Su majestad la encuesta

No vamos a discutir la validez de las encuestas para medir ciertos fenómenos sociales. El tiempo ha demostrado que a veces son dramáticamente equivocadas. En general aciertan, como que se trata con ellas de aplicar ciertos modelos estadísticos, que si no son perfectos alcanzan niveles altos de precisión y confiabilidad. Dejemos la discusión para otra oportunidad. Por ahora vamos al punto de si pueden servir, como ahora ocurre, de pauta absoluta para una acción de gobierno.

La estadística mide el estado de sensibilidad del público frente a ciertos hechos del momento. Eso es obvio. Santos dice que tiene la paz en el bolsillo, y sube como la espuma en las encuestas. Le va mal al país en su conflicto con Nicaragua y Santos se va al diablo en las encuestas. Son ellas como una medida del humor colectivo, fuertemente afectado por el último suceso, la última noticia, la última decisión del Presidente. Lo que no significa que no sirvan para averiguar el sentimiento de la gente. Porque con todas las salvedades por los hechos dominantes que las afectan, sí muestran tendencias dignas de análisis. Lo que significa que una encuesta no vale mucho, pero concertada con otras en el tiempo, muestran lo que se busca saber.

Algunos ejemplos son dignos de nota. Que el pueblo colombiano detesta y desprecia a las Farc, es una verdad incontestable. Que tiene parejas emociones cuando le mientan a Hugo Chávez, no cabe duda. Que Álvaro Uribe es el presidente más apreciado por los colombianos, se confirma una y otra vez. Como se confirma que Samper y Pastrana son los que menos valen en la opinión, por razones tan distintas. Nadie se atrevería a negarlo.

Si las encuestas salen del horno gravemente afectadas por el acontecimiento más reciente, y si se sabe que otro de igual o distinto signo las cambiará sin la menor duda, debemos concluir que no puede gobernarse con ellas. La obra de gobierno es paciente, a veces incomprendida, necesariamente expuesta a interpretaciones erróneas, a visiones superficiales de la realidad. Las encuestas son interesantes, y no mucho más que eso, si se las mira aisladamente.

Será suficiente lo dicho para condenar al gobierno que se gobierna con las encuestas. Porque su obra no será sólida ni duradera, sino fatalmente conducida a éxitos efímeros, a los aplausos que gana un mal torero ante los tendidos de neófitos si se arrodilla ante el toro. Un gobierno pendiente de las encuestas es lo peor que de él pudiera decirse.

Lo más preocupante de este diagnóstico no es que tengamos un Presidente trivial y ligero, sino que sea capaz de hacer cosas de altísimo riesgo por ganarse las galerías levantiscas de los encuestados. El enredo de la paz que se inventó con las Farc, puede salirle más caro de lo que se imagina. Esos 15 puntos que volaron con la sentencia de la Corte Internacional de Justicia, nos pueden costar una catástrofe. Ya los aplausos se fueron. Ahora queda torear una bestia matrera, de mala condición, ante un público malhumorado e impaciente.

Detrás de buenos puntos en las encuestas, Santos se llevó para el DANE a un prestidigitador de los números, que ha sido capaz de engañar con ellos a la galería. Sube el desempleo en las 32 ciudades más importantes del país, pero baja el desempleo. La explicación la deja para el campo, de donde solo salen voces de penas y quebrantos. Sube el PIB, pero bajan todos los factores que lo componen. La economía va bien, pero solamente en Colombia. El "hombre de las barcazas" siempre ha tenido un argumento, una carta guardada, un artificio engañoso, un conejo para sacar de su cubilete mágico. Pero se le acabaron los conejos y se le rompió el cubilete. El Banco de la República ya se anticipó a la mala noticia que viene.

El problema de las encuestas, es que parecen una montaña rusa, que divierte, pero no convence. Y un gobierno no se elige para divertir, para el goce de lo superficial y pasajero, sino para algo mucho más serio. Es hora de que Santos y sus asesores lo descubran.

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