Sobre el niño

Estación Fenómeno, algo así como un asunto salido de lo común, raro en su comportamiento y extraño en su entendimiento, pues como fenómeno sirve para todo y es un buen recipiente para echar culpas habidas, frustraciones por malos proyectos, daños por descuido, imprevisiones por soñar más que hacer, corrupciones continuas, ignorancias debido a la prepotencia, malos manejos políticos, desamores por traición, desprecios por no querer ver lo que pasa, fallas en la educación, en fin, El Niño, como fenómeno (y como si estuviéramos en la Edad Media) es una especie de peste que todo lo contiene y de la que, como en la caja de Pandora, se extraen todos los males habidos, que incluyen los males de ojo y las cuadraturas maléficas en el horóscopo nacional, y sirve para esconder ineficacias, faltas de inteligencia, desconocimiento de la geografía y de la historia, desprecio de las prácticas aborígenes para campearlo y bueno, ahí vamos: no siendo culpables los vecinos, El niño es buena excusa.

El Niño es un fenómeno viejo del que sabían los Incas y los Aymaras, los Kunas y los Zenúes. Y por siglos, estos pueblos lograron convivir con su presencia llevando a cabo obras de ingeniería que los conquistadores confundieron con brujerías y producto de ensalmos, cuando no con visiones del infierno, pues este manejo de la naturaleza les pareció más cosa del diablo. Y esta convivencia se logró manteniendo a la naturaleza en su estado (donde hay árboles hay agua y su sombrío conserva los caudales y cursos de los ríos), previendo cultivos de altura y construyendo caños para el riego y el control de inundaciones. Como los que aprendieron a vivir en el desierto y en los hielos, los aborígenes latinoamericanos lograron domesticar su territorio y las variables que se presentaban en este. Pero los despreciamos.

Que las sequías y las inundaciones hagan parte de la tierra, lo sabía hasta Noé. Y como lo sabían por experiencia (diría que eran empíricos al estilo David Hume), preveían lo que iba a suceder, pero no actuando cuando sucedía sino antes. Su saber y actuar les enseñó a ahorrar, conservar, prever variables, hacer obras debidas y a agradecer saber esto, pues el conocer de causas y efectos es tradición de inteligencia. Pero ahora, cuando supuestamente la tecnología nos ha hecho mejores (un asunto que se discute), un fenómeno natural (hace parte del comportamiento de la naturaleza) nos desborda y, al desbordarnos, lo convertimos en causante de toda clase de males, igual que en los tiempos de los cavernícolas, cuando un rayo, una picadura de mosco o un viento frío eran castigos de los dioses. Y creemos. Mal.

Acotación: No sé qué sea un gobernante tercermundista, pero supongo que es un hombre con permiso para cometer errores, buscar culpables a lo que hace mal y mentir sin miedo a que se burlen de él. Y en esta esquizofrenia, la deforestación compulsiva y la explotación minera delirante no son la causa de la falta de energía sino El Niño. Y por esa corrupción pagamos en dinero. Tenemos el termostato dañado.

Share on facebook
Facebook
Share on google
Google+
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn

Buscar

Facebook

Ingresar