Reflexiones sobre el Partido Uribe Centro Democrático, su estructura y sus estatutos – Parte 2

Nuestro primer documento respecto a cuál ha de ser la estructura del partido Uribe Centro Democrático, generó ciertas inquietudes sobre lo que es un partido de masas y un partido de cuadros; en cuál modelo encaja el nuestro, y las consecuencias prácticas, puesto que de ahí se deriva el artículo de los estatutos que defina quién es militante o miembro de Uribe Centro Democrático.

No sobra dar, en medio de una discusión sobre estatutos, los elementos teóricos sobre esa clasificación de los partidos; la descripción que los tratadistas hacen. Aunque, anticipamos, en las circunstancias actuales hay ahí una falsa disyuntiva, un falso problema.

En 1951, un joven politólogo francés, Maurice Duverger, sorprendió al mundo con un sesudo tratado sobre los partidos políticos. De hecho, ese texto hace a Duverger el padre de la teoría sobre partidos y sistemas electorales. Aunque Duverger nos informa tanto sobre los partidos de la democracia como sobre los partidos totalitarios, es natural que sólo nos vayamos a referir a los primeros.

Duverger describe así lo que es ser miembro de un partido, según el tipo de partido (recordemos que habla en 1951):

1.        No es lo mismo ser miembro del partido comunista, de un partido radical, del Partido socialista francés, del Laborista británico o de un Partido social demócrata cristiano. Dice Duverger que, incluso, en los partidos norteamericanos, la palabra “miembro” no designa nada porque unos son

(1)    los militantes integrados a la “máquina”,  otros,

(2)    los simpatizantes que la refuerzan en la campaña electoral, otro,

(3)    el que simplemente da su voto en las primarias, y  otros más,

(4)    los que en últimas simplemente votan por los candidatos del partido.

2.        La noción de “miembro” de un partido coincide con la de “adherente”, que es distinta a “simpatizante” (el que se declara favorable a las doctrinas del partido, le da a veces su apoyo, pero permanece fuera de su organización). En muchos casos, aclara, la diferencia termina siendo muy vaga.

Ahí viene, entonces, la diferencia entre los

(1)    partidos de cuadros (y los)

(2)    partidos de masas,

nacida (esa diferencia) de los cambios enormes que tuvo la política con el salto del voto “censitario” del siglo XIX (solo votaban los varones, alfabetos, con cierto capital, etcétera) al voto universal del siglo XX (primero como un derecho de los varones, todos, y luego de hombres y mujeres a partir de cierta edad).

3.        ¿En qué descansa la diferencia entre partido de cuadros y partidos de masas?

Casi todo el mundo piensa que la diferencia está en la dimensión o tamaño del partido (número de sus miembros). Pero no. Para Duverger, la diferencia radica en la estructura. Y en la estructura, hubo siempre un factor definitorio: la financiación. Hasta hace pocos años, el esfuerzo financiero era tarea única y exclusivamente del partido. Ni se soñaba con el concepto de financiación estatal de los partidos y de las campañas. Y los partidos, en su esfuerzo financiero, terminaban decidiéndose, o por una financiación con cotizaciones de una base popular amplia, o por financiación de una élite económica, o por una financiación mixta o, incluso, por alternativas como la financiación por algunos “miembros colectivos” como los sindicatos o las organizaciones gremiales de empresarios, etcétera. En esas circunstancias, el partido de masas era, ante todo, un partido que quería eliminar la financiación capitalista de la vida de partido y de las elecciones. Duverger trae el ejemplo concreto del partido socialista francés como un caso de partido que se aleja de la financiación por parte de industriales y banqueros y recurre a la afiliación masiva y a la financiación por parte del público. En ese sentido lo define como un partido de masas.

4.        “Partido de cuadros”, según Duverger. 

(El concepto leninista de “partido de cuadros”, completamente ajeno a la politología moderna, ni siquiera le merece al tratadista una mención en la bibliografía. Los conceptos de partido único, estado totalitario y partido-clase, son para él una aberración ajena a la estructura de los verdaderos partidos políticos).

Superado el escollo de la financiación, vigentes las normas que obligan a generosas contribuciones estatales a los partidos y a la financiación de las campañas, todos los partidos, en general, han terminado siendo “partidos de cuadros” según la definición duvergerista. Voy a citarlo literalmente:

“(…) reunir notables para preparar las elecciones, conducirlos y mantener el contacto con los candidatos (…) notables cuyo nombre, prestigio o brillo servirán de fiador al candidato y le cosecharán votos; notables técnicos (…) que conozcan el arte de conducir a los electores y de organizar una campaña; notables financieros que aportan el nervio de la batalla. Aquí, la cualidad que importa sobre todo: gran prestigio, habilidad técnica, importancia de la fortuna. Lo que los partidos de masas obtienen por el número, los partidos de cuadros lo obtienen por la selección (…) Los partidos norteamericanos y la mayoría de los partidos moderados y conservadores entran en la misma clasificación (partidos de cuadros)”.

