¿Qué hacemos con el ELN?

Esta pregunta tiene respuestas diversas según el actor que las emita. Por ejemplo en La Habana los farianos dirían que muy bueno los elenos se sumen y respalden el eventual acuerdo de paz que ellos elaboran con el gobierno de Santos, pero no están invitados a la misma mesa porque tienen diferencias políticas y militares que lo impiden. Además, ya llevan mucho tiempo con temas adelantados y sería una interferencia improcedente. En Bogotá, Santos consultaría con los altos mandos militares y estos dirían que el Eln es una guerrilla sin capacidad de acción militar y que, debido a sus dificultades internas de consensos, como se ha evidenciado a lo largo de frustrados encuentros de paz, lo mejor es esperar a que se termine el acuerdo con las Farc. Los jesuitas y pazólogos de la academia opinarían que se debe conversar de inmediato con el Eln, que se utilice como sitio de la mesa a Quito o Montevideo. Además, añadirían, esa noticia, así solo sea un encuentro de acercamiento, mejoraría la imagen y las encuestas del candidato a la reelección.

La lista de las fallidas conversaciones con el Eln viene de muy atrás. Han dado la vuelta al mundo en treinta años. El turismo “revolucionario” montados en el globo Nupalom (Ni un paso atrás. Liberación o muerte) los ha llevado desde las breñas de Río Verde en las montañas de Antioquia hasta San José de Costa Rica, México, La Habana, Maguncia en Alemania, Caracas en Venezuela, Ginebra en Suiza, regresar al Magdalena Medio y volver a sentarse en el patio dos de la cárcel de alta seguridad en Itaguí, donde Francisco Galán y Felipe Torres hacían esfuerzos dialécticos por encontrar caminos sin minas quiebrapatas, como las denomina el pueblo campesino colombiano, contrario a la clasificación de los intelectuales y burócratas de la comunidad transnacional.

El Ejército de Liberación Nacional (Eln) ni es ejército ni nos ha liberado de nada. Pero existe y es una guerrilla perturbadora de la tranquilidad nacional. Su comportamiento con muchos secuestrados ha sido diferente al de las Farc. El concepto territorial de su guerra lo enlazan con la acción social en la población y no como “ejército” de ocupación. Pero también su fanatismo cruel los llevó a eliminar un obispo, a fusilar una generación de universitarios que consideraron traidores o estorbo para sus fines e inclusive sacrificaron al cura Camilo Torres quien no les pudo hacer el milagro de la toma del poder “con justicia social”, ni en vida ni en muerte. Su accionar terrorista en oleoductos es de una mentalidad depredadora del medio ambiente. Y sigue el inventario de maldades.

Pero el Eln está en un momento privilegiado de marchar hacia un acuerdo de paz diferente a las Farc que conquiste la simpatía relativa del pueblo colombiano y encuentre terreno abonado para sus propuestas en democracia y civilidad. Imitar la metodología de la mesa de La Habana es engarzarse en un sendero de nunca acabar que no despierta esperanza en la opinión pública. El Eln tiene en sus manos la posibilidad de un salto cualitativo con audacia para la paz y sin anclajes ideologistas programáticos que lo llevan al autoengaño de que son los “salvadores” de la nación y los “redentores” del pueblo. Despréndanse de una agenda que involucre la pretensión de hacer reformismo por acuerdo en un decreto presidencial sobre las estructuras económicas, sociales y políticas del Estado. Si las quieren proponer por ley o una constitución reformada, háganlo con votos, pero no la impongan o contaminen con el fusil porque está visto que no lo han logrado en cincuenta años. Eso sí: negocien la incorporación a la vida política con privilegios temporales que les permitan conocer la realidad del país y que el país los conozca a ustedes. Exijan los derechos a la libre movilización y expresión y ante todo el derecho a la vida. Así aprenderemos todos la tolerancia de los guerrilleros desmovilizados y dedicados a construir paz y sociedad democrática.

El Eln tiene la oportunidad de cambiar la forma de llegar a la paz con mayor velocidad y con mayores ganancias frente a la opinión pública. Y en la mesa de conversaciones no solo debe estar el aparato armado que se presume vanguardia, sino la representación cualitativa de sus organizaciones civiles militantes, sin el populismo de la “convención nacional”. Los militares guerrilleros deben saber que en la sana vida democrática prima la ciudadanía igualitaria y no las charreteras ordinarias. No miren a La Habana como modelo a imitar. Ese modelo conduce al totalitarismo y a un punible ayuntamiento con la plutocracia bogotana. Y según la consigna que los vio nacer en Simacota, dizque ustedes los elenos son hijos de los comuneros en los albores de la independencia. Demostrarlo podría ser la salida y no ir a la cola de las Farc.

Quizás Sun Tzu en su libro “El arte de la guerra” le tenga al Eln una fórmula: “Es mejor conquistar una nación entera, que  destruirla”. Ya que no fueron capaces de destruirla, conquístenla con una política adecuada.

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