Recuento de una gran infamia contra un héroe

A Vos os corresponde destruir al infame político que convierte el crimen en virtud. La palabra político significaba en su origen primitivo, ciudadano; y hoy, gracias a nuestra perversidad, ha llegado a significar el que engaña a los ciudadanos. Devolvedle, Señor, su antiguo significado. Voltaire

Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios.

Aquí la más principal hazaña es obedecer, / y el modo cómo ha de ser / es ni pedir ni rehusar / Aquí, en fin, la cortesía, / el buen trato, la verdad, / la fineza, la lealtad, / el honor, la bizarría; / el crédito, la opinión, / la constancia, la paciencia, / la humildad y la obediencia, / fama, honor y vida son / caudal de pobres soldados; / que en buena o mala fortuna, / la milicia no es más que una / religión de hombres honrados.

Pedro Calderón de la Barca, “El Alcalde de Zalamea” (1638)

La historia de la infamia contra un ciudadano de honor, el Coronel Publio Hernán Mejía Gutiérrez, se hace pública el 29 de enero de 2007 en la edición 1291 de Semana con la foto del militar, el título “De héroe a villano”, y la FALSA explicación: “uno de los oficiales más condecorados del ejército ganó sus medallas gracias a una alianza macabra con Jorge 40.” El facsímil de la certificación del Ejército Nacional en el que desmiente a Semana se puede leer en la página 252 del libro “Me niego a arrodillarme” del coronel Mejía y dice así: “Que el señor Coronel Mejía Gutiérrez durante el desempeño como comandante de esta unidad no recibió ningún tipo de reconocimiento militar (condecoraciones o medallas) por parte del Comando Superior, a razón de resultados operacionales por restablecimiento del orden público en esa región del país” (Cesar – El Coronel Mejía fue comandante del Batallón La Popa.) ¿Quién miente, el Ejército o Semana, y por qué? Herir el honor de un soldado, es matar la esencia de su identidad. Y por ahí se empieza a derrotar un ejército. Los falsos testigos pueden enfrentar jueces y burlarse de ellos, pero no pueden confrontar a un hombre de honor porque un bandido tiene el alma envuelta en tinieblas y no resiste la luz.

La publicación de Semana se basaba en las declaraciones que había dado el entonces Ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos, en Tolemaida, el 26 de enero del 2007 en el Club de Oficiales, ‘La Merced.’ Ese día también se encontraba allí el Coronel Mejía con su familia, ignorando que Santos lo acusaría de alianzas con el paramilitarismo. En el artículo de Semana leemos el supuesto encuentro de Mejía con los paramilitares: “En la casa principal, sentados en una mesa, estaba toda la cúpula del Bloque Norte: el señor 'Jorge 40', el señor Hernán Giraldo, 'Tolemaida', 'Omega' y '39' que era David Hernández, un militar retirado que había sido amigo de mi coronel. Se saludaron con mucha alegría porque ellos eran amigos de escuela y los vi recochar mucho cuando se vieron".

Pero en la página 221 del libro leemos: “Por otro lado el señor Rodrigo Tovar Pupo (Jorge 40) rindió catorce versiones libres en Justicia y Paz durante dieciocho meses, entre 2006 y 2008, hasta poco antes de ser extraditado a Estados Unidos. En ninguna diligencia, ni computador, ni USB, ni agenda de las muchas que fueron incautadas a este jefe paramilitar, apareció mencionado el coronel Hernán Mejía Gutiérrez.” De la página 217 a la 252 del capítulo XII “La Justicia en mi patria. El proceso” podemos revivir el laberinto kafkiano de engaños, falsos testimonios, desaparición de pruebas, cambios de radicación del expediente, etc., en donde lo que importa no es la verdad, sino hundir al coronel mancillando su honor. ¿Por qué?

Seis años después, el hijito mayor del Coronel le dirigió una carta a Santos en la que le pegunta por qué en vida asesinó a su padre moralmente acabando con su honor (Leer CARTA DEL HIJO DEL CORONEL MEJÍA AL PRESIDENTE).

