Una democracia de perdedores

Todo vale con tal de ocupar puestos y curules, no importa si el aliado más cercano es del polo ideológico opuesto.

A pesar de las excelentes noticias que la pasada contienda electoral dejó para Bogotá, cabe preguntarse si lo que hubo fue la celebración de una fiesta democrática o más bien un nuevo episodio de crónica de una muerte anunciada: la de la democracia.

Los epílogos de una jornada de esta naturaleza normalmente indican que “triunfó la democracia” y que salió fortalecida. En el caso de la que se vivió en Colombia recientemente, difícilmente se puede repetir alguna de estas aseveraciones. Hasta ahora, el balance realizado por expertos indica que entre los perdedores se encuentra por una parte la izquierda y por la otra, la derecha.

¡Es cierto! No se puede negar que uno de los grandes derrotados fue la izquierda. Una que se había convertido en una izquierda del siglo pasado, más propia de la guerra fría que de la modernidad que exige el siglo XXI. Fue una izquierda que tuvo que raparles las banderas sociales a los partidos tradicionales (con la anuencia de estos) porque no supo construir las propias.

Pero también perdió el otro extremo: el Centro Democrático. Si bien hoy puede decir que cuenta con diputados, concejales, alcaldes y gobernadores, se esperaba que su presencia y su impacto fueran avasalladores en estas elecciones.

Lo cierto es que la izquierda se desmoronó y el Centro Democrático no impactó sustancialmente. Parecería que la ciudadanía les pasó cuenta de cobro a la polarización y a los debates planteados sobre la base de postulados revanchistas, de bajo contenido programático.

Si esto es así, ¿quién ganó en estas elecciones? Los liberales reclaman triunfo; lo mismo sucede con ‘la U’, los verdes y hasta los conservadores.

Al revisar el mapa del país para tratar de darle un color a cada mandatario elegido, la tarea resulta absolutamente imposible. Con muy contadas excepciones, ninguno de ellos enarbola las banderas programáticas o defiende un ideario que se inscriba en un partido o movimiento en concreto.

Los partidos y movimientos se desdibujaron más. No de otra manera puede explicarse que un mismo candidato hubiera recibido el apoyo de quienes otrora se presentaban como contradictores entre sí. La feria de avales, protagonista de las elecciones, fue una demostración de que estas organizaciones, más que agrupaciones concebidas para ofrecer a la ciudadanía propuestas de modelos de desarrollo, soluciones derivadas de una comprensión determinada del rol del Estado, de la función de economía y de la propiedad, entre otros, son efectivamente empresas electorales cuyo propósito más importante es generar utilidades, entendidas como el número de votos efectivos que permita a la organización controlar el poder.

Los candidatos respaldados por estas organizaciones se dedicaron a asegurar, a como diera lugar, el número de votos necesario para ser electo. Son pocos los que se refirieron a la manera como desempeñarían sus funciones constitucionales y legales atendiendo a una perspectiva doctrinaria en concreto.

Todo vale con tal de conseguir votos y ocupar los puestos y las curules, no importa si el aliado más cercano es el polo opuesto en términos de ideología.

Flaco favor se le hace a la democracia; grave daño se causa al proceso de diálogos de La Habana. El posconflicto, si llega, va a requerir no solo de instituciones del Estado sólidas. Necesita también partidos políticos fuertes que tengan la capacidad de canalizar adecuadamente los intereses de los ciudadanos y de presentar propuestas de políticas y de soluciones a problemas que afectan a la sociedad. No contar con ellos, como quedó evidenciado el pasado 25 de octubre, equivale a facilitar un escenario de anarquía, desorden y caos, apropiado para que los interesados en desestabilizar, lo consigan y llenen los espacios que ni el Estado ni las organizaciones políticas pudieron llenar.

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