Si las cifras del Ministro de Defensa no mienten y si mis cálculos no me fallan, la narcoguerrilla de las Farc, que según Pinzón la integran sólo 6.700 bandoleros, representa tan solo un 0,015% de la población de nuestro país.

Lo anterior significa menos del 1% de quienes poblamos a Colombia. Y no obstante esa abismal diferencia, nos tienen en jaque desde hace varios años. Resulta increíble que toda una nación esté sujeta a lo que digan y hagan esos 6.700 bandoleros, de quienes depende en estos momentos no solo una paz que se firmará con babas, sino también la reelección del candidato presidente Juan Manuel, como dice ahora llamarse.

Por otra parte, dice la narcoguerrilla castro-chavista que representa los intereses del pueblo colombiano y que lucha para obtener las reivindicaciones a que tiene derecho desde hace muchas décadas. ¡Valiente paradoja! Porque en todas sus acciones los más perjudicados son precisamente esos colombianos inermes que soportan que les vuelen sus ranchos, los dejen sin carreteras, sin luz eléctrica, sin agua, les destruyan sus escuelas y puestos de salud y los asesinen impunemente con sus minas antipersonas, sus tatucos y cilindros de gas cargados de dinamita, metralla y hasta estiércol para envenenarlos salvajemente.

Esta desproporción deja mucho que desear de la capacidad bélica del Estado, que posee más de 30 efectivos por cada narcoguerrillero, entendiéndose que la actividad terrorista tiene el factor sorpresa que les resta efectividad a las fuerzas del orden. Sin embargo, no es para que estemos tan arrodillados a estos bandoleros que harto aburrido deben tener a Pinzón de que le metan goles y más goles y tenga que guardar lealtad a su jefe y limitarse a condenar los atentados que se cometen semanalmente.

Ojalá esta cifra haga reflexionar al pueblo colombiano, que no entiende por qué el Estado sigue negociando con una insurgencia que amedrenta a la población y que está saboreando las mieles de la dolce vita habanera por cuenta del erario que tanto critican y combaten.