Utopía nunca existió

Haciendo las veces de Raphael Hythloday, Santos vendió un ideal y cual si fuera tozudo capitán embarcó al país hacia la isla de Utopía, compartiendo almirantazgo con Márquez y Timochenko. Después de dos años de zarpar, aún se halla en búsqueda con evidente desesperación, luego de percatarse de que lo que para él es Utopía para las Farc es Cuba. Puertos sustancialmente distantes.

En Colombia ciertamente no existe un proceso de paz como ampliamente se quiere hacer creer a nacionales y foráneos mediante abuso retórico; simplemente existe un esfuerzo oficial por intentar la deposición de las armas de la guerrilla de las Farc.

Sin percatarse todavía, entre los colombianos existen más elementos comunes que diferenciadores en cuanto a todo lo relacionado con el conflicto armado, pues lo que la sociedad en su conjunto clama, inclúyase todos los sectores políticos a excepción de unos cuantos siniestros personajes, es enterrar a Lenin y exigir a las Farc renunciar de una vez por todas a su nefasto legado. La vanidad política y el enanismo intelectual han impedido comprenderlo.

Como país hemos carecido de convenientes precursores intelectuales. El más universal e influyente que hemos tenido, independientemente de sus excelsas calidades literarias, prefirió inclinar sus afectos hacia el autoritarismo castrista y arrastró consigo la opinión de muchos seguidores desprevenidos. Flaco favor que hizo a Colombia.

Qué tal si por García Márquez tuviera Colombia a Vargas Llosa. Qué tal si hubiéramos tenido un socialista libertario de la talla de Octavio Paz, que aún siendo de izquierda, advirtió a México desde 1951 del riesgo que implicaba el dogmatismo de izquierda y la inconveniencia del leninismo, en cuanto lectura terrorista de Marx, para América Latina.

Tras su encuentro en 1973 en Estados Unidos con el desterrado intelectual soviético Joseph Brodsky, se convence aún más de los excesos del estalinismo. En acto de contrición se lamenta de lo cobarde y ciego que fue durante su despertar intelectual, pecado que reconoció y valientemente se dignó purgar durante sus últimas tres décadas en vida. Acción valerosa a imitar por muchos que fungen de intelectuales en nuestro país.

El decidido criterio moral de enfrentar la ortodoxia estalinista le valió para ser tildado de formalista, liberal, trotskista, agente de la CIA, estructuralista, burgués, gobiernista, entre muchos otros descalificativos en aquel contexto hostil infestado de marxistas. Además, Octavio Paz denunció en México desde los años setenta lo que pocos se atreven a denunciar hoy en día en Colombia, el doble rasero con el que la izquierda trata las “libertades formales”, reclamando su proscripción en el caso de Israel frente a Gaza pero tolerándola en Venezuela y Cuba.

Pensando en Neruda, Aragón y Éluard, y quizá también en García Márquez, advirtió el error de poetas y escritores estalinistas quienes, según él, “insensiblemente, de compromiso en compromiso, se vieron envueltos en una malla de mentiras, falsedades, engaños y perjuicios hasta que perdieron el alma”.

Con profunda exasperación por la ceguera de su país, Octavio Paz reconoció a su cercano amigo Tomlinson la equivocación que pudo haber cometido el destino al hacerlo mexicano, “su verdadero poeta debería haber sido Neruda (…) Qué mala suerte han tenido conmigo –y yo con ellos”. Este sublime lamento nos conduce a pensar sobre la proclividad que tiene el destino para errar, y más en tierras latinoamericanas, pues también infringió al hacer a algunos cuantos colombianos y no hacer a otros tantos connacionales. Al fin de cuentas, cosas del destino.

Quienes por responsabilidad moral nos batimos entre querellas ideológicas, recibimos con júbilo la derrota histórica del leninismo, doctrina que exalta al terrorismo en función del marxismo; pero al igual lamentamos como casi todos los colombianos la prevalencia de su legado en manos de las Farc. Todavía hoy, sin vergüenza alguna de permanecer en anacrónico empeño, buscan deponer el orden liberal a través de las armas. Bienvenidos sean los social demócratas, mas no así lo podemos permitir con los que aún profesan el comunismo leninista o el socialismo autoritario.

Navarro Wolf, converso marxista leninista, hace algunos años de manera acertada indicó el camino por el que necesariamente debe atravesar el país al indicar que la paz es sencillamente cambiar de métodos para la acción política, osea cambiar las balas por los votos en busca del único objetivo de la política, el poder. En el marco de esta atinada posición, constatamos el desfase de Santos al otorgarle facultad deliberante a las Farc en temas sustanciales del país que deben discutirse exclusivamente en legalidad y democracia.

Siendo tan solo un simple cadete, generoso en expectativas y dádivas por doquier, Santos quiso dar la vuelta al mundo en 80 días para llegar finalmente a buen puerto, sin constatar que la isla de destino, Utopía, sencillamente nunca existió.

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