los países que los tuvieron por años en la más alta dignidad del Estado.

Muy curioso. Don Enrique Santos representó en los diálogos exploratorios al presidente don Juan Manuel en la llamada “Casa Veinticinco” de El Laguito, en La Habana. Y se diría que don Juan Manuel representa a don Enrique en la conocida “Casa de Nariño”, del barrio La Candelaria de Bogotá.

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