Putin y el imperio neosoviético

La península de Crimea hizo parte de Ucrania hasta hace unas semanas. Famosa por tener asiento en su costa la flota de la Armada rusa de mayor volumen y alcance en Sebastopol, también lo es porque al terminar la segunda guerra mundial, los vencedores se reunieron en el balneario de Yalta: Winston Churchill por el Reino Unido, José Stalin por la URSS y Franklin D. Roosevelt por los Estados Unidos. El eje Alemania-Italia-Japón perdió la guerra finalmente. Se cuenta esta anécdota, a propósito, sin que tenga apoyo histórico cierto. Alguien de los asesores propuso que debería invitarse al Papa, Jefe de la Iglesia Católica, el cual sería testigo garante del acuerdo a que llegasen las potencias allí reunidas. Stalin entonces, con gran sentido práctico, preguntó:” ¿Y cuántas divisiones tiene el Papa?”. Hasta allí llegó la propuesta. Pero entre los asuntos acordados, Ucrania y Bielorrusia quedaron con asiento propio en la ONU, no obstante su pertenencia a la URSS y al bloque que durante la “guerra fría” se denominó la Cortina de Hierro o mundo comunista.

Parecido interrogante debió tener Putin cuando el nuevo gobierno de Ucrania, salido del Maidan, reemplazó al Presidente prorusoYanukóvich, preparando el terreno para anexionarse Crimea: “¿Y cuántas divisiones tiene Kiev?”. No las suficientes para guardar la integridad de Ucrania cercenada por las milicias y los grupos de choque rusófilos con el respaldo de injerencia directa de Putin. Los hechos irreversibles le dieron la victoria al gobernante de la Federación Rusa, quien fuera en épocas comunistas, antes de la caída del muro de Berlín y del reformador Gorbachov, destacado coronel de la KGB, central de inteligencia de la URSS.

No termina en Crimea el expansionismo de Rusia capitalista, pero con democracia “zarista”, lo cual significa que ya no gobierna el Partido de Lenin y Stalin, pero en la Gran Patria  del Zar Nicolás I existe todavía una dinámica imperial que tiene en la mira la otra mitad de Ucrania, la que queda al este del río Dniéper, río que parte en dos a Ucrania. Esta importante región denominada Donetsk está siguiendo los pasos de Crimea y sus límites territoriales con Rusia le garantizan que no en vano Putin ha situado en ellos 40 mil efectivos militares. Donetsk es centro industrial, la población rusófila es mayoritaria y a sus espaldas se encuentran Rusia y el Mar Azov, de dominio ruso.

¿Actúa Putin como un nuevo invasor o tiene raíces históricas y demográficas que lo comprometen? Ambos elementos se conjugan en este caso. Desde los tiempos de la emperatriz Catalina La Grande, 1783, los rusos libraron a Crimea de las tribus turcas y tártaras y volvieron a cristianizarlas, otorgándoles tierras a la nobleza rusa que construyó el área vacacional esplendorosa utilizada por los soviéticos hasta el siglo pasado. La importancia de controlar el Mar Negro y su salida al Mediterráneo le permitió a los rusos fracturar el antiguo imperio otomano que fue, al fin de cuentas, el imperio musulmán.

El punto justificativo de Putin para intervenir en Crimea es la petición, mediante referéndum, de la población mayoritaria rusófila de Crimea de pertenecer a Federación Rusia. Los ucranianos proeuropeos son mayoritarios en Kiev y su territorio. Pero los ucranianos no tienen la fuerza militar para impedir el desmembramiento. Además ni la UE ni Estados Unidos están en condiciones de salirle al paso a las anexiones rusas. El escritor Vladimir Sorokin, de quien se dice es el mejor novelista ruso en la actualidad, ha escrito: “Rusia, ese enorme témpano de hielo congelado por el régimen de Putin, se ha roto, se ha separado del mundo europeo y ha puesto rumbo a lo desconocido”. Y agrega: “Ucrania le ha dado una lección a Rusia de amor a la libertad e insumisión al poder mezquino y mafioso. Ucrania ha encontrado en sí misma la fuerza para separarse del hielo postsoviético y navegar hacia Europa”.

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