Sin impunidad

Mientras los criminales anden sueltos y los periodistas anden atemorizados, no habrá paz.

Tuvieron que pasar 13 años, nueve meses y dos días para que el crimen del subdirector del diario La Patria de Manizales, Orlando Sierra Hernández, no quedara impune. La historia de Colombia es una paradoja que se escribe a diario. El exdiputado de Caldas Ferney Tapasco, autor intelectual de uno de los mayores ataques contra la libertad de prensa en Colombia, fue detenido el pasado domingo 1° de noviembre, en vísperas del Día Internacional Contra la Impunidad en casos de Periodistas. Tapasco, condenado a 36 años de prisión por el Tribunal Superior de Manizales, fue capturado en una casa del barrio Palermo en la capital de Caldas, la misma ciudad en la que sicarios que él contrató acabaron con la vida de Sierra, el 30 de enero de 2002.

Como lo resaltó la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), este es uno de los pocos casos en los que todos los responsables han sido procesados y condenados, desde el sicario, Luis Fernando Soto Zapata, hasta el determinador, el mismo Ferney Tapasco. No fue fácil. Desde el inicio, el proceso tuvo que sortear varios obstáculos, como el asesinato de testigos, la dilación de las instancias procesales y, por supuesto, la negativa de Tapasco de presentarse ante la justicia a cumplir con la condena en su contra. El exdiputado, quien se creyó amo y señor de Caldas, hasta el punto de mandar a matar a quienes se le oponían, estuvo prófugo durante cuatro meses. Pero lo peor de todo es que, pese a todo esto, este es uno de los pocos casos exitosos en Colombia en lo que al esclarecimiento de asesinatos de periodistas se refiere.

Desde 1977, cerca de 144 periodistas han sido asesinados. 69 de los procesos para esclarecer estos homicidios ya prescribieron. Es una vergüenza mayúscula. Y da un mensaje aberrante: que las muertes de periodistas se convirtieron, gracias a la impunidad, en parte del paisaje; que cualquiera con un arma o con poder puede atentar de esta forma contra la libertad de prensa y, de contera, contra la democracia. Porque no se puede considerar democrática una sociedad donde se silencia la libertad de expresión a punta de bala. Y no, no es cosa de ayer, ni de tiempos pasados. Este año, por ejemplo, ya han sido asesinados dos periodistas: Luis Alfonso Peralta y Flor Alba Núñez. Reiteramos lo que dijimos sobre los casos particulares en su momento: las autoridades tienen el deber de esclarecer, con prontitud, estos homicidios.

Una sociedad que busca la paz requiere, igualmente, de un periodismo fortalecido, no acallado. Porque cuando se disipe el humo de las balas van a quedar en evidencia aquellos que han hecho tanto daño como el mismo conflicto armado. Dirigentes corruptos que pensaron —equivocadamente— que su poder era incuestionable y que prefirieron responder con balas a quienes los criticaron. Tapasco fue uno de ellos. Su hoja de vida no es la de un político, sino la de un criminal. Fue condenado en 1978 por concusión, en 1995 por encubrimiento, en 2011 por nexos con los paramilitares y este año por el asesinato de Sierra. Fue sancionado varias veces por la Procuraduría y perdió su investidura en 1998. Y fue este hombre quien acabó con la vida de un periodista ejemplar como Sierra Hernández, un faro para los periodistas que trabajaron a su lado.

Una sociedad en paz necesita, en resumen, de muchos Orlando Sierra y muchos menos Ferney Tapasco. Pero para ello, la justicia debe actuar para que personas como Tapasco estén donde deben estar: en la cárcel. Y para que personas como Sierra estén, así mismo, donde es su lugar: informando, denunciando sobre los abusos de la clase política y no muertos. Mientras ocurra lo contrario, mientras los criminales anden sueltos y los periodistas anden atemorizados, no habrá paz.

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