Santos y Maduro protegen a Timochenko

En una reciente columna comentábamos la tristemente célebre entrevista radial de Vicky Dávila a Juan Manuel Santos a propósito del lugar dónde se encontraba Timochenko. Santos dijo que más o menos conocía su ubicación pero que dudaría en ordenar atacarlo, en razón del avance que ha tenido “el proceso”.

Destacamos entonces la falacia de esa respuesta, en virtud de la información que el ministro de defensa Pinzón proporcionó unos días después: Timochenko está en Venezuela desde hace más de 10 años. Por tanto la respuesta de Santos a la periodista fue falaz: ¡qué iba a atacar al jefe terrorista si está a buen cobijo del gobierno de Maduro, socio y mentor del proceso de “paz”!

Ahora hemos venido a saber por la misma Vicky Dávila, que la pregunta que formuló entonces a Santos tampoco fue inocente, porque ella también sabía que el capo narcoterrorista estaba en el país vecino. Para entonces Dávila estaba a punto de publicar el libro “Enemigos”, dedicado a la enemistad entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, y conocía los detalles de la residencia de alias Timochenko, arropado por el régimen chavista.

El escabroso asunto, que casi ninguna atención ha recibido de los medios de comunicación, está descrito con pormenores asombrosos en el libro de Dávila, precisamente cuando se ocupa de las relaciones con Venezuela, uno de los puntos primigenios y nodales de las diferencias entre Uribe y Santos.

Describe la periodista las denuncias que ante la OEA presentó el gobierno de la seguridad democrática en 2010 sobre presencia de la guerrilla en territorio venezolano, con inequívocas evidencias de la complicidad del régimen chavista. Al igual que las radicales y contundentes declaraciones de entonces de Juan Manuel Santos contra aquel gobierno despótico y los peligros que entrañaba para la democracia colombiana y del resto del continente. Y el giro inesperado que dio Santos al inicio de su mandato, declarando a Hugo Chávez su “nuevo mejor amigo”.

Todo cambió desde entonces. De las denuncias contra Venezuela y la exigencia de cesar su complicidad con los criminales, se pasó a una superflua y engañosa diplomacia que para lo único que ha servido –aparte de soportar los azarosos diálogos habaneros- es para que las Farc se fortalezcan y la dictadura chavista distraiga la atención internacional sobre su pérfido apoyo a los terroristas.

“Con la denuncia contra Chávez en la OEA, sencillamente no pasó nada, y hoy se sabe que incluso algunos jefes, especialmente de las FARC, que están como negociadores en Cuba, han salido en vuelos directos desde el vecino país a ocupar sus puestos en la mesa de conversaciones en La Habana” (p. 103), advierte Dávila.

La mayor parte de la cúpula narcoterrorista vive, circula y desarrolla sus actividades criminales en el otro lado de la frontera con evidente respaldo oficial. Precisamente Dávila narra un episodio, referido por un alto oficial militar colombiano que fue testigo, sobre la farsa de la diplomacia santista-chavista de “colaboración” contra los delincuentes. Esta es la descripción:

“Un militar del alto mando, que me pidió reserva de su nombre, me contó en detalle cómo un general fue enviado a conversar con Chávez casi a los dos años de estar Santos en el poder. El Gral. se reunió con Chávez y con Nicolás Maduro con la misión de entregarles las nuevas coordenadas de los sitios en que las FARC y el ELN se seguían escondiendo en Venezuela.” Pocos días después “un grupo de oficiales venezolanos llegó a Bogotá a mostrar resultados de un operativo que la cúpula militar rápidamente descubrió que había sido un fraude”. Los militares venezolanos decían que “habían arrasado con todo”. El alto mando colombiano que se confiesa con Vicky Dávila, activo al parecer, remata su impactante confidencia así: “¡Mentira, un informante nos contó cómo había sido todo!” (p. 103).

Y Santos, su ministro de defensa y su canciller, se guardan y tragan estos embuchados como si nada. Vergonzosa actitud de debilidad, de entrega, que le costará caro a Colombia si el país no reacciona a tiempo.

Correos electrónicos que se han conocido, cruzados entre jefes terroristas, demuestran que se mueven por toda Venezuela sin problema. En Caracas, la capital, tienen sitios de reunión y cumplen citas y reuniones. Y como lo indica Dávila, vuelan sin restricciones entre Caracas y La Habana. Como si tuvieran estatus diplomático, con absoluta inmunidad e impunidad, pues gozan de la plena protección del Estado.