Duró Mejía 10 meses buscando una entrevista con Santos para que le explicara de dónde había sacado semejante infamia. Finalmente en la página 211 leemos que Santos hizo entrar a Mejía a su oficina, sin su abogado, para eludir testigos, y evitando la mirada de Mejía dijo: “Coronel, estoy muy preocupado por su caso. Creo que ha ocurrido un error con la información. A mí me engañaron con los datos, es un lamentable episodio que solucionaré a mi regreso de los Estados Unidos. Le prometo aclarar la situación, mientras tanto vaya hablando con Marilú la del CTI.” Nada ha hecho Santos y ya veremos por qué.

De la oficina de Santos se desplazó Mejía a la del General Fredy Padilla en donde Mejía le expone que ha hablado con Santos y su canallada. En la página 212 leemos la respuesta de Padilla: “Hernán Mejía Gutiérrez, yo sé quién eres tú. Te conozco desde hace mucho tiempo. Sé de tu valor y sobresaliente desempeño en muchas batallas; eres un héroe y vas a salir bien de esto. Te creo, pero no puedo hacer nada, yo soy el Comandante General de las Fuerzas Militares y tengo que apoyar al Ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos. Espero entiendas mi posición.” ¿Espíritu de cuerpo?

Después probó suerte Mejía con su Comandante del Ejército, el General Mario Montoya Uribe (pág. 213) quien finalmente le devela el misterio. Montoya le pregunta a Mejía que cuál es el problema que tiene con Sergio Jaramillo; Mejía le responde que no lo conoce. Con incredulidad el general lo mira a los ojos y le dice: “Mejía: Es el Viceministro de la Defensa para los Derechos Humanos, y es él precisamente quien está organizando todo el complot contra usted.”

Días después, como hombre de honor Mejía se fue a buscar a Jaramillo. Al identificarse quién era en la oficina del manejador clave, la secretaria y los allí presentes se asustaron, cerraron puertas para esconder a Jaramillo, y salió en su rescate el Viceministro de la Defensa, Juan Carlos Pinzón. Leí en la página 215, con un profundo desasosiego, como si empujara mi alma a través de un pantano de inmundicias, sofocado por llegar a la orilla, mi corazón boqueando en medio de una furia de direcciones contradictorias , las increíbles palabras de quien había admirado hasta ese momento: “Mi Coronel, SU CABEZA LA NEGOCIARON, era un momento coyuntural del país. Se requería aliviar la presión internacional por el tema de los Derechos Humanos. Debían entregar a alguien, a un oficial reconocido. El montaje lo hizo el viceministro Sergio Jaramillo por disposición de Juan Manuel Santos. Luego ellos se dieron cuenta de la brutal embarrada y ahora no saben cómo salir del embrollo. Necesitan al precio que sea encontrar algo contra usted para hundirlo y salvar su credibilidad.”

Si recuerdan los lectores ‘el momento coyuntural’ de los Derechos Humanos originados en los falsos positivos de Soacha dio como resultado la destitución sin fórmula de juicio, por parte de Juan Manuel Santos de oficiales y suboficiales. Los detalles de la farsa se pueden leer en “Los 27 del 29, para que Colombia no olvide” de Ricardo Puentes Melo, el 30 de octubre de 2013. Veamos ahora el contexto ético de esta discusión para que entendamos el significado profundo y peligroso de la infamia contra el Coronel Mejía.

¿Cuál es la Misión del Ejército Nacional? Conducir operaciones militares orientadas a defender la soberanía, independencia e integridad territorial, protegiendo a la población civil, con sus recursos privados y estatales para contribuir a generar un ambiente de paz, seguridad y desarrollo, que garantice el orden constitucional de la nación.

¿Cómo se quiere ver el Ejército a sí mismo como institución al llevar a cabo su Misión? Como un Ejército legítimo, disciplinado, moderno, profesional, entrenado, afianzado en sus valores, con la moral en alto, capaz de neutralizar las amenazas internas y externas en el cumplimiento de su misión, contribuyendo a la construcción de los caminos de la paz y al desarrollo de la Nación.

