Santos, Timochenko y otros “constructores de paz”

El presidente Santos le dijo a Vicky Dávila que tenía idea de dónde estaba alias Timochenko, pero que lo pensaría dos veces antes de ordenar su captura porque es optimista sobre el avance de los diálogos de La Habana; y que le costó trabajo a dar la orden de ir por alias Alfonso Cano.

Los colombianos están indignados con esta declaración. Y no es para menos: el presidente Santos, según la Constitución que juró defender, es el jefe supremo de las Fuerzas Armadas dentro de una confrontación con un grupo armado ilegal como las Farc, con quien su gobierno sostiene conversaciones para llegar a un supuesto tratado de paz. Pero las condiciones que fijó el presidente mismo,  estipulan que se “negociará en medio del conflicto”, y que sepamos éste no ha terminado.

La sola mención de lo que piensa sobre la captura de Timochenko es un insulto al pueblo colombiano, víctima de ese sujeto, y una bofetada a las Fuerzas Armadas.  Si no actuase diligentemente contra este, violaría la Constitución. Incluso, de hecho, sus palabras significan que dejaría en impunidad a los jefes de la guerrilla, no importa que delitos cometan, algo que ya sabíamos. Y si se quiere, declararía un cese al fuego unilateral por parte del Estado, algo que ni las mismas Farc han solicitado, pues lo que buscan es un cese al fuego bilateral.

Pueden ustedes imaginarse el golpe a la moral de los combatientes por la democracia constitucional en Colombia. Su comandante supremo duda en capturar al cabecilla del enemigo y en cambio, algunos jueces no dudan en encarcelarlos por miles. Claro que para Santos las Farc no son el enemigo con el que se negocia un acuerdo que sea ventajoso para el Estado de derecho, sino el aliado con el que busca afinar unos acuerdos para que este quede en mejor posición de fuerza y de reconocimiento político del que tenía al inicio de las “conversaciones”. Si Timochenko  – determinador de muchísimos crímenes de guerra y de lesa humanidad, incluyendo los que ordena ahora contra los civiles y militares desarmados, para “mejorar” su posición en la negociación-  no es el objetivo principal en el campo militar, entonces ninguno de los miembros de su organización lo es.

Su par en la mesa (porque Santos reconoce a las Farc un rango de parte dentro de un conflicto interno), en cambio, no se anda con chiquitas para torturar y asesinar soldados y policías, poner bombas en poblaciones, con el agravante de que a la hora del ataque, la población civil se encuentra masivamente en ellas, lanzar una granada contra los integrantes de un CAI de la policía, en cuyas cercanías había civiles, víctimas del atroz asalto continuado y sin cuartel de las Farc a las gentes humildes de Tumaco, para mantener los narcocultivos en la zona y controlar las rutas del narcotráfico, o asesinar a un líder de las negritudes por el único hecho de que no es una ficha suya, sino, más bien, un auténtico representante de las víctimas; o atentar contra la infraestructura petrolera de manera grave y tratar de dejar a Bogotá sin energía eléctrica, algo en que, por fortuna fallaron. Esto, para hablar tan solo de lo ocurrido en estos días. Saben que actúan a sus anchas.

La actitud de Santos es la verificación, por parte del gobierno, de que los “constructores de paz”, como se autodenominan, pueden seguir delinquiendo con tal de conseguir el anhelado “acuerdo de paz del presidente”.

El mundo al revés: unos criminales de guerra y de lesa humanidad, convertidos por arte de la verborrea de los individuos de La Habana, en “constructores de paz”, con el argumento de que no ha habido negociación en el mundo que contemple siquiera un día de cárcel para quienes han firmado la paz.

La pequeña cosa que pasan por alto Santos y las Farc es que para la Corte Penal Internacional no son “constructores de paz” sino criminales de delitos atroces, los cuales no pueden pasarse por alto. Si fueran verdaderos constructores de paz, reconocerían sus crímenes, repararían a las víctimas y declararían un cese al fuego unilateral para detener el flujo de sangre que provocan con sus acciones.  Porque otra pequeña cosa que pretenden ignorar , es el sentimiento de frustración de las víctimas de las Farc y el asco que le produce a los colombianos la prepotencia,  el cinismo, la capacidad de negar la verdad, de invisibilizar a sus víctimas y, en cambio,  y victimizarse, que tiene esa organización.

Con el sol a la espalda, con la opinión pública en contra de su gobierno y de la manera que maneja las conversaciones de La Habana, sigue aferrado a una reelección fracasada. No hay peor sordo que el que no quiere oír. Sólo faltaría que su declaración fuera para aclimatar ante la ciudadanía el viaje de Timochenko a Cuba. En cualquier caso, no podemos descartar que el presidente esté preparando, en su soledad y su obsesión, junto con el jefe de las Farc, lo que piensa que será  una aparición dramática y apoteósica, un “hecho histórico”, como la firma de cualquier cosa que pueda vender a la opinión pública. Por ejemplo, proclamaría un “acuerdo” que pondría fin al narcotráfico en Colombia, al que le “faltan partes sustantivas todavía” ¡Cómo no, monito! Si de esto se tratara, ya sabemos de qué va el asunto con la explosión de narcocultivos en El Catatumbo, en Nariño y El Putumayo y en los sitios donde establecerán más de cincuenta zonas de reserva campesina, controladas militarmente y manejadas políticamente por las Farc. Y si fuese otro tema, ya los colombianos estamos tan vacunados, que el único efecto que produciría sería el hundimiento, más aun, de su reelección. Esa es la tendencia que marca el clima político del país. La fuerza mayoritaria de los colombianos pondrá las cosas en su sitio.

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