Salimos a deberles

En aras de no dejar espacio para las dudas, empiezo afirmando que yo sería la primera en salir a aplaudir la devolución de los niños que están en poder de las Farc, si el compromiso de esa guerrilla respecto de la desvinculación de menores fuera sincero y estuviera ajustado a la realidad.

Desde que comenzó el proceso de paz de La Habana, he acompañado el clamor de las familias de los niños esclavizados por la guerrilla que de manera permanente vienen pidiendo que sus hijos sean devueltos a la libertad. En foros académicos, audiencias públicas, debates en el Congreso, intervenciones en la comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, he evidenciado la magnitud de la tragedia que padecen los menores de edad que hoy, en este momento, se encuentran confinados en los campamentos terroristas contra su voluntad.

En su momento, señalé la indolencia por parte del Gobierno cuando adelantó las rondas de trabajo con los representantes de las víctimas y descubrí que entre ellas no estaban los menores de edad. Así mismo, he denunciado que el propio Alto Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo Caro, en respuesta oficial enviada a mi oficina, se haya atrevido a asegurar que, por andar negociando “en medio del conflicto”, prácticamente las Farc están autorizadas para seguir sacando a los niños de sus hogares para llevarlos a la guerra.

Hace unos días, se dijo en La Habana que ahora sí van a liberar a los menores que están en la guerrilla. Pero el anuncio se aguó cuando a renglón seguido los cínicos jefes de las Farc aseguraron que solamente tienen en su poder a veinte niños, contradiciendo lo que es evidente: son más de dos mil los niños que tiene esa organización terrorista en condición esclavos.

La cifra no brota de mi imaginación, sino de los informes profesionales que han hecho diferentes entidades, lo cual también contradice el mentiroso número que brindó el señor ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas quien aseguró que en las Farc hay 170 menores.

En las adicciones, la negación es el primer síntoma de la enfermedad. Un alcohólico o drogadicto, cuando se le confronta sobre el mal que padece, lo primero que hace es decir que quien lo cuestiona está exagerando o mintiendo. En una paz endeble y poco duradera como la que están sellando Santos y Timochenko, la mentira es la sintomatología de que ésta, la paz, no tendrá vocación de permanencia ni en el tiempo ni en el espacio. Más temprano que tarde, las víctimas, al confirmar que sus derechos a la verdad, a la reparación y a la no repetición no se están respetando, van a volverse contra lo acordado y demandarán castigos ejemplarizantes contra sus victimarios.

Si la guerrilla solamente piensa devolver a 20 niños, ¿qué va a hacer entonces con el otro par de miles que tiene en sus frentes criminales? ¿Los va a devolver “por debajo de cuerda” a sus hogares? ¿Acaso los va a entregar a otras organizaciones criminales que no están en el proceso de paz? ¿Los va a desaparecer? Acá, quiero hacer un fuerte llamado a la atención de todos los colombianos. No podemos permitir que se nos siga mintiendo sobre el número real de niños reclutados, porque es muy posible que ante nuestros ojos, la guerrilla esté fraguando un genocidio sin antecedentes en nuestra historia, todo para minimizar la magnitud de su responsabilidad en la comisión de uno de los peores crímenes contra la humanidad: el reclutamiento forzado y sistemático de niños para efectos de ser usados en la guerra.

Las Farc saben perfectamente que por ese delito, en algún momento la justicia penal internacional los llamará a rendir cuentas. Por eso, hablan de una veintena de menores, porque aquel número es marginal. En cambio, cuando se habla de 2 o 3 mil, la situación toma un cariz bastante distinto y eso lo sabe muy bien el abogado de esa organización terrorista, el español Enrique Santiago.

Si Santos permite que la guerrilla se burle en su cara, eso es problema de él. Pero los colombianos no podemos permitir que en lo que respecta a los menores de edad reclutados, esa guerrilla crea que somos igual de ingenuos al gobierno.

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