¿Cuál es la motivación fundamental de sus miembros para llevar a cabo esa misión, como soldados, no como bandidos? El honor militar. ¿Qué es el honor militar? Es sencillamente la GARANTÍA DE LO CORRECTO Y LEGAL EN TODO MOMENTO que nos lleva a CONFIAR en el militar y en la misión que se le ha confiado, sea la de padre, esposo, hijo, soldado, guerrero, infiltrado, COMPAÑERO, ‘LANZA’, representante de su institución. Es la GARANTÍA DE PATRIA. Por ese motivo destruir la credibilidad y el honor militar es uno de los objetivos de la subversión. Lo buscan mediante la corrupción de los miembros de las FF AA, y las falsas acusaciones para desmoralizar. Esa es la forma fácil de derrocar al estado sin disparar un tiro. En ese contexto, conozcamos ahora el calibre moral del Coronel Mejía. No vamos a hablar de sus hazañas militares, sino de lo que haría o no, cualquiera de nosotros, cuando se ofende a la patria.

En 1992 adelantaba el Coronel Mejía en Estados Unidos el curso de “Comando de Pequeñas Unidades Especializadas en el rescate de personalidades y naves en manos de terroristas.” Eran 189 representantes de las Fuerzas Militares de setenta y seis naciones. Fue un entrenamiento arduo, inhumano, de clasificación secreta: supervivencia en la jungla, el desierto, nieve, combate antiterrorista urbano, combate individual, maniobras de paracaidismo y rescate de aeronaves en vuelo.

En una reunión de intercambio de regalos como muestras de caballerosidad con los compañeros, el Coronel Mejía entregó cinco réplicas de cerámica del Lancero, como recuerdo de los valientes soldados colombianos. Le tocó el turno de recibir el obsequio al Mayor Smith, un excelente representante de la Infantería de Marina de los Estados Unidos. Lo recibió con desdén y con voz fuerte para que todos escucharan dijo en un horrible español: “¿Es solo el muñeco o viene relleno de coca?” Risa general. Mejía le arrebató el obsequio al ‘marine’, lo estrelló contra el suelo y lo derribó de una trompada en el rostro. Cuando quiso reaccionar lo neutralizó. Inmediatamente le cayó la policía militar encima. Lo retuvieron en una pequeña oficina hasta el día siguiente cuando, después de permitirle asearse, comparecería en la sala de guerra de Fort Bragg para un rápido Consejo de Guerra.

Desde Washington se desplazaron el agregado de defensa y el primer secretario de la embajada colombiana, y sin conocer los hechos, ni permitirle hablar, lo condenaron. Se le acusaba de atacar a un oficial insigne de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos y tal acto seguramente le costaría a Colombia el retiro de la ayuda militar gringa. La acusación era cierta con numerosos testigos. La condena era segura. Llegado el momento de su defensa Mejía dijo:

“Soy el Capitán de Colombia Hernán Mejía Gutiérrez. Hace trece años ingresé a las filas del ejército de mi país. Desde ese momento juré ante Dios defender a mi patria aun a costa de sacrificar mi vida. Ayer mi nación fue ofendida y atacada por el señor Mayor Smith de los legendarios Infantes de Marina de los Estados Unidos. Mi única acción fue cumplir mi juramento y defender el honor de mi patria. Si esa es una falta terrible, la asumo con responsabilidad, acato la decisión de este honorable tribunal, pero no me arrepiento ni pido perdón por actuar como soldado de honor.” Su defensor ilustró con ejemplos y argumentos los principios y valores imprescindibles para todos los soldados del mundo. Mejía se retiró de la sala para que el tribunal deliberara; lo hicieron durante una hora y quince minutos. De vuelta a la sala y dentro del mayor rigor marcial, el general más antiguo dijo:

