Un modelo de protesta cívica

La demostración de la capacidad de protestar con espíritu cívico y en paz contra el desgobierno, protagonizada el sábado por decenas de miles de personas de Medellín (y de otras ciudades, claro), no les gusta a los ciudadanos que forman parte de una minoría oficialista y conforme con el estado de cosas, pero implica una resonante llamada de atención al mandatario actual para que entienda que un país no puede seguir manejándose con la exclusión de la mayoría ni con la proscripción de las voces opositoras de distintas corrientes, ni con los consejos de asesores miopes y desconectados de una realidad evidente.

Es innegable que en la marcha del sábado hubo una presencia significativa del Centro Democrático y del expresidente Uribe. Pero es un despropósito descalificar por eso a los miles y miles de asistentes: Simpatizan con las corrientes de opinión política más diversas, pertenecen a todas las clases sociales, expresan los motivos más variados de malestar, concurren a las manifestaciones públicas en uso de su libertad y su autonomía, no van empujados o engañados por el ofrecimiento de regalos en dinero o en especie y, sobre todo, dan ejemplo de una conciencia de ciudadanía compatible con el interés general en que haya paz con justicia social.

Insisto en que el gobiernismo, representado en las encuestas por un 20 % aproximado, tiene derecho a expresarse y defender a su líder y su obra. Pero no tiene derecho a insultar y agredir al 80 % representado en los colombianos (de muy diversas filiaciones) que por las más variadas razones descalifican o no aprueban la gestión de Santos. Ser gobiernista, oficialista y conformista es un derecho que siempre ha asistido a cualquier ciudadano, en cualquier país. También lo es el derecho, raras veces ejercido en forma abierta y frontal, a oponerse, a protestar en las calles para decir una verdad elemental y notoria como la de que hay desgobierno.

Como periodista me mantengo a distancia crítica del poder. No estuve en la marcha, pero tengo plena certidumbre de que la inmensa mayoría de los participantes quiere la paz y decidió subrayarle al gobernante que está equivocado, a pesar de la rabia, las ofensas y provocaciones de los oficialistas conformes y partidarios viscerales del régimen actual. Así también es reprobable que en esa marcha enorme del sábado en Medellín algunas personas hayan emitido insultos y eslóganes agraviantes contra Santos.

Desde Medellín se ha marcado una vez más una tónica de civismo y discordancia respetuosa y respetable. Falta ver que el gobierno entienda el mensaje multitudinario, espabile, abra los ojos y comprenda que, débil y en picada, no puede garantizar interlocución válida en ningún proceso de paz ni asegurar mínima gobernabilidad para resolver tantos problemas y emergencias.

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