Qué humillante, General

Será complicado a partir de ahora encontrar argumentos convincentes para exigir a un soldado que avance por un campo que puede estar minado, que lance una ofensiva donde puede perder la vida o quedar mutilado.

Esta semana me convertí a la religión de Julio César Turbay: reduzcamos las concesiones, las humillaciones, a sus justas proporciones. Ya no aspiro a que Santos y De la Calle se suban los pantalones, basta con que no se quiten los calzones.

Enviar a La Habana al jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares a sentarse frente a frente, en igualdad de condiciones, con unos asesinos cuya única legitimidad es el terror que genera su barbarie, es despreciar la Constitución, el honor y la vida de los soldados y policías. Sin ir más lejos, la de los tres agentes asesinados el jueves en el Cauca, rematados con tiros de gracia, hecho que no mereció condenas rotundas de Santos, de De la Calle, de la ONU y, menos aún, una intervención inmediata del Fiscal General. Ya sabemos que consideran más perjudiciales para la paz de Colombia unos trinos que decenas de asesinatos.

Desde los tiempos de Belisario, las Farc anhelaban conseguir lo que Santos les dio sin pedirles nada a cambio: juntar en una mesa a militares en activo y guerrilleros. No cedieron ni Belisario, ni luego Barco. Hay límites que no deben traspasar los Estados, menos cuando quien lo exige es la cúpula de una organización criminal sin pueblo ni causa que la avale, y que sigue cometiendo las mismas atrocidades.

No existe razón de peso para que el general Flórez y los demás oficiales viajaran a La Habana fuera de apaciguar el nerviosismo de Santos, que teme que ‘Timo’ no le firme un papel ni este ni el siguiente año. No es ningún gesto de paz y menos un paso necesario. Para preparar la famosa “dejación” de armas de las Farc –eufemismo para tapar que no las entregarán– y el cese bilateral del fuego que anunció Santos no era imprescindible enviar un mensaje al país y al mundo tan falaz como peligroso: igual de legítimos son los cuerpos de seguridad constitucionales que una banda terrorista de abultado prontuario.

Quizá el Presidente engañe fuera de estas fronteras, quizá le crean sus votantes. Pero él, su ministro de Defensa, Jaramillo y De la Calle, y no digamos el silente Comandante de las Fuerzas Militares, conocen que Flórez y el resto de oficiales pueden proyectar tantos escenarios futuros como requiera el Presidente, sin tener que humillar a una organización del Estado que tiene en el honor y en la creencia de que se juegan la vida por una causa noble, dos pilares básicos.

Será complicado a partir de ahora encontrar argumentos convincentes para exigir a un soldado que avance por un campo que puede estar minado, que lance una ofensiva donde perder la vida o quedar mutilado es una probabilidad, que dispare contra un fariano. Antes les decían que eran terribles “narcoterroristas” a los que había que derrotar en nombre de la ciudadanía indefensa, la Constitución y la patria. ¿Y ahora qué, general Flórez? ¿Qué le dirá a un soldado sin piernas, a un oficial que se dejó diez años encadenado en la selva, a la tropa que pasa meses alejada de la familia, haciendo sacrificios diarios y que ve morir a su lanza?

Difícil estando en Cuba hablando de tú a tú con el supuesto enemigo, avalando su terrorismo, su guerra sucia. No esperen nada distinto a una huelga de brazos caídos, a un desinterés absoluto por el combate. Igual será para policías y para ciudadanos que arriesgan la vida denunciando sus crímenes. No merece la pena seguir luchando.

Difícil, mi apreciado general Flórez, que lo hagan caer más bajo.

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