Secretos dañinos

Un espectáculo caricaturesco fue el que dieron la semana pasada el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, y su jefe, el presidente Juan Manuel Santos.

No de otra forma pueden calificarse las salidas en falso y posteriores aclaraciones que dieron respecto de los viajes que hizo el jefe máximo de las Farc, alias Timochenko, a La Habana, Cuba, donde su guerrilla negocia el fin del conflicto con el Gobierno colombiano.

Primero fue el ministro Pinzón, quien dijo en Caracol Radio que unos informes de inteligencia revelaban “los viajes que hizo este delincuente a La Habana”. Y luego el presidente de la República, como con borrador de tablero en mano, quien salió a decir que no había motivo de sorpresa, que él mismo autorizó al jefe guerrillero para que fuera a ver lo que pasaba. Al parecer, ambas actitudes se explican —es lo más obvio a estas alturas del partido, por la manera como se está manejando estratégicamente la información— a la inminente filtración de la misma y las posibles consecuencias que esto pudiera tener en la opinión pública.

No sobra decir que con la confirmada presencia de Timochenko en La Habana se despejan algunas dudas sobre su compromiso con el diálogo que allá se adelanta: al menos en un nivel discursivo y simbólico, que no es poca cosa. Muy probablemente gran parte de la tropa guerrillera esté alineada hacia la misma dirección de su jefe y esto resulta positivo a todas luces: ese es un temor grande, transversal a los diálogos, de peso.

Que vaya el jefe máximo de las Farc a donde sus comandados hablan sobre el fin de la guerra, resulta apenas natural. Algo lógico que, por lo demás, pedían los países garantes y amigos del proceso de paz, según pudimos saber por este secreto dicho a voces. ¿Cómo no? ¿Qué tiene de malo que en calidad de consultor y líder guerrillero vaya a enterarse del estado del proceso y a avalar sus avances? ¿No estaban los escépticos del proceso de paz temerosos por los discursos guerreristas y radicales de Timochenko?

Esas preguntas y otras más que bien podrían hacerse para alimentar el debate que debe existir en torno a los diálogos, quedaron aplazadas por cuenta del secretismo que envolvió esta noticia. Y por la forma como se destapó. Y por la esquizofrenia con la que el Gobierno la manejó, diciendo cosas distintas en apenas dos días. La discusión política, que ya estaba abierta por la oportuna divulgación de los acuerdos, quedó, por tanto, enlodada con la polémica. Ya vimos las primeras reacciones que se dieron, por parte de casi todos los sectores del amplio espectro político del país, sobre el tema. Una nueva pelea. Deplorable.

Todo por el incumplimiento de normas mínimas de transparencia. Si desde el principio nos hubieran dicho, como era deber del Gobierno, sobre la visita autorizada del máximo jefe guerrillero a Cuba, nos habríamos ahorrado todo este embrollo, que ya tiene tintes de mucho más calado: han denunciado al presidente de la República ante la Comisión de Acusación de la Cámara, como era lógico suponer que sucedería. ¿Cuál era el miedo de revelar que Timochenko iría a La Habana? ¿Cuál es ese temor de ir acoplando a la sociedad a la lógica de la negociación, y del perdón y de la reconciliación? ¿Qué más les dará miedo contarnos en el futuro? Mucho ojo, señores.

Un proceso de paz como el actual debe ser capaz de soportar casi todo tipo de manoseos mediáticos y oposiciones feroces. Pero vaya si una falta de transparencia como esta lo afecta. Y con un daño mucho mayor que el que suponemos, es la única explicación posible, se pretendía evitar con el secreto. Ojalá hayan aprendido algo de esta lamentable caricatura.

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