Tiempos difíciles

Maduro no es sólo el jefe de un pintoresco régimen tropical que gobierna en sudadera y es capaz de decir tanta estupidez como el tiempo lo permita en alocución televisada.

No se trata sólo de un presidente que invita a un exjefe de Estado a irse a los puños, que confiesa que roba en un discurso, que maltrata el idioma, que se comunica a través de mangos y que es tan burro que pasa dificultades para pronunciar la palabra analfabetismo.

No. Maduro no es sólo ese desparpajado gobernante que amplió los límites del ridículo oficial hasta lo impensable, en donde es posible culpar al hombre araña de la inseguridad, crear el Viceministerio de la Suprema Felicidad y llamar a millones y millonas de venezolanos a que lean “libros y libras” para que se “instruigan”. Nicolás Maduro no sólo es un incompetente, sino que con eficacia ha logrado consolidar un gabinete a su imagen y semejanza y ha sido capaz de convertir la vulgaridad en regla de conducta aplaudida por las masas. Sus candidatos a la Asamblea proponen sembrar maticas de acetaminofén ante la angustiante ausencia de medicamentos y su ministro afirma en público que la educación no debe nunca permitir que quienes la reciban superen el estado de ignorancia que les obliga a mantenerse militando en el chavismo.

A pesar de todo lo anterior, Maduro no es el epílogo de una historia cómica llena de equivocaciones y majaderías inofensivas. Su régimen, que inicia el tránsito de la radicalización, tan característico de los totalitarismos en declive, será recordado para siempre como el responsable del despojo, de la violencia, de la arbitrariedad, de la corrupción y del entierro del Estado de derecho. Y, si bien las elecciones de diciembre por primera vez permiten a la oposición pensar en la victoria, y la debacle económica y social que ha causado el socialismo del siglo XXI se hace ya insostenible, la historia del chavismo no acaba todavía, ni está garantizado que se abran las urnas, se respete el resultado y comience un período de transición política pacífica. Por el contrario, hay razones para pensar que empieza lo peor, pues nada asusta más a los integrantes de un gobierno criminal en desbandada que el derrumbe de la tramoya que les servía para atropellar y delinquir.

Como están las cosas, el régimen de Maduro intentará sobreaguar la crisis no sólo hasta las elecciones, sino incluso después de ellas, especialmente si es estruendosamente derrotado, como señalan todas las encuestas. Para ello seguirá inventando crisis binacionales, arrollando manifestaciones de protesta y condenando opositores, como acaba de suceder a Leopoldo López. Y no es de extrañar que surja definitivamente la violencia ante la imperturbable mirada de un continente que ha permitido y celebrado las autoritarias excentricidades de un régimen que despilfarraba recursos a manos llenas a través de la ya también extinta petrodiplomacia.

Colombia, por tanto, debe prepararse para resistir los embates y provocaciones que vendrán en los meses subsiguientes. Por cuenta de las agresiones, la neutralidad colombiana respecto al régimen venezolano debe llegar a su fin y la mejor política internacional de nuestro país frente a Venezuela debe ser la de trabajar estratégicamente en la promoción de un régimen de transición que garantice los derechos de los venezolanos y permita construir una agenda para resolver los problemas binacionales. El régimen de Maduro es sin duda una amenaza a la seguridad nacional de nuestro país.

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