Un maduro con alcurnia

Ingenuo que el presidente Juan Manuel Santos crea que a punta de anuncios de progreso en el proceso de paz de La Habana, va a apaciguar la profunda indignación que despertó en los colombianos la abusiva venta de Isagén, y que va a lograr distraer nuestra atención de la grave situación económica a la que nos tiene abocados por culpa de su ineptitud y falta de decoro en el manejo de los recursos públicos.

Candidez pensar que después de tantas mentiras y de tantas promesas rotas, creemos en su discurso. Su palabra está más depreciada que nuestra moneda.

El dichoso anuncio no es más que otra cortina, no como las de los 602 millones de pesos que instaló en la Casa de Nariño, sino, de las de humo de pipa de paz habanera, que tantos desafueros han tapado a lo largo de estos cinco años.

No contiene, además, novedad alguna. Es otro de los tantos despropósitos pactados hasta ahora, para acabar de allanar el camino a la entronización de los narcoterroristas de las Farc como nueva casta política.

El papel que jugará la ONU en el proceso de verificación, será secundario. No hará más que elegir, dentro de los países miembros de la Celac (léase: amigotes socialistas de las Farc), a aquellos que se encargarán del “monitoreo y verificación” del cumplimiento de “cese al fuego y la dejación de las armas”. Nada pues, que aporte seriedad y confianza. Es como si los pusiera a ellos mismos de veedores. Nótese también, que no dice entrega de armas, solamente habla de “dejación”. ¿Las dejarán en sus casas, en caletas, o acaso en sus bolsillos?

Por fortuna el procurador Ordóñez alertó a la CPI (Corte Penal Internacional) y envió a la fiscal jefe Fatou Bensouda, un documento que será tenido en cuenta para determinar si lo acordado en La Habana con las Farc genera “una situación de impunidad frente a los crímenes cometidos”, y si cumple o no con las exigencias establecidas por el Estatuto de Roma.

Sin embargo, como dije al principio, la rabia que sentimos los colombianos no mengua.

El daño por el despojo de uno de los activos nacionales más preciados es irreparable, sin embargo, más alarmante todavía es la forma despótica y arrogante con la que el presidente Santos desoyó el clamor de los colombianos, entre ellos, el de un nutrido grupo de senadores y de autoridades competentes que, asistidos de razones de peso, suplicaron recapacitar en el negocio.

El señor Santos, enajenado por el poder, nos demostró con la sinuosa venta de Isagén, que él hace lo que le viene en gana y pasa por encima de quien tenga que pasar para conseguir sus propósitos.

Si así se comporta ahora ¿qué podrá esperarse cuando el Congreso Nacional lo asista con las facultades extraordinarias que solicitó?

Los colombianos tenemos que sacudirnos de una buena vez, no podemos seguir apoltronados viendo cómo el señor Santos y el cartel de las palomas de la paz, destrozan nuestra democracia y ferian el país.

Se llegó la hora de recordarle a nuestro Maduro con alcurnia, que el supremo poder lo tiene el pueblo, y que esa chequera de la que tanto se ufana y que malgasta, no es suya sino de los colombianos.

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