Santos y la obviedad de lo que sabíamos

Cuando se emprende una negociación de un conflicto armado, es apenas obvio que las partes sepan y prevean los caminos posibles: el del logro de acuerdos (parciales o totales) o el del retorno a la confrontación, que puede intensificarse o por lo menos cobrar más brutalidad. En estos asuntos, de la comprensión a la radicalidad también hay un paso.

Por eso no debería sorprender tanto que el presidente Juan Manuel Santos sentencie que de no prosperar el acuerdo con las Farc, entonces esa guerrilla volvería a la confrontación, muy en particular a acciones de terrorismo urbano.

Las Farc tienen un Plan B, según nos recordó el presidente: retomar la vía militar irregular en las ciudades. Trasladar allí la intranquilidad y la zozobra. Y seguro lo pueden planear porque saben que es el país urbano el que más las rechaza y desconoce. Mientras continúen en la periferia, todo sigue adelante en una “normalidad” aceptada y aceptable. Los estragos en áreas rurales alejadas son manejables, son “imperfecciones leves” de la fisonomía colombiana.

La alternativa de retomar la confrontación siempre está presente. Ocurrió tras el fracaso del Caguán, donde las Farc, más pensando en seguir la guerra que en negociar, se fortalecieron: con más hombres, con más entrenamiento, con más cohesión de sus mandos medios y superiores, con más acopio de recursos (técnicos, financieros e incluso tecnológicos). En el Caguán, las conversaciones fueron la oportunidad de las Farc para, desde su supuesto interés de incorporarse a la legalidad y el sistema político, afianzar la maquinaria de guerra y trabajar con intensidad en la expansión de su proyecto de partido clandestino y sus redes populares de adoctrinamiento.

Por eso ahora lo que molesta y sorprende es que el presidente Santos, en un ambiente posible de no refrendación ciudadana de los acuerdos (es decir, que pueda ganar el NO en un plebiscito), subraye el temor de que se entre en una “etapa más urbana del conflicto”. Y lo dice con ese tonito de “ustedes verán”…

Lo que se supuso con el modelo de negociación de La Habana es que si no se logra un acuerdo final, todo seguirá como venía y el Estado estará preparado para mantener el control (aunque sea relativo en algunas zonas) de la unidad y la seguridad nacional.

El presidente Santos prometió que las Fuerzas Armadas estarían en capacidad de afrontar cualquier escenario, y ahora habla con un aire de incertidumbre y un tufillo de chantaje que a nadie le gusta.

Él debe ser el primero en tener claras las medidas que tomará si la negociación no se logra (a cualquier precio). No se puede salir ahora, en un escenario internacional, el Foro Económico Mundial, a insinuar “pobres los colombianos si les dicen no a las Farc”.

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