Una tregua para verificar

Es un avance que las Farc cesen hostilidades ofensivas de manera indefinida. Pero es inaceptable que esperen que las Fuerzas Armadas suspendan sus operaciones y sus deberes constitucionales.

Nadie en Colombia, en su más sana lógica, podría pensar que los efectos del conflicto armado interno no importan. Que son materia de segunda plana. La realidad demuestra que son como un meridiano de la vida nacional: atraviesan los acontecimientos del país de lado a lado y en todos sus frentes: la economía, la política, la cultura, la vida comunitaria…

Las Farc acaban de anunciar hace unas horas que pondrán en práctica una tregua indefinida de operaciones ofensivas, pero que estarán sujetas a que el Gobierno y sus Fuerzas Armadas no adelanten ninguna operación ofensiva en su contra. Como lo calificó el Presidente Juan Manuel Santos ayer: “nos dan una rosa, pero con las espinas”.

El mandatario valoró el gesto de suspensión de las acciones irregulares de los subversivos, pero advirtió de inmediato que el Gobierno no interrumpirá sus deberes de persecución a los grupos armados ilegales que amenazan la integridad, la vida y los bienes de los ciudadanos.

La frase del presidente invita a adentrarse en las implicaciones de este anuncio de las Farc. Durante los últimos dos años, se trata de la cuarta tregua unilateral anunciada por las Farc, aunque son evidentes los incumplimientos que hubo a cada una de ellas por parte de los frentes guerrilleros en el territorio nacional.

Las treguas de Navidad de las Farc siempre han encontrado una lectura y una recepción generosa por parte de diferentes sectores de la sociedad civil que valoran las implicaciones de que los frentes guerrilleros, en esta época, no cometan actos terroristas, en especial, contra el transporte público y las vías, los cuales son fundamentales para el encuentro de cientos de miles de familias colombianas.

Quién puede resistirse al hecho de que la subversión anuncie que no atacará lo que, por evidentes razones de derecho universal (humanitario e internacional), no debería dañar: bienes y medios indispensables de sobrevivencia de los no combatientes. Si se es estricto, no hay méritos ni aspectos destacables en una tregua implementada para respetar lo que ya de por sí es parte del patrimonio sustancial de cualquier sociedad y su ordenamiento jurídico y comunitario elemental.

Una tregua unilateral, en las condiciones en las que la plantean las Farc, hace pensar en el paso inevitable a una tregua bilateral en la que el país no cree ni confía. Las experiencias anteriores nos convirtieron, por ejemplo, en espectadores de secuestros masivos y tomas inclementes y destructivas. Y luego, en testigos de una reorganización de los frentes de esa guerrilla que le costaron al país vidas y bienes por miles en todo el territorio.

Somos conscientes de la importancia de que haya señales de desescalamiento del conflicto, sobre todo de reducción de las acciones irregulares y terroristas de las Farc. La época de festividades de fin de año y las circunstancias mismas del avance de la negociación lo imponen. Pero pensar en unas Fuerzas Armadas que se quedarán quietas, que no seguirán buscando a los ilegales y atacando sus intereses es como sentarnos a ver a un Estado que claudica ante sus enemigos, sobre todo si se trata de adversarios que no conocen límites de destrucción ni reglas de combate.

Démosle a esta tregua los beneficios de la duda y del optimismo. Serán los días, con sus afanes, los que nos digan si es posible creer que las Farc no retornarán a sus prácticas de destrucción y dolor.

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