Y reiteramos lo más grave: el gobierno colombiano sabe dónde se encuentra el jefe de las Farc, y entre qué lugares se desplaza en el país vecino, lo mismo que sus ires y venires a Cuba, pero lo tolera y acepta, convirtiéndose también en cómplice de sus actividades criminales contra Colombia. ¿Y qué decir de los gobiernos venezolano y cubano que acolitan las andanzas de delincuentes con órdenes de captura de la Interpol? ¿Pueden por su cuenta pasarse por la faja los pedidos de autoridades judiciales y policiales, o tendrán la venia y autorización secreta del gobierno colombiano? ¿Tiene esas prerrogativas? ¿Los diálogos de “paz” dan para todas estas artimañas?

Los datos proporcionados por Dávila son palmarios: “La inteligencia colombiana sabe que Timochenko, el jefe máximo de las FARC, se refugia en el vecino país, en una zona conocida como la casona al otro lado de la frontera en el Catatumbo. Desde allí –dicen- viaja a Cuba y se mueve sin problema por los demás campamentos de sus hombres. Las comunicaciones del guerrillero están monitoreadas. Gabino, el jefe del ELN, también está protegido en el vecino país”. (pp. 103-104)

La autora del libro “Enemigos” entrevistó también sobre el tema al Gral. Javier Rey, exjefe del Comando Conjunto de Operaciones del Ejército, uno de los artífices de la Operación Jaque y de la que dio de baja al Mono Jojoy, retirado con motivo de la purga que emprendió Santos a raíz del caso de la fachada “Andrómeda”. Confirma Rey que Timochenko vive en una finca en Venezuela, en una “área no muy habitada, hacia los llanos venezolanos”, al igual que otros capos de la pandilla terrorista. “Viven en fincas que pueden ser del Estado, las han comprado las FARC o se las han facilitado”, advierte. E interrogado sobre si Timochenko viaja a Cuba responde: “Tenemos conocimiento de eso”. Agrega que son frecuentes los “excesos” de lujo y juergas entre los jefes guerrilleros, como cualesquiera capos del narcotráfico.

Para completar el panorama de denuncias, Dávila incluye al final del capítulo que reseñamos unos anexos, provenientes de la inteligencia militar, y proporcionados este mismo año de 2014, que contienen mapas con pormenores de la localización de campamentos y jefes guerrilleros a lo largo de la frontera con Venezuela, pero al otro lado de ella.

El anexo de la página 111, titulado “Ubicación cabecillas Bloque Magdalena Medio” es uno de los más dicientes. En la nota explicativa de la gráfica se indica: “Aquí se demuestra claramente que 'Timochenko' no se queda quieto y se mueve entre varias fincas ubicadas en Venezuela y cuyas coordenadas tiene plenamente identificadas el Gobierno Santos. 142 hombres de este bloque acompañan y cuidan a su jefe en territorio venezolano. 55 más lo hacen desde el otro lado, Colombia. Fuente: Inteligencia 2014.”

Hasta este grado de abyección ha llegado el gobierno de Santos. Tolera que la jefatura criminal se pavonee por territorio venezolano y desde allí planifique y cometa los más atroces actos terroristas contra nuestro país. Admite que los cabecillas actúen con estatus legal y protección allí y que se desplacen libremente a Cuba, como funcionarios de un estado paralelo, con inmunidad plena. Acepta los engaños de las autoridades vecinas sobre supuestos operativos contra las guerrillas asentadas allá. De contera le cubre su faz pro-terrorista al régimen chavista, que precisamente el gobierno de Uribe intentó denunciar ante la Corte Penal Internacional y ante la OEA. Todo por la supuesta ayuda de Venezuela al proceso de “paz” que se adelanta en Cuba que, ya lo sabemos, encierra el inminente peligro de empoderar en nuestro suelo la sedicente corriente castro-comunista, con aparato armado y todo, que amenaza nuestro estado democrático de derecho.

Darle paso a la reelección es permitir que Colombia siga ese rumbo aventurado. El 25 de mayo es necesario que se activen las energías potentes de la voluntad popular para que se deseche ese camino que conduce el país al precipicio y recuperemos el sendero de la seguridad y la libertad.

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