Sobre tantos impuestos

Estación Alcabala, palabra árabe de sonido agradable pero con un contenido (su real significado ya es confuso) que pone a la gente nerviosa, pues tiene que ver con impuestos al desgaire y entonces ya no es Alcabala sino alcabalería, igual que cuando se habla en todas las direcciones y tonos, que no es parla sino algarabía. Y en esto del desorden, que proviene de la mala planeación (lo sólido convertido en líquido) y de prometer y no hacer nada, de tratar de cumplir sin tener con qué y de buscar recursos donde ya son escasos, es un juego en el que caen los gobiernos tercermundistas, todos tocados por la corrupción y la creencia de que tener poder es autoridad, dos asuntos que son muy distintos. El poder es usar la fuerza y esto compromete con desgastes muy altos (económicos y morales), en tanto que la autoridad es usar el conocimiento para que todo tenga una causa y un efecto que hagan bien. Pero donde lo uno se confunde con lo otro, lo que viene es más confusión y, en ella, menor productividad.

Los impuestos, desde que se inventaron (se dice que en Persia y en Egipto), tenían como objetivo dos cosas claras: sostener una sociedad tal como se había planeado y lograr de ese orden una producción de bienes y conocimientos cada vez mayor. En la Grecia de Pericles, por ejemplo, los impuestos los votaban los hombres libres. En la Roma republicana, los que tenían familia extensa y tierras. Y si bien hubo desmesuras y hasta guerras civiles (la que se mantiene viva es la de Mario y Sila), lo que se buscó con los impuestos fue crear una gran clase media propicia para producir lo debido y con buenas herramientas, a la par que se diera una cultura que propiciara la sensibilidad y el arte. Hasta aquí la teoría para que un país, a través de los impuestos, logre un buen desarrollo económico y una manera digna de vivir.

Y si bien esto se vino abajo y se vivieron siglos de desorden permanente, a partir de la edad moderna, que comenzaría con el siglo de oro de Holanda (siglo XVII), se fue regresando a los fueros de los impuestos debidos. Y Holanda es el ejemplo: allí nació la tolerancia, la libertad de comercio, la clase media austera, el espacio privado para la propiedad privada, y la necesidad de conocer el mundo para negociar bienes (no recursos naturales) con él. Y en todo esto los impuestos cumplían con su cometido: evitar que la sociedad se desordenara y que gobernaran los mejores, los con mayor experiencia y sabiduría, para que reinara la justicia y la equidad. De Holanda aprendieron los suizos, los suecos, los daneses, los alemanes de hoy, es decir, esa gente de países donde los bancos no se quiebran. Pero nosotros no y qué pesar.

Acotación: Los países alcabaleros (esos donde el objetivo del impuesto no se cumple) son los que acreditan gente más desesperada, altos índices de pobreza, violencia y corrupción, niveles de educación muy baja y desaparición de la clase media. Y donde, como no hay autoridad, los impuestos se imponen sin dar la cara.

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