UN FEO LUNAR

De vuelta a la realidad, a los colombianos solamente nos queda agradecer al señor José Pékerman y a esos jóvenes deportistas que, gracias a la seriedad con la que asumieron el compromiso de representarnos, nos regalaron unos días de alegría y comprobaron que el país tiene muchas posibilidades de sobresalir en ese deporte.

Nunca antes la Selección Nacional de Fútbol había alcanzado esa instancia en un campeonato mundial, de allí esa devoción tan grande que se despertó. En noventa minutos consiguieron reunir a todos los colombianos, sin distingo de raza, de región, de ideología política, etc., en torno a una sola voz: Colombia, sí sí, Colombia… y se dio comienzo a una quimera que duró un par de semanas.

Con el honroso desempeño del onceno nacional quedó demostrado también que cuando las cosas se hacen como Dios manda, las probabilidades de éxito son muchas. Un director técnico profesional, ajeno por completo a todos los vicios que nos perjudicaron en el pasado, con carácter y autonomía suficientes para escoger su grupo y para tomar las decisiones pertinentes, y unos muchachos que a pesar de su corta edad cuentan con una formación y un historial deportivo importantes, mostraron con sencillez y humildad que sí se puede, que alcanzar grandes trofeos dejó de ser un imposible para Colombia.

Pero claro, como aquí no podemos tener una dicha completa, mientras el país entero estaba absorto con la Selección, mientras los corazones de los colombianos palpitaban al unísono henchidos de orgullo patrio y mientras hacíamos cábalas entre partido y partido, los narcoterroristas de las Farc y del ELN se dedicaron a atentar contra la población civil, los militares, la infraestructura nacional y el medio ambiente.

Esos salvajes que ni siquiera merecen ser considerados colombianos, asesinaron policías y soldados; decretaron un paro armado; hicieron retenes; lanzaron una bomba contra un grupo de civiles que asistía a la misa dominical; quemaron una docena de camiones en distintas carreteras del país y, para acabar de ajustar, asaltaron un convoy que trasportaba petróleo y derramaron 5.000 barriles de crudo cerca de caños y quebradas afluentes de los ríos Guamuez y Putumayo, generando un gigantesco desastre ecológico cuyas consecuencias aún no se pueden calcular, y un grave problema para los pobladores de la región, porque posiblemente se verán privados del suministro de agua potable por contaminación de las fuentes que surten el acueducto.

Pero, lo más triste es que estos crímenes que ahora volvieron a ser parte de nuestro diario vivir, no generan ninguna reacción en el presidente Santos, que impávido ve cómo matan a los colombianos y destruyen el país.

Si el fútbol, ese deporte que posee la magia para unir naciones, aunque solo sea durante el tiempo que duran los torneos, no logró que esos criminales suspendieran, al menos durante esos días, sus brutales arremetidas, es porque a ellos este país les importa un soberano pepino. Es la reiteración de que el único arreglo que puede hacerse con ellos (ELN y Farc), una vez se desmovilicen y entreguen sus armas, es el número de años que tendrán que permanecer en la cárcel.

Esos miserables lo único que están buscando es tomarse el poder y legalizar sus fortunas, mientras el presidente Santos delira con el premio Nobel de Paz.

Nuevamente, un gracias a la Selección Nacional, lástima que sus logros se vieran un tanto disminuidos por culpa de ese maldito y feo lunar que otra vez se está royendo el país.

P.S. Reprochable que no sepamos celebrar con tranquilidad. Tema para otra columna.

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