“Esta Corte Marcial decide sobre la conducta del capitán de Colombia Hernán Mejía Gutiérrez, alumno del curso de Comandos de Pequeñas Unidades en los Estados Unidos de Norteamérica. Por unanimidad definimos su actuación como producto del esmerado apego al honor de su país y al más puro sentimiento del verdadero patriota soldado. Esta Corte considera que aunque excesiva es comprensible la reacción ante la ofensa verbal de su compañero Comando. Continuará adelantando el curso sin sanción ni afectación. El oficial de los Estados Unidos presentará públicas disculpas ante los mismos testigos que presenciaron el hecho. Se cierra y archiva la actuación.” Se me hizo un nudo en la garganta al comprender el sentido del honor de los verdaderos militares. Lloré en silencio y rogué a Dios porque se haga justicia real y oportuna con este héroe porque comprendí entonces qué lejos está mi querida patria de comprender lo que es vivir de acuerdo con un compromiso vertical con el honor; al ignorarlo, estamos permitiendo que unos facinerosos, a nombre de la paz, pretendan pisotear todo lo que nos es más querido. ¿Cuántas veces nos humillan en los aeropuertos y callamos? ¿Por qué nos sorprendemos que a farianos asesinos, militares que cumplían con su deber y ciudadanos que se defendieron, nos quieran meter en el mismo saco para que nos juzgue un tribunal anunciado por el tal Sergio Jaramillo y Santos sin mácula de vergüenza?

Días después, en un entrenamiento de salto en paracaídas un hombre pasó junto a Mejía. Su paracaídas se había enredado, no abrió completamente. Cayó al agua, con desesperación trataba de desenredarse y no podía. Mejía cortó las correas del suyo y se lanzó al rescate del compañero. Le salvó la vida. Era el Mayor Smith. Después en el hospital, llorando, Smith le pediría disculpas por la ofensa a su patria y reconocería el abnegado acto de heroísmo y compañerismo de Mejía. El siguiente viernes en el campo de desfiles de Fort Schafee recibiría la placa como graduado de honor y el premio como mejor compañero del curso.
Por otra parte, lo que la gente no sabe es que la estrategia militar para la Seguridad Democrática fue adoptada por Álvaro Uribe en base a los logros del Coronel Mejía en el Cesar. Había sido un héroe en el Palacio de Justicia, en La Hormiga, Putumayo, en muchos lugares. Un héroe anónimo como miles que no han tenido voz, por lo que el sistema de justicia imperante los atropella. ¿Será que por ser eficiente y efectivo en la lucha militar escogieron su cabeza para presentarla en bandeja de plata a los ‘Herodes’ de derechos humanos?

Los evangelizadores de la paz nos hablan de reconciliación a la gente del común. ¿Por qué no le predican a los ‘administradores de justicia’ que odian visceralmente el camuflado? ¿A Edwin Guzmán Cárdenas que sin ser testigo de las acciones del Coronel Mejía falsamente lo acusa? ¿A los diferentes fiscales que se pasan la pelota, o emplean los mismos testigos falsos en procesos contra militares? En la página 227 leemos:

“Diariamente el tercer piso del Búnker, sede principal de la Fiscalía General, era visitado por Iván Cepeda, Jorge Molano y Sergio Jaramillo, quienes muy acuciosamente pasaban de despacho en despacho, animando en su tarea aniquiladora a los distintos instructores. Fui testigo presencial de esta ceremonia que culminaba en la oficina de la coordinadora, en las diligencias que allí me correspondieron.” Deberíamos enviarle copia del libro del Coronel Mejía a Vivanco de Human Rights Watch para que constante que los argumentos de la Procuraduría contra Cepeda no son rebuscados, ni artilugios de la Edad Media, sino la plena realidad de un complot contra quienes han combatido a las Farc. ¿Cómo persiguen?

Cuando se lleva a cabo la persecución política, que es una tortura sicológica de baja intensidad, pero que igualmente desequilibra, los torturadores creen que están en el terreno moral, que la nación está en peligro, que son la primera línea de protección de la nación, y que la gente va a estar agradecida por lo que están haciendo. Ese es el discurso de los manejadores. Si es así ¿Por qué lo ocultan?

