Tristes y peligrosos reveses diplomáticos

Maduro nos ganó en Unasur, en la OEA y consiguió primero la cita con Ban Ki-moon. Ahora invita a Santos a bailar joropo.

La frontera sigue cerrada para los colombianos humildes y se mantiene abierta para mafiosos, contrabandistas, guerrilleros, malandros, ‘Megateos’ y ‘Timochenkos’. La situación en los albergues, a pesar de los esfuerzos humanitarios, se torna dramática, desesperada, pues no están diseñados para permanencias largas. Ya hubo la semana pasada una emergencia por inundación y la situación sanitaria y epidemiológica es altamente vulnerable, sobre todo la de los niños. Decenas de familias siguen rotas, destrozadas.

Mientras tanto, Maduro insiste en la mofa, y tras la afrenta que implicaba su baile de ‘La pollera colorá’ ahora sigue ofendiendo a Santos, proponiéndole que en vez de protestar –¡válgame Dios, lo que nos faltaba!– más bien se dedique a bailar joropo. Estará envalentonado, imagino yo, tras las sucesivas palizas que le propinó a Colombia en la última semana.

Hizo moñona. Confirmó que Unasur y su Secretario General marchan más a su ritmo que al de Santos; nos derrotó en el momento más sensible en la OEA, donde de nada valieron el buen discurso de Andrés González, ni el apoyo de los gringos, ni la obsecuencia reiterada con los socialistas del siglo XXI; y para rematar, cuando nuestra cancillería todavía estaba tratando de confirmar una reunión con Ban Ki-moon ya Maduro estaba mandando las fotos triunfales de su reunión con él.

De ñapa nos encimó sus reuniones con los mandamases chinos y rusos, mientras acá nos trataban de vender, como gran logro, que un atemorizado Secretario General de la desprestigiada OEA, después de la negativa de convocar la reunión de cancilleres, hubiera aceptado venir a la frontera. Triste espectáculo. Vergonzosos los gemidos de Almagro diciendo que él era amigo de Maduro, como si estuviera implorando perdones o previniendo insultos. Casi indigno, diría yo.

En este escenario, la voz unificada de respaldo a la tarea del Gobierno en defensa de nuestros compatriotas víctimas de la crueldad del régimen de Maduro debe mantenerse. Pero ni en la Casa de Nariño ni en el Palacio de San Carlos deben entenderla como un aval uniforme a la política exterior. Habrá quienes la aplaudan, me imagino, pero millones de colombianos que hoy expresan su respaldo al Gobierno para proteger a los colombianos que sufren esperan también, estoy seguro, claras rectificaciones en su política exterior.

Todo este dramático episodio representa el colapso de la estrategia sumisa del Gobierno frente a Venezuela y sus amigotes, así como la debacle derivada de haberle entregado al régimen bolivariano las llaves del proceso de paz en sus inicios. Por eso, respaldar a Santos para atender la crisis humanitaria de la frontera no es incompatible con solicitar un giro profundo en el manejo de las relaciones exteriores.

El sentimiento extendido de quienes no pretenden una guerra con Venezuela, de quienes valoran la importancia de seguir los conductos diplomáticos sin poner en peligro la dignidad nacional ni la integridad de los colombianos lo interpreta un trino dominical de la excanciller y exembajadora en Venezuela Noemí Sanín, quien le dice al presidente Santos que cuente con ella “en defensa del Estado colombiano y los connacionales, pero no con las rodilleras ni la complicidad con Maduro”.

Recuerden las vacilaciones e indecisiones tras el fallo sobre San Andrés que nos tienen nuevamente, ante la Corte Internacional, amenazados por nuevas pretensiones expansionistas de Nicaragua. Y recuerden, también, la pifia histórica de haber promovido la candidatura de Venezuela para el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Gigantesco error.

Si el Presidente quiere que las solidaridades recibidas no se le evaporen y si quiere convocar una verdadera unidad nacional, debería abrir un espacio amplio, reflexivo y sereno para timonear en su colapsada política exterior. Urgen rectificaciones de fondo.

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