Un contexto internacional adverso

Pocas veces en su historia Colombia se había visto en una encrucijada, en la que se combinaran negativamente factores externos e internos, como la que vive actualmente.

La separación de Panamá (1903) con el respaldo interesado de los Estados Unidos después de la guerra civil liberal-conservadora más desastrosa de fines del siglo xix y comienzos del xx, es, quizás, la experiencia más trágica que haya sufrido el país. Debilitados en todos los flancos por la secuela de esa confrontación y aislados del mundo exterior, la separación ocurrió mientras el presidente Marroquín, resignado a la derrota, leía poesía. La cuestión fue dramática en todos sus términos, no teníamos ejército y pesaba la amenaza de intervención por parte del gobierno norteamericano a favor del nuevo país.

Se, como historiador, que la Historia no se repite, ni siquiera en el sentido marxista: la primera vez como tragedia y la segunda como comedia. También entiendo que la Historia no es maestra ni pretende dejar moralejas, que cada situación es única e irrepetible, pero, algunos sucesos del pasado invitan a reflexionar.

Entremos en materia. En el campo de las relaciones internacionales la Colombia de este momento se encuentra en una situación de profunda debilidad. Desde hace ya 18 años con la llegada al poder del chavismo, varios e importantes países latinoamericanos cayeron bajo el influjo del liderazgo de Hugo Chávez. De manera simultánea, los EE. UU., viejos guardianes de “su Patio Trasero”, en medio de una profunda crisis económica, afectados por costosas intervenciones militares y el subsiguiente decaimiento de su liderazgo internacional, se desentendió de lo que estaba ocurriendo en su entorno.

El gobierno de Venezuela junto con sus similares y cuasi satélites formó un cinturón adverso y hostil contra la Colombia “derechista y proyanki”, hizo del petróleo su principal herramienta de influencia, impulsó la estatalización de la economía, promovió el antiamericanismo y adelantó alianzas con potencias rivales de los Estados Unidos como Irán, Rusia y China. Varios de los países limítrofes con Colombia dieron abrigo, protección y reconocimiento a las guerrillas colombianas.

No fue Colombia la que se aisló y la que intentó cambiar el orden de cosas que se estaba imponiendo en el vecindario. Fue al revés, una víctima del empalagoso discurso y maniobras de un personaje que se hizo importante gracias a sus bondadosos regalos petroleros y que presionó para que su modelo fuese aceptado por otros países. No es despreciable el daño que ocasionó esa tendencia y su política exterior orientada desde el Foro de Sao Paulo y apoyada, irrestrictamente, por la intelectualidad de izquierda, la socialdemócrata y liberal progre, a las relaciones y a las instituciones internacionales que regían en Latinoamérica. Chávez lideró la formación de un aparataje diplomático paralelo al ya existente, con la Comunidad de Estados Latinoamericanos –CELAC- y UNASUR, en un claro intento de emerger como caudillo de la subregión.

El fallo de la Corte Internacional de Justicia en el litigio con Nicaragua, gobernada por el procastrista Daniel Ortega, nos abrió los ojos para entender que tras las demandas sobre nuestro mar continental se realizó una oscura maniobra de ese gobierno con la potencia China para construir una canal interoceánico de dimensiones faraónicas. Colombia perdió 75 mil kilómetros cuadrados de mar y arriesga a perder más. La excanciller Noemí Sanín y Miguel Ceballos en el libro La Llegada del Dragón ¿falló La Haya?, ilustra a la perfección la turbia y magistral jugada de Nicaragua y revela la magnitud de nuestra impotencia. La reacción del gobierno Santos ha sido tibia, temerosa y anodina, ni siquiera hemos tenido el apoyo norteamericano como si Nicaragua con sus alianzas militares con Rusia y China no representase un peligro para ellos.

Que los Estados Unidos además de pasar de agache ante la presencia de países y gobiernos que apoyan el terrorismo antinorteamericano en sus pactos oscuros con gobiernos chavo-castristas no se inmute ante el proyecto de nuevo canal que le dará obvias ventajas estratégicas a China, sino que decida dar un viraje de 180 grados en su relación con la dictadura cubana sin exigencia de apertura democrática y de restablecimiento de las libertades, da para pensar muchas cosas que podrían ser aclaradas por internacionalistas, y que para Colombia en particular, sugiere considerar que todos los factores han confluido en una situación en sumo grado peligrosa.

En efecto, la estrecha relación mantenida por Colombia con los EE UU se apaga en razón del interés norteamericano de quitarse, ese es el mensaje, dos problemas de encima: Cuba y la guerrilla de las FARC, este último un “mal menor”, pero que por su control sobre el tráfico de cocaína, puede aliviarles, en parte, un problema mayor, el incremento del consumo interno.

En columnas anteriores me he referido a las desastrosas consecuencias que se derivan de una negociación de paz en las que a claras luces el Gobierno Nacional puso en el asador toda su política interna.

De suerte que, por donde quiera que se le mire, en sus relaciones con el mundo circundante y en el que sus habitantes han construido, con todas las imperfecciones incluidas, Colombia encara una situación de suma debilidad y con muy serias incógnitas respecto de su estabilidad. Rodeada de gobiernos hostiles como el de Maduro en Venezuela que cierra fronteras, al que se da condición de garantes de la paz interior como si no constituyesen una amenaza.

El presidente de la Colombia en 2016 no estará leyendo poesía, pero, seguramente, sí recibiendo el nobel de paz en compañía de un criminal de guerra no arrepentido.

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