5.        Criterios de adhesión.

En los partidos de masas de la clasificación de Duverger, el mecanismo de adhesión es formal: firma de un compromiso y el pago de una cuota anual. Los partidos de cuadros no tienen formalismo de ingreso y los donativos son irregulares. En ellos, el activismo es la que define el grado de participación.

Los partidos modernos han hecho que desaparezca la diferencia: los activistas, por serlo, al formalizar (mediante el lleno de un formulario) su adhesión, son militantes (contribuyan o no con cuotas); y los simpatizantes que llenen el formulario, adquieren automáticamente, también, el carácter de adherentes o miembros del partido. Con todas esas fichas de adhesión, el partido forma un cuerpo de miembros con el que tendrá un contacto directo a través de redes sociales, comunicaciones personales, presencia en las sedes, tareas electorales, invitaciones sociales, formación en sus escuelas, recibo mensual del periódico, participación en sus emisoras, contactos directos con parlamentarios, invitación a seminarios y congresos, citación a votaciones para conformación de autoridades del partido en todas las instancias locales, departamentales y nacionales. Todo ello tiene un común denominador: identificación o carnetización, que excluye del voto al simple simpatizante.

Duverger propone que esa adhesión o ingreso sea reglamentada. Se realiza siempre en los organismos municipales. Si en ellos se niega (supongamos que en un municipio un sector quiere excluir a otro de la militancia pues pertenecen a grupos antagónicos en la política municipal), habrá recurso a los escalones superiores. También habla Duverger de un “padrinazgo”, mediante el cual uno o dos miembros del partido deben garantizar las calidades políticas y morales del adherente. Este último recurso podría ser de alguna utilidad para las adhesiones de última hora, cuando el postulado lo que realmente quiere es que se le de ingreso a las listas de candidatos a las corporaciones o ser nuestro candidato a una alcaldía o una gobernación; no quiere militar sino que se le “avale”.

6.        Carácter del partido Uribe Centro Democrático.

Aunque es un partido que va apenas a fundarse, no es un partido nuevo, porque recoge el acervo doctrinal del presidente Uribe, de su gobierno, y de los partidos hermanos en el mundo; así como también, hay que decirlo, recoge la experiencia negativa de la fundación del partido de la U y de la disolución de la coalición de partidos que decía apoyar la obra de gobierno del presidente Uribe.

No parece haber duda que todas las circunstancias obran a favor de que nuestra estructura sea la de un partido de masas (según la clasificación de Duverger), con un sistema formal de afiliación de todos esos compañeros que se han probado ya como uribistas en nada menos que cuatro campañas presidenciales y otras tantas para congreso y autoridades locales; o son los jóvenes que se baten en colegios y universidades; o ciudadanos que dan la pelea en las redes sociales, etcétera. Para ellos debemos ofrecer amplia democracia interna, lo que implicará neutralizar desde el momento mismo de la discusión de los estatutos, la práctica de la selección a dedo de sus autoridades y la formación de feudos regidos por un parlamentario o por un cacique electoral.

Nuestro partido no será una confederación de “avalistas”. Haber estado en la fábrica de avales en que se convirtió, en nuestras narices, el partido de la U, nos inmuniza contra esa intención y esa práctica. En el proceso de discusión de los estatutos, no sobrará repetir hasta el cansancio que nadie de los elegidos o de los promotores del partido tendrá el poder de señalar candidatos a dedo o de formar con esos procedimientos los órganos de dirección.

7. Cuotas.

La financiación estatal ha dejado a un lado la necesidad-obligación de cotizar periódicamente al partido. Eso no supone la exclusión de los aportes y donativos voluntarios.

La otra cara de la moneda es el uso que debe darse a los aportes estatales y reintegros por votación obtenida, la forma de manejo y la auditoria que todo militante, individual o colectivamente a través de organismos de dirección, tiene derecho a hacer a esos fondos.

Deberá regularse los reembolsos. En principio proponemos que no los haya individuales, máxime que nuestra idea es que las listas a cuerpos colegiados sean siempre cerradas y que los candidatos a cargos en el ejecutivo lo sean del partido y no producto de aventuras individuales.

Sobre esta materia debe abrirse una amplia discusión.  

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