Pero esto no es la ocurrencia de algún ‘izquierdista emprendedor’. Se necesita una figura de autoridad, en un entorno oficial. Aceptar la persecución política como una conducta moral, parecería basarse en el temor de perder el respeto de ser visto como un ‘buen revolucionario, compañero o subordinado colaborador’, una creencia alentada por el grupo de pares, o un mal entendido del sentido del honor o espíritu de cuerpo.
Por otra parte, una vez el pobre ciudadano entra al sistema en la categoría de ‘víctima’, ‘perseguido político’, ‘preso’ se le deshumaniza, se le trata según el ‘código del sistema’ o ‘fiscal de turno’; es una pieza del ‘sistema de justicia’. Deja de ser persona y se convierte en un argumento jurídico; así se le trata y tasa según su capacidad económica. Cuando ésta es poca, es pobre, soldado o policía, indígena o maleante, el sistema se desinhibe de las posibles sanciones morales, socioculturales o situacionales que puedan sobrevenirle de parte de la ley, la costumbre o la conciencia y hace entonces lo que se le da la gana. Llegamos así a una dictadura y no nos hemos dado cuenta. Eso me enseñó la Corte Marcial del Coronel Mejía. Y también su libro “Me niego a arrodillarme.” El héroe es el que se da cuenta de la tramoya; por eso es, por naturaleza, anti sistema; pero los verdaderos héroes tienen ‘gracia’ y los otros son unos ‘desgraciados’. Que cada quien escoja.

Una vez que en el sistema judicial la persecución política disfrazada de falsas oportunidades de defensa real se establece como un procedimiento aceptable debido a ‘la congestión de los juzgados, la falta de funcionarios, presupuesto, el aplazamiento, etc.’ su uso se institucionaliza y la excepción se convierte en regla. Entonces esa ‘regla’ sustituye la conciencia. De esa manera se instala la tortura difusa del sistema carcelario, el de justicia, el militar, el burocrático, el de salud, el agrario, el eclesiástico, (Trate de divorciarse según los procedimientos de la iglesia católica), etc. Así, la prevalencia de este rasgo ‘congénito’ de la atrocidad institucional, hace de cada ser humano un torturador potencial del sistema, peleará por emplearse en él, por lo tanto se establece ‘legalmente’ la tortura dentro de la democracia sin que nos demos cuenta, disfrazada de ineficiencia o influencia política. Para sufrir no hace falta el castro-chavismo: ya estamos en él. Por eso necesitamos el HONOR como medicina.

Coronel Mejía:

Quizá las meditaciones de su tragedia no estén por encima de las de los grandes que lo han inspirado; y su habilidad para desentrañar el entretejido de los intereses políticos no pueda darnos las claves que necesitamos para desenmascarar a los hipócritas. Quizá no pueda usted bajar hasta el sacrificio de la santidad, y a sus sueños les cueste subir la escala de la resignación. No desfallezca, se lo ruega un desconocido amigo, pues Dios derrama misericordia en el peor de los infiernos. Así, quizá Dios le enseñe a buscar su Corazón Sufriente como el suyo con medios sencillos como la escoba o el trapo de la oración para que su corazón no se empolve con el odio. Él ha oído sus gritos y lo ha cobijado con su manto favorito que es el honor, pero su honor, querido Coronel Mejía, ha dejado de ser el regalo que Dios le dio y ha pasado a ser UNA ADVERTENCIA NACIONAL. Por eso es trágico. Su grito no es de derrota, Coronel; porque usted está enderezando el pensamiento sobre el HONOR MILITAR. Porque usted grita con el corazón y el nombre de Dios en sus labios, su grito es una curación para los que todavía tienen una conciencia aunque se hayan equivocado. Su amor por Colombia lo humilló salvajemente, pero deje hablar su corazón como un niño con su Padre Celestial. Porque en la desesperación Él lo fortalecerá con la presencia de sus ángeles como lo sostuvieron en el Huerto de los Olivos al beber su copa de héroe. Y usted sabe que la recompensa de Dios no es bisutería, está acrisolada en la verdad dolorosa, la que dura para siempre. Resista campeón que viene la caballería celestial con los estandartes del aprecio de todos los colombianos de